A las 12 del mediodía de hoy, domingo 26 de marzo 2023, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro (cf. Jn 11,1-45). Es el último de los milagros de Jesús narrados antes de la Pascua: la resurrección de su amigo Lázaro. Lázaro es un amigo íntimo de Jesús, que sabe que está a punto de morir; se pone en camino, pero llega a su casa cuatro días después del entierro, cuando ya se ha perdido toda esperanza. Su presencia, sin embargo, reaviva cierta confianza en el corazón de sus hermanas Marta y María (cf. vv. 22.27). Ellas, incluso en el dolor, se aferran a esta luz, a esta pequeña esperanza. Y Jesús las invita a tener fe y les pide que abran el sepulcro. Luego reza al Padre y grita a Lázaro: «¡Sal fuera!» (v. 43). Y vuelve a la vida y sale. Este es el milagro, así de sencillo.
El mensaje es claro: Jesús da vida incluso cuando parece que ya no hay esperanza. Sucede, a veces, sentirse desesperanzado -esto le ha pasado a todo el mundo- o encontrarse con personas que han perdido la esperanza, amargadas porque han vivido cosas malas, el corazón herido no puede esperar. A causa de una pérdida dolorosa, de una enfermedad, de una amarga decepción, por un agravio o una traición sufrida, por un grave error cometido… han dejado de esperar. A veces oímos a alguien decir: «¡Ya no hay nada que hacer!», y cierra la puerta a toda esperanza. Son momentos en los que la vida parece una tumba cerrada: todo está oscuro, a nuestro alrededor sólo vemos tristeza y desesperación. El milagro de hoy nos dice que no es así, que el final no es así, que en esos momentos no estamos solos, al contrario, que es precisamente en esos momentos cuando Él se acerca más que nunca para devolvernos la vida. Jesús llora: el Evangelio dice que Jesús, ante la tumba de Lázaro lloró, y hoy Jesús llora con nosotros, como lloró por Lázaro: el Evangelio repite dos veces que se conmovió (cf. vv. 33.38) y subraya que rompió a llorar (cf. v. 35). Al mismo tiempo, Jesús nos invita a no dejar de creer y esperar, a no dejarnos aplastar por sentimientos negativos, que se llevan sus lágrimas. Se acerca a nuestras tumbas y nos dice, como entonces: «Quitad la piedra» (v. 39). En estos momentos tenemos como una piedra dentro y el único capaz de quitarla es Jesús, con su palabra: «Quita la piedra».
Esto es lo que dice Jesús, también a nosotros. Quita la piedra: el dolor, los errores, incluso los fracasos, no los escondas dentro, en una habitación oscura, solitaria, cerrada. Quita la piedra: saca todo lo que hay dentro. «Ah, me avergüenza. Échamela con confianza, dice el Señor, no me escandalizaré; échamela sin miedo, porque yo estoy contigo, te amo y deseo que vuelvas a vivir». Y, como a Lázaro, nos repite a cada uno de nosotros: ¡Sal! ¡Levántate, vuelve al camino, recupera la confianza! Cuántas veces en la vida nos hemos encontrado así, en esta situación de no tener fuerzas para volver a levantarnos. Y Jesús: «¡Ve, sigue! Yo estoy contigo». Te llevo de la mano, dice Jesús, como cuando eras un niño y aprendías a dar tus primeros pasos. Querido hermano, querida hermana, quítate las vendas que te atan (cf. v. 45); por favor, no cedas al pesimismo que deprime, no cedas al miedo que aísla, no cedas al desánimo por el recuerdo de las malas experiencias, no cedas al miedo que paraliza. Jesús nos dice: «¡Te quiero libre, te quiero vivo, no te abandonaré y estoy contigo! Todo es oscuro, ¡pero yo estoy contigo! No dejes que el dolor te aprisione, no dejes que muera la esperanza. Hermano, hermana, ¡volved a la vida!». – «¿Y cómo lo hago?» – «Tómame de la mano», y Él nos toma de la mano. Déjate sacar: y Él es capaz de hacerlo. En estos malos tiempos que a todos nos suceden.
Queridos hermanos y hermanas, este pasaje del capítulo 11 del Evangelio de Juan, que da tanto gusto leer, es un himno a la vida, y se proclama cuando se acerca la Pascua. Quizás también nosotros en este tiempo llevamos en el corazón alguna carga o algún sufrimiento, que parece aplastarnos; alguna cosa mala, algún viejo pecado que no podemos sacar, algún error de juventud, nunca se sabe. Estas cosas malas tienen que salir. Y Jesús dice: «¡Sal!». Entonces es el momento de quitar la piedra y salir al encuentro de Jesús, que está cerca. ¿Podemos abrirle nuestro corazón y confiarle nuestras preocupaciones? ¿Lo hacemos? ¿Podemos abrir la tumba de los problemas, somos capaces, y mirar por encima del umbral, hacia su luz, o le tenemos miedo? Y a su vez, como pequeños espejos del amor de Dios, ¿somos capaces de iluminar los ambientes en los que vivimos con palabras y gestos de vida? ¿Damos testimonio de la esperanza y la alegría de Jesús? ¿Nosotros, pecadores, todos nosotros? Y también quisiera decir una palabra a los confesores: queridos hermanos, no olvidéis que también vosotros sois pecadores, y que estáis en el confesionario no para torturar, sino para perdonar, y perdonadlo todo, como el Señor lo perdona todo. María, Madre de la esperanza, renueva en nosotros la alegría de no sentirnos solos y la llamada a llevar la luz a las tinieblas que nos rodean.