El Papa Francisco envió una valiente carta a los obispos norteamericanos el día 10 de febrero de 2025. En ella, hace un llamado “a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados”. En ella, señala que “estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia”.
En el texto además, el Papa añade: “un auténtico Estado de Derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, las más pobres y marginadas. (…) Esto no obsta para promover la maduración de una política que regule la migración ordenada y legal. Sin embargo, la mencionada ‘maduración’ no puede construirse a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros. Lo que se construye a base de fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará.”
No es un secreto que el conservadurismo de extrema derecha norteamericano ha querido hacer creer a muchos católicos que el nuevo gobierno es una fórmula política conforme a la fe en Jesucristo. Dentro de esta mentalidad, se mezclan ideas procedentes de muy diversas fuentes, que son ingenuamente abrazadas sin sospechar que implican una profunda tergiversación de la fe católica, de una sana antropología, y de una sociedad ordenada, libre y respetuosa de los derechos humanos.
Algunas de estas ideas son: la “teología de la prosperidad” de cuño protestante que gradualmente ha encontrado simpatizantes en algunos grupos de élite católicos; las teorías de la conspiración de corte gnóstico que anuncian una infiltración secreta tanto del Estado como de la Iglesia; el “moralismo”, —tan denunciado por Benedicto XVI— que reduce el cristianismo a una propuesta meramente ética y que deja de lado la misericordia y la compasión respecto de los pobres y alejados de la Iglesia. Y por supuesto, una versión del “pensamiento libertario” con fuertes dosis de fascismo, que se distancia enormemente de la primacía de la dignidad de todas las personas, y de los principios de subsidiaridad, de solidaridad, del destino universal de los bienes, del auténtico bien común internacional, y de la opción preferencial por los pobres.
Los antecedentes de toda esta patológica cosmovisión, son fácilmente rastreables para el observador atento: el pensamiento contra-revolucionario francés, Charles Maurras, Carl Schmitt, Ayn Rand, Irving Kristol, Paul Gottfried, Richard Spencer, y el esoterismo de Julius Evola, entre otros.
El Papa Francisco, ante esta atmósfera altamente polucionada que actualmente ampara decisiones contra los más pobres y descartados, hace oír su voz en el escenario global: “la conciencia rectamente formada no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo”. Quiera Dios que los católicos descubramos que estamos llamados a dar testimonio a contracorriente, aprendiendo de Francisco. Tal vez, es hora de recordar que la Doctrina social cristiana enseña no sólo “principios permanentes” y “criterios de juicio”, sino también “directrices de acción”.