En la Cumbre sobre los Derechos de los Niños, el Papa Francisco transmitió un mensaje urgente a los líderes mundiales, subrayando que la protección de los menores debe ser una prioridad global. Denunció el sufrimiento prolongado de los niños, causado por la pobreza extrema, el trabajo infantil, la violencia y la trata de personas. El Santo Padre recordó que la indiferencia ante estas injusticias es una grave violación moral, instando a que cada niño sea tratado con dignidad, amor y respeto, independientemente de su situación o lugar de nacimiento.
Destacó que, aunque se ha avanzado en ciertos aspectos de la protección infantil, aún queda mucho por hacer, ya que millones de niños continúan siendo privados de su infancia y derechos fundamentales. El Papa instó a los gobiernos y a la sociedad en general a no permitir que el sufrimiento infantil sea una “normalidad” en un mundo que se dice civilizado. Reiteró que los derechos de los niños deben ser defendidos con urgencia y que la acción colectiva es esencial para garantizarles un futuro libre de abusos.
Además, el Santo Padre hizo un llamado a la esperanza, destacando el poder de la unidad y la colaboración internacional en la lucha por los derechos de los niños. En su intervención, también abogó por una mayor implicación de las familias, las instituciones y las comunidades locales para garantizar el bienestar de los menores, con un enfoque integral que cubra tanto sus necesidades materiales como emocionales.
El Papa concluyó su discurso recordando que cada niño es una bendición para el mundo, y que nuestra responsabilidad es proteger su futuro, dándoles las herramientas para crecer en un ambiente seguro y amoroso.
Texto completo:
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS LÍDERES MUNDIALES PARTICIPANTES EN LA CUMBRE SOBRE LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS
Sala Clementina
Lunes, 3 de febrero de 2025
Majestades,
queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo a los Señores Cardenales y a las personalidades presentes, con motivo del Encuentro mundial sobre los derechos de los niños titulado “Amémoslos y protejámoslos”. Les agradezco haber aceptado la invitación y confío en que, al compartir sus experiencias y competencias, podrán abrir nuevas vías para socorrer y proteger a los niños cuyos derechos son pisoteados e ignorados cada día.
Hoy en día, la vida de millones de niños está marcada por la pobreza, la guerra, la privación de la escuela, la injusticia y la explotación. Los niños y adolescentes de los países más pobres, o desgarrados por trágicos conflictos, se ven obligados a enfrentar pruebas terribles. Incluso el mundo más rico no es inmune a las injusticias. Allí donde, gracias a Dios, no se sufre por la guerra o el hambre, existen sin embargo periferias difíciles, donde los pequeños son a menudo víctimas de fragilidades y problemas que no podemos subestimar. De hecho, en mayor medida que antes, las escuelas y los servicios sanitarios deben hacer frente a niños ya golpeados por tantas dificultades, con jóvenes ansiosos o deprimidos, con adolescentes que toman caminos de agresividad o autolesión. Además, según la cultura eficientista, la infancia misma, como la vejez, es una “periferia” de la existencia.
Cada vez con más frecuencia, aquellos que tienen toda la vida por delante no logran mirarla con una actitud confiada y positiva. Los mismos jóvenes, que en la sociedad son signos de esperanza, luchan por reconocer la esperanza en sí mismos. Esto es triste y preocupante. «Por otro lado, cuando el futuro es incierto e impermeable a los sueños, cuando el estudio no ofrece salidas y la falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable arriesgan aniquilar los deseos, es inevitable que el presente se viva en la melancolía y el aburrimiento» (Bula Spes non confundit, 12).
No es aceptable lo que, lamentablemente, hemos visto casi todos los días últimamente, es decir, niños que mueren bajo las bombas, sacrificados a los ídolos del poder, de la ideología, de los intereses nacionalistas. En realidad, nada vale más que la vida de un niño. Matar a los pequeños significa negar el futuro. En algunos casos, los propios menores se ven obligados a luchar bajo el efecto de drogas. Incluso en los países donde no hay guerra, la violencia entre bandas criminales se vuelve igualmente mortal para los jóvenes y, a menudo, los deja huérfanos y marginados.
El individualismo exacerbado de los países desarrollados también es dañino para los más pequeños. A veces son maltratados o incluso asesinados por quienes deberían protegerlos y alimentarlos; son víctimas de peleas, de la descomposición social o mental, y de las dependencias de los padres.
Muchos niños mueren como migrantes en el mar, en el desierto o en las numerosas rutas de viajes de desesperada esperanza. Muchos otros sucumben por falta de cuidados o por distintos tipos de explotación. Son situaciones diferentes, pero ante las cuales nos planteamos la misma pregunta: ¿cómo es posible que la vida de un niño tenga que terminar así?
No. No es aceptable y debemos resistir a la habituación. La infancia negada es un grito silencioso que denuncia la iniquidad del sistema económico, la criminalidad de las guerras, la falta de cuidados médicos y de educación escolar. La suma de estas injusticias pesa especialmente sobre los más pequeños y débiles. En el ámbito de las organizaciones internacionales se llama «crisis moral global».
Hoy estamos aquí para decir que no queremos que todo esto se convierta en una nueva normalidad. No podemos aceptar acostumbrarnos. Algunas dinámicas mediáticas tienden a hacer a la humanidad insensible, provocando un endurecimiento general de las mentalidades. Corremos el riesgo de perder lo más noble en el corazón humano: la piedad, la misericordia. Más de una vez hemos compartido esta preocupación con algunos de ustedes que son representantes de comunidades religiosas.
Hoy más de cuarenta millones de niños son desplazados debido a los conflictos y alrededor de cien millones están sin hogar. Existe el drama de la esclavitud infantil: alrededor de ciento sesenta millones de niños son víctimas del trabajo forzado, la trata, los abusos y los diferentes tipos de explotación, incluidos los matrimonios obligados. Hay millones de niños migrantes, a veces con sus familias, pero a menudo solos: el fenómeno de los menores no acompañados es cada vez más frecuente y grave.
Muchos otros menores viven en un limbo por no haber sido registrados al nacer. Se estima que alrededor de ciento cincuenta millones de niños «invisibles» no tienen existencia legal. Este es un obstáculo para acceder a la educación o la asistencia sanitaria, pero sobre todo para ellos no hay protección legal y pueden ser fácilmente maltratados o vendidos como esclavos. ¡Y esto sucede! Recordemos a los pequeños rohingyas, que a menudo tienen dificultades para ser registrados, los niños indocumentados en la frontera con Estados Unidos, primeras víctimas de ese éxodo desesperado y de esperanza de miles que suben del sur hacia los EE.UU., y muchos otros.
Lamentablemente, esta historia de opresión de los niños se repite: si interpelamos a los ancianos, a los abuelos, sobre la guerra que vivieron cuando eran pequeños, emerge de su memoria la tragedia: la oscuridad – todo está oscuro durante la guerra, los colores casi desaparecen –, los olores repugnantes, el frío, el hambre, la suciedad, el miedo, la vida callejera, la pérdida de los padres, de la casa, el abandono, todo tipo de violencia. Yo crecí con los relatos de la Primera Guerra Mundial contados por mi abuelo, y esto me abrió los ojos y el corazón sobre el horror de la guerra.
Mirar con los ojos de quien ha vivido la guerra es la mejor manera de comprender el incalculable valor de la vida. Pero también escuchar a los niños que hoy viven en la violencia, la explotación o la injusticia sirve para reforzar nuestro “no” a la guerra, a la cultura del descarte y del beneficio, donde todo se compra y se vende sin respeto ni cuidado por la vida, sobre todo la pequeña e indefensa. En nombre de esta lógica del descarte, en la que el ser humano se hace omnipotente, la vida naciente es sacrificada mediante la práctica asesina del aborto. El aborto suprime la vida de los niños y corta la fuente de la esperanza de toda la sociedad.
Hermanas y hermanos, es importante escuchar: debemos darnos cuenta de que los niños pequeños observan, entienden y recuerdan. Y con sus miradas y silencios nos hablan. ¡Escuchémoslos!
Queridos amigos, les agradezco y les animo a aprovechar al máximo, con la ayuda de Dios, la oportunidad de este encuentro. Rezo para que su contribución ayude a construir un mundo mejor para los niños, ¡y por lo tanto para todos! Me da esperanza el hecho de que estamos aquí, todos juntos, para poner en el centro a los niños, sus derechos, sus sueños, su demanda de futuro. ¡Gracias a todos y que Dios les bendiga!