Esta tarde, el Santo Padre ha acudido en privado a la cárcel de mujeres de Rebibbia, en Roma, para celebrar la Santa Misa in Cœna Domini y encontrarse con las reclusas y los trabajadores del centro.
A su llegada, tras saludar a todos los que le esperaban fuera, el Papa presidió la Misa, concelebrada con el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias y Responsable de la Capilla Musical Pontificia, monseñor Diego Giovanni Ravelli. Junto a los reclusos, estuvo presente una representación de los funcionarios y del personal del centro penitenciario.
Tras la proclamación del Santo Evangelio, el Papa pronunció su homilía de forma extemporánea.
A continuación, como es costumbre, el Papa Francisco repitió el gesto de Jesús durante la Última Cena, cuando el Señor lavó los pies a sus discípulos, a 12 reclusas de diferentes nacionalidades.
Al final de la Santa Misa, la Directora del Centro Penitenciario, Dra. Nadia Fontana, dirigió unas palabras de agradecimiento al Santo Padre y ofreció como regalo una cesta de productos cultivados en la granja del interior del Centro Penitenciario, un rosario y dos estolas confeccionadas en los talleres de collares y costura por las propias internas. El Papa Francisco dejó como regalo un cuadro con la imagen de la Virgen.
A continuación abandonó el Instituto para regresar al Vaticano.
Publicamos a continuación la homilía que el Papa pronunció tras la proclamación del Evangelio:
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Homilía del Santo Padre
En este momento de la cena, dos episodios llaman nuestra atención. El lavatorio de los pies de Jesús: Jesús se humilla, y con este gesto nos hace caer en la cuenta de lo que había dicho: «No he venido a ser servido, sino a servir» (cf. Mc 10,45). Nos enseña el camino del servicio.
El otro episodio -triste- es la traición de Judas que no es capaz de llevar adelante el amor, y entonces el dinero, el egoísmo le llevan a esta cosa fea. Pero Jesús lo perdona todo. Jesús perdona siempre. Sólo pide que le pidamos perdón.
Una vez oí a una viejecita, una viejecita sabia, una abuela, del pueblo… Decía: ‘Jesús no se cansa nunca de perdonar: somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón’. Pidamos hoy al Señor la gracia de no cansarnos.
Siempre, todos tenemos pequeños fracasos, grandes fracasos: cada uno tiene su historia. Pero el Señor siempre nos espera, con los brazos abiertos, y nunca se cansa de perdonar.
Ahora vamos a hacer el mismo gesto que hizo Jesús: lavar los pies. Es un gesto que llama la atención sobre la vocación de servicio. Pidamos al Señor que nos haga crecer, a todos, en la vocación de servicio.
Gracias.