“El Señor nos pide la humildad para acogerle” dijo el Papa Francisco durante la oración del Ángelus de este domingo, 4 de diciembre de de 2022, a los peregrinos y fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas fueron las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
***
Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, feliz domingo!
Hoy, segundo domingo de Adviento, el Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan Bautista. El texto dice que “llevaba un vestido de piel de camello”, que “se alimentaba de saltamontes y miel, miel, silvestre” (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión y decía así: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (v. 2) y predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. Pero entonces nos preguntamos: ¿Por qué la Iglesia lo propone cada año como el principal compañero de viaje durante el tiempo de Adviento, durante este tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?
En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad, escuchad bien esto: alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular. Aquellos fariseos y saduceos se sentían satisfechos y frente al llamamiento cortante del Bautista, se justificaban diciendo: “Tenemos por padre a Abrahán” (v. 9). Así, entre falsedades y conjeturas, no aprovecharon la ocasión de la gracia, la oportunidad de comenzar una vida nueva: estaban cerrados en la presunción de ser justos. Por ello, Juan les dice: “Dad el fruto que pide la conversión” (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!” De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. La hipocresía es un peligro grave. Por eso el Bautista – como después también Jesús – es duro con los hipócritas – podemos leer, por ejemplo, el capítulo 23 de Mateo donde Jesús habla a los hipócritas del tiempo, tan fuerte – y, ¿por qué hace así el Bautista y también Jesús? Para sacudirlos. En cambio, aquellos que se sentían pecadores “acudían a él […] confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán” (v. 5). Es así, es así: para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad; este es el camino para acoger a Dios, no la destreza: “somos fuertes, somos un pueblo grande…”, no, la humildad: “soy un pecador”; pero no en abstracto, no: “porque esto, esto, esto”, cada uno de nosotros debe confesarse a sí mismo, primero los propios pecados, las propias faltas, las propias hipocresías; hay que bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento.
Queridos hermanos y hermanas, Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos? Tal vez miramos a los demás por encima del hombro, pensando que somos mejores que ellos, que tenemos las riendas de nuestra vida, que no necesitamos cada día a Dios, a la Iglesia, a los hermanos y olvidamos que solamente en un caso es lícito mirar a otro desde arriba hacia abajo: cuando es necesario ayudarlo a levantarse, el único caso, los demás casos de mirar desde arriba hacia abajo no son lícitos. Tal vez pensamos que somos mejores que los demás, que no necesitamos cada día a la Iglesia. El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras – cada uno de nosotros tiene una – y ponernos a la fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad: purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y a hermanas, a pecadores como nosotros y en Jesús ver al Salvador que viene para nosotros, no para los demás, para nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados.
Y recordemos de nuevo una cosa: con Jesús la posibilidad de volver a comenzar siempre existe. Nunca es demasiado tarde, siempre está la posibilidad de volver a comenzar, tened valor, Él está cerca de nosotros en este tiempo de conversión. Cada uno puede pensar: “Tengo esta situación dentro, este problema que me avergüenza…” Pero Jesús está cerca de ti, vuelve a comenzar, siempre existe la posibilidad de dar un paso más. Él nos espera y no se cansa nunca de nosotros. ¡Nunca se cansa! Y nosotros somos tediosos pero nunca se cansa. Escuchemos el llamamiento de Juan Bautista para volver a Dios y no dejemos pasar este Adviento como los días del calendario porque este es un tiempo de gracia, de gracia también para nosotros, ahora, aquí. Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a encontrarle a Él, a Jesús y a los hermanos en el sendero de la humildad, que es el único que nos hará avanzar.