El Papa: El Evangelio es una palabra viva y cierta, que nunca defrauda

Homilía, Domingo de la Palabra de Dios

Este 26 de enero, el Santo Padre presidió en la Basílica de San Pedro, la Santa Misa en el Domingo de la Palabra de Dios, en el cual instituyó a 40 nuevos lectores de diferentes partes del mundo y con la cual se concluyó el Jubileo del Mundo de la Comunicación. El Pontífice: “La Palabra de Dios está viva; camina con nosotros a través de los siglos y actúa en la historia por el poder del Espíritu Santo”.

Publicamos a continuación la homilía que el Papa Francisco pronunció tras la proclamación del Evangelio:

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Homilía del Papa

El Evangelio que hemos escuchado nos anuncia el cumplimiento de una profecía colmada del Espíritu Santo. Y quien la cumple es Aquel que viene «con el poder del Espíritu» (Lc 4,14): es Jesús, el Salvador.

La Palabra de Dios está viva; camina con nosotros a través de los siglos y actúa en la historia por el poder del Espíritu Santo. El Señor, en efecto, permanece siempre fiel a su promesa, que mantiene por amor a los hombres. Precisamente así lo dice Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21).

Hermanas y hermanos, ¡qué feliz coincidencia! En el Domingo de la Palabra de Dios, aún en los inicios del Jubileo, se proclama esta página del Evangelio de Lucas, en la que Jesús se revela como el Mesías «consagrado por la unción» (v. 18) y enviado a «proclamar un año de gracia del Señor» (v. 19). Jesús es la Palabra viviente, en la que todas las Escrituras encuentran pleno cumplimiento. Y nosotros, en el hoy de la santa Liturgia, somos sus contemporáneos. También nosotros, llenos de estupor, abramos el corazón y la mente para escucharlo, pues «cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 7). He dicho una palabra: estupor. Cuando a nosotros se nos proclama el Evangelio, las palabras de Dios, no se trata sólo de escuchar, de enterder; no. Esas palabras deben llegar al corazón y causar lo que he mencionado: “estupor”. La Palabra de Dios siempre nos sorprende, siempre nos renueva, entra en el corazón y nos renueva siempre.

Y con esta actitud de fe gozosa estamos invitados a acoger la antigua profecía como proveniente del Corazón de Cristo, deteniéndonos en las cinco acciones que caracterizan la misión del Mesías: una misión única y universal; única, porque Él, sólo Él, la puede realizar; universal, porque quiere incluir a todos.

En primer lugar, Él es enviado «a llevar la buena noticia a los pobres» (v. 18). Este es el “evangelio”, la buena noticia que Jesús proclama: ¡el Reino de Dios está cerca! Y cuando Dios reina, el hombre está salvado. El Señor viene a visitar a su pueblo, haciéndose cargo del humilde y del pobre. Este Evangelio es palabra de compasión, que nos llama a la caridad, a condonar las deudas del prójimo y a un generoso compromiso social. No olvidemos que el Señor es cercano, misericordioso y compasivo. Cercanía, misericordia y compasión son el estilo de Dios. Él es así: misericordioso, cercano, compasivo.


La segunda acción de Cristo es «anunciar la liberación a los cautivos» (v. 18). Hermanos, hermanas, el mal tiene los días contados, porque el futuro es de Dios. Con la fuerza del Espíritu, Jesús nos redime de toda culpa y libera nuestro corazón, lo libera de de toda cadena interior, llevando el perdón del Padre al mundo. Este Evangelio es palabra de misericordia, que nos llama a ser testigos apasionados de paz, solidaridad y reconciliación.

La tercera acción, con la que Jesús cumple la profecía, es dar «la vista a los ciegos» (v. 18). El Mesías nos abre los ojos del corazón, a menudo deslumbrado por la fascinación del poder y de la vanidad; enfermedades del alma que impiden reconocer la presencia de Dios y que hacen invisibles a los débiles y a los que sufren. Este Evangelio es palabra de luz, que nos llama a la verdad, al testimonio de la fe y a la coherencia de la vida.

La cuarta acción es «dar la libertad a los oprimidos» (v. 18). Ninguna esclavitud resiste a la acción del Mesías, que nos hace hermanos en su nombre. Las prisiones de la persecución y de la muerte son abiertas de par en par por el poder compasivo de Dios; porque este Evangelio es palabra de libertad, que nos llama a la conversión del corazón, a la honestidad del pensamiento y a la perseverancia en la prueba.

Por último, la quinta acción: Jesús es enviado a «proclamar un año de gracia del Señor» (v. 19). Se trata de un tiempo nuevo, que no desgasta la vida, sino que la regenera. Es un Jubileo, como el que hemos comenzado, preparándonos con esperanza al encuentro definitivo con el Redentor. El Evangelio es palabra de alegría, que nos llama a la acogida, a la comunión y a caminar, como peregrinos, hacia el Reino de Dios.

Por medio de estas cinco acciones, Jesús ya cumplió la profecía de Isaías. Realizando nuestra liberación, nos anuncia que Dios se acerca a nuestra pobreza, nos redime del mal, ilumina nuestros ojos, quiebra el yugo de la opresión y nos hace entrar en el júbilo de un tiempo y de una historia en los que Él se hace presente, para caminar con nosotros y conducirnos a la vida eterna. La salvación que Él nos da todavía no está realizada plenamente, lo sabemos; y sin embargo guerras, injusticias, dolor y muerte no tendrán la última palabra. El Evangelio, en efecto, es palabra viva y segura, que nunca defrauda. El Evangelio no defrauda jamás.

Hermanos y hermanas, en el domingo dedicado de manera especial a la Palabra de Dios, agradecemos al Padre por habernos dado su Verbo, hecho hombre para la salvación del mundo. Este es el acontecimiento del que hablan todas las Escrituras, que tienen como verdaderos autores a los hombres y al Espíritu Santo (cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 11). Toda la Biblia hace memoria de Cristo y de su obra y el Espíritu la actualiza en nuestra vida y en la historia. Cuando nosotros leemos las Escrituras, cuando oramos con ellas y las estudiamos, no recibimos sólo informaciones sobre Dios, sino que acogemos el Espíritu que nos recuerda todo lo que Jesús ha dicho y ha hecho (cf. Jn 14,26). De ese modo, nuestro corazón, inflamado por la fe, aguarda en la esperanza la llegada del Reino de Dios.Hermanos, hermanas, necesitamos estar más acostumbrados a leer las Escrituras. Me gusta recomendar que cada uno tenga un pequeño Evangelio, un pequeño Nuevo Testamento de bolsillo, y lo lleve en el bolso, siempre consigo, para sacarlo durante el día y leerlo. Un pasaje, dos pasajes … Y así, durante el día, tenemos contacto con el Señor. Un Evangelio pequeñito es suficiente.

Respondamos con entusiasmo al gozoso anuncio de Cristo. El Señor, en efecto, no nos ha hablado como a oyentes mudos, sino como a testigos, llamándonos a evangelizar en todo tiempo y en todo lugar. Hoy han venido aquí cuarenta hermanos y hermanas de diversas partes del mundo para recibir el ministerio del lectorado. Gracias. Se lo agradecemos y rezamos por ellos. Rezamos por todos ustedes. Comprometámonos todos a llevar la buena noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y a proclamar un año de gracia del Señor. Entonces sí, hermanas y hermanos, transformaremos el mundo conforme a la voluntad de Dios, que lo ha creado y redimido por amor. Muchas gracias.