El Papa a los artistas: Su misión no sólo es crear belleza, sino revelar la verdad

Homilía, Jubileo de los Artistas y del Mundo de la Cultura

Debido a la imposibilidad del Papa Francisco de presidir la Misa del Jubileo de los artistas a causa de su hospitalización, el Prefecto del Dicastero para la Cultura y la educación, S. Em. el cardenal José Tolentino de Mendonça, sustituye al Pontífice y lee su homilía.

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Homilía del Santo Padre

En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús proclama las Bienaventuranzas frente a los discípulos y a una multitud de personas. Las hemos escuchado muchas veces y, sin embargo, no dejan de sorprendernos: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!» (Lc 6,20-21). Estas palabras invierten la lógica del mundo y nos invitan a mirar la realidad con ojos nuevos, con la mirada de Dios, que ve más allá de las apariencias y reconoce la belleza, aun en la fragilidad y en el sufrimiento.

La segunda parte tiene palabras duras y de advertencia: «¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!» (Lc 6,24-25). El contraste entre “felices ustedes” y “ay de ustedes” nos remite a la importancia de discernir dónde ponemos nuestra seguridad.

Ustedes, artistas y personas de cultura, están llamados a ser testigos de la visión revolucionaria de las Bienaventuranzas. Su misión no sólo es crear belleza, sino revelar la verdad la bondad y la belleza escondidas en los pliegues de la historia, de dar voz a quien no tiene voz, de transformar el dolor en esperanza.

Vivimos un tiempo de crisis compleja, que es económica y social y, ante todo, es crisis del alma, crisis de significado. Nos planteamos cuestiones sobre el tiempo y la orientación. ¿Somos peregrinos o errantes? ¿Caminamos con una meta o estamos dispersos deambulando? El artista es aquel o aquella que tiene la tarea de ayudar a la humanidad a no perder la dirección, a no extraviar el horizonte de la esperanza.

Pero, atención, no una esperanza fácil, superficial, desencarnada. ¡No! La verdadera esperanza se entrelaza con el drama de la existencia humana. No es un refugio cómodo, sino un fuego que arde e ilumina, como la Palabra de Dios. Por eso el arte auténtico es siempre un encuentro con el misterio, con la belleza que nos supera, con el dolor que nos interroga, con la verdad que nos llama. De otro modo, “¡ay!”. El Señor es severo en su exhortación.


Como escribe el poeta Gerard Manley Hopkins, «el mundo está cargado de la grandeza de Dios. / Flamea de pronto, como relumbre de oropel sacudido». Esta es la misión del artista: descubrir y revelar esa grandeza escondida, hacerla visible a nuestros ojos y a nuestros corazones. El mismo poeta percibía también en el mundo un «eco de plomo» y un «eco de oro». El artista es sensible a esas resonancias y, con su obra, realiza un discernimiento y ayuda a los demás a discernir entre los diferentes ecos de los hechos de este mundo. Y los hombres y las mujeres de cultura están llamados a valorar esos ecos, a explicárnoslos y a iluminar el camino por el que nos llevan; si son cantos de sirenas que nos seducen o bien llamadas de nuestra humanidad más verdadera. Se les pide una sabiduría para distinguir lo que es como «paja que se lleva el viento» de aquello que es sólido «como un árbol plantado al borde de las aguas» y capaz de dar fruto (cf. Sal 1,3-4).

Queridos artistas, veo en ustedes unos custodios de la belleza que sabe inclinarse ante las heridas del mundo, que sabe escuchar el grito de los pobres, de los que sufren, de los heridos, de los presos, de los perseguidos, de los refugiados. Veo en ustedes unos custodios de las Bienaventuranzas. Vivimos en una época en la que se levantan nuevos muros, en la que las diferencias se vuelven un pretexto para la división más que una ocasión de enriquecimiento mutuo. Pero ustedes, hombres y mujeres de cultura, están llamados a construir puentes, a crear espacios de encuentro y de diálogo, a iluminar las mentes y a encender los corazones.

Alguno podría decir: “Pero, ¿para qué sirve el arte en un mundo herido? ¿No hay quizá cosas más urgentes, más concretas, más necesarias?”. El arte no es un lujo, sino una necesidad del espíritu. No es huida, sino responsabilidad, invitación a la acción, llamada, grito. Educar en la belleza significa educar en la esperanza. Y la esperanza nunca está separada del drama de la existencia; atraviesa la lucha cotidiana, las fatigas de la vida, los desafíos de nuestro tiempo.

En el Evangelio que hoy hemos escuchado, Jesús proclama bienaventurados a los pobres, a los afligidos, a los pacientes, a los perseguidos. Es una lógica invertida, una revolución de la perspectiva. El arte está llamado a participar en esta revolución. El mundo tiene necesidad de artistas proféticos, de intelectuales valientes, de creadores de cultura.

Déjense guiar por el Evangelio de las Bienaventuranzas, y que el arte que hacen sea anuncio de un mundo nuevo; que su poesía nos lo haga ver. No dejen nunca de buscar, de interrogar, de arriesgar. Porque el verdadero arte nunca es cómodo, ofrece la paz de la inquietud. Y recuerden: la esperanza no es una ilusión; la belleza no es una utopía; el don que tienen no es una casualidad, es una llamada. Respondan con generosidad, con pasión, con amor.