El obstáculo de la vergüenza

La timidez y la vergüenza son termómetros de nuestra humildad

Foto de Renaud Confavreux en Unsplash

La vergüenza es un sentimiento derivado de la inseguridad y la dependencia de la opinión externa.  La persona que siente vergüenza experimenta un gran malestar al negarse a sí misma e intentar adaptarse a las expectativas de los demás.

La vergüenza desea que nos volvamos invisibles y para ello es capaz de poner en marcha muchas estrategias. Es la enemiga de la visibilidad de la presencia.  Es una emoción difícil que aparece para ocultar quiénes somos, porque el miedo y la inseguridad le han informado de que lo pasaremos mal.

La persona que experimenta vergüenza, vive atemorizada por el miedo a que los demás descubran sus debilidades, que no son otras que ser ella misma.  El origen de esta emoción suele encontrarse en una experiencia en la que la persona sintió o le hicieron sentir que no se comportó como debía. De esta manera quedó marcada.

Es tanto su miedo que el bloqueo surge como defensa para protegerla, a la vez que se sumerge en un profundo estado de frustración.

La falta de autoestima nos conduce a mirarnos con desprecio y nos ridiculizamos sin piedad. Es una sensación instantánea ante situaciones inesperadas.   Todo empieza con un pensamiento de autodesvalorización y la creencia de que la persona que tenemos delante piensa lo mismo, el resultado es el sonrojo o el encogimiento del cuerpo.

Nos damos cuenta de nuestra vergüenza y que los demás se percatan de ello. Esto hace que la incomodidad aumente, la mente ordena la huida y el cuerpo obedece escapando del contacto social.  Esto es cuando la situación ha llegado de forma inesperada. Sino haremos lo que sea para evitarla.

La vergüenza nos condena al ostracismo social y la inseguridad de mostrarnos con naturalidad, nos reduce a la versión más pobre de nuestra identidad. La timidez y la vergüenza se notan más por dentro que por fuera, aunque nos parece que no es así.

La relación que tenemos con el aspecto de nuestro cuerpo puede ser también un ejemplo de lo despiadados que podemos llegar a ser con nosotros mismos. Los complejos de inferioridad derivados de nuestra estética corporal nos puede llevar en ocasiones a la esclavización obsesiva de rutinas.  La gordofobia y los tamaños corporales son sufridos en una cultura tiranizada por el culto al cuerpo.


La soledad. Nos da vergüenza que nos vean solos. El sentir que no pertenecemos a un grupo o que no tenemos familia hace que nos sintamos como unos apestados sociales.

Nos sentimos observados y atrapados en una postura inferior. La vergüenza nos lleva a pensar que tenemos la culpa de lo que nos pasa.

Tener vergüenza implica por un lado, experimentar emociones como la culpa y el miedo, y por otro mecanismos como la perfección y el control para superar el sentimiento de inadecuación.

La vergüenza es ese miedo a ser, a mostrar lo que uno es, a optar por ser invisible para no ser objetivo de críticas. Eso implica una falta de respeto y tolerancia a uno mismo, con baja autoestima y envuelve a la persona en un filtro negativo y de autodesprecio.

Me gusta pensar que sentir vergüenza es también una virtud, de lo contrario seríamos “sinvergüenzas”. La timidez y la vergüenza son termómetros de nuestra humildad y nos pueden ayudar a ver a las otras personas sin sentirnos más que nadie. Si pudiéramos modularlo un poco para no sentirnos de menos, lograríamos tener relaciones sociales más humanas. Nos veríamos ante los espejos de los demás con respeto y aprecio recíproco.

Juan Andrés Segura – Colaborador de Enraizados