«El Obispo de Roma» es un documento del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos: recoge el fruto de los diálogos ecuménicos sobre el ministerio del Papa en respuesta a la invitación formulada hace casi treinta años por Juan Pablo II a raíz de los pasos dados desde el Concilio Vaticano II. Se trata de buscar una forma de ejercicio del primado que sea compartida por las Iglesias que vivieron en plena comunión en los primeros siglos. Aunque no todos los diálogos teológicos «han tratado el tema al mismo nivel o con la misma profundidad», sí es posible señalar algunos «nuevos enfoques» de las cuestiones teológicas más controvertidas.
Releer los textos petrinos
Uno de los frutos de los diálogos teológicos es una lectura renovada de los «textos petrinos», que históricamente se han convertido en un obstáculo para la unidad entre los cristianos. «Se ha desafiado a los participantes en el diálogo a evitar proyecciones anacrónicas de desarrollos doctrinales posteriores y a considerar de nuevo el papel de Pedro entre los apóstoles». Por ejemplo, «se ha redescubierto una diversidad de imágenes, interpretaciones y modelos en el Nuevo Testamento, mientras que nociones bíblicas como episkopé (el ministerio de supervisión), diaconía y el concepto de “función petrina” han ayudado a desarrollar una comprensión más completa de los “textos petrinos”».
El origen de la primacía
Otra cuestión controvertida es la concepción católica de la primacía del Obispo de Roma como una institución de derecho divino, mientras que la mayoría de los demás cristianos la entienden sólo como una institución de derecho humano. «Las clarificaciones hermenéuticas», se lee en el documento, «han ayudado a poner esta dicotomía tradicional en una nueva perspectiva», considerando la primacía tanto de derecho divino como humano, es decir, «como parte de la voluntad de Dios para la Iglesia y mediada a través de la historia humana». Los diálogos hicieron énfasis en la distinción «entre la esencia teológica y la contingencia histórica de la primacía» y pidieron «una mayor atención y evaluación del contexto histórico que ha condicionado el ejercicio de la primacía en diferentes regiones y épocas».
El Vaticano I
Un obstáculo importante son las definiciones dogmáticas del Concilio Vaticano I. Varios diálogos ecuménicos han hecho «progresos prometedores al emprender una “relectura” o “re-recepción” de este Concilio, abriendo nuevas vías para una comprensión más precisa de su enseñanza», también a la luz de los contextos históricos y de la enseñanza del Vaticano II. Así, se dio una lectura diferente a la definición dogmática de la jurisdicción universal del Papa, «identificando su extensión y sus límites». Asimismo, se pudo aclarar «la formulación del dogma de la infalibilidad e incluso acordar algunos aspectos de su finalidad, reconociendo la necesidad, en determinadas circunstancias, de un ejercicio personal del ministerio de la enseñanza, dado que la unidad de los cristianos es una unidad en la verdad y en el amor». A pesar de estas aclaraciones, reconoce el documento, «los diálogos siguen expresando preocupaciones sobre la relación de la infalibilidad con la primacía del Evangelio, la indefectibilidad de toda la Iglesia, el ejercicio de la colegialidad episcopal y la necesidad de la recepción».
Un ministerio para la Iglesia reconciliada
Muchos diálogos teológicos han reconocido «la necesidad de una primacía a nivel universal». Refiriéndose a la tradición apostólica, algunos diálogos sostienen que, desde los orígenes mismos de la Iglesia, el cristianismo se fundó sobre sedes apostólicas principales que ocupaban un orden específico, de las cuales la Sede de Roma fue la primera». Algunos diálogos han señalado que existe una interdependencia mutua entre primacía y sinodalidad en todos los niveles de la vida de la Iglesia: local, regional, pero también universal. Otro argumento a favor, de naturaleza más pragmática, se refiere al contexto contemporáneo de la globalización y las necesidades misioneras. Los diálogos teológicos han identificado algunos criterios del primer milenio «como puntos de referencia y fuentes de inspiración para el ejercicio aceptable de un ministerio de unidad a nivel universal, tales como: el carácter informal -y no principalmente jurisdiccional- de las expresiones de comunión entre las Iglesias; la “primacía de honor” del Obispo de Roma; la interdependencia entre las dimensiones primada y sinodal».
Primacía y sinodalidad
En muchos diálogos se reconoce que el primer milenio de la historia cristiana no debe, sin embargo, «idealizarse ni recrearse sin más», también porque una primacía a nivel universal debe responder a los desafíos contemporáneos. Por lo tanto, se identificaron algunos principios para el ejercicio de la primacía en el siglo XXI: «Un primer acuerdo general es la interdependencia mutua de la primacía y la sinodalidad en todos los niveles de la Iglesia y la consiguiente necesidad de un ejercicio sinodal de la primacía. Otro acuerdo se refiere a la articulación entre «la dimensión “comunitaria” basada en el sensus fidei de todos los bautizados; la dimensión “colegial”, expresada sobre todo en la colegialidad episcopal; y la dimensión “personal” expresada por la función primada». Una cuestión crucial es la relación entre la Iglesia local y la Iglesia universal, que tiene importantes consecuencias para el ejercicio de la primacía. Los diálogos ecuménicos han ayudado a ponerse de acuerdo «sobre la simultaneidad de estas dimensiones, insistiendo en que la relación dialéctica entre la Iglesia local y la Iglesia universal no puede separarse».
Papel de las conferencias episcopales
Muchos diálogos subrayaron «la necesidad de un equilibrio entre el ejercicio del primado a nivel regional y universal, señalando que en la mayoría de las comuniones cristianas el nivel regional es el más relevante para el ejercicio del primado y también para su actividad misionera». Algunos diálogos teológicos con comuniones cristianas occidentales, constatando una «asimetría» entre estas comuniones y la Iglesia católica, piden un refuerzo de las conferencias episcopales católicas, también a nivel continental» y una descentralización inspirada en el modelo de las antiguas Iglesias patriarcales.
Tradiciones y subsidiariedad
A continuación, se subraya la importancia del principio de subsidiariedad: «ningún asunto que pueda tratarse adecuadamente en un nivel inferior debe llevarse a un nivel superior». Algunos diálogos aplican este principio para definir un modelo aceptable de «unidad en la diversidad» con la Iglesia católica, argumentando que «el poder del Obispo de Roma no debe exceder lo necesario para el ejercicio de su ministerio de unidad a nivel universal y sugieren una limitación voluntaria en el ejercicio de su poder al tiempo que reconocen que necesitará un grado suficiente de autoridad para hacer frente a los numerosos desafíos y complejas obligaciones de su ministerio».
Sugerencias prácticas de trabajo
Una primera propuesta es la de una nueva interpretación por parte de la Iglesia católica de las enseñanzas del Vaticano I con «nuevas expresiones y vocabulario fieles a la intención original, pero integrados en una eclesiología de comunión y adaptados al contexto cultural y ecuménico actual». También se propone una distinción más clara entre las distintas responsabilidades del Obispo de Roma, «en particular entre su ministerio patriarcal en la Iglesia occidental y su ministerio primacial de unidad en la comunión de las Iglesias». Además se pide un mayor énfasis en el ejercicio del ministerio del Papa en su Iglesia particular, la diócesis de Roma.
La tercera recomendación se refiere al desarrollo de la sinodalidad dentro de la Iglesia católica. En particular, se sugiere «una mayor reflexión sobre la autoridad de las conferencias episcopales católicas nacionales y regionales, su relación con el Sínodo de los Obispos y la Curia romana». A nivel universal, subrayan la necesidad de una mejor implicación de todo el pueblo de Dios en los procesos sinodales». Finalmente, una última propuesta se refiere a la «promoción de la “comunión conciliar” a través de encuentros regulares entre los líderes de la Iglesia en todo el mundo», y la promoción de la sinodalidad entre las Iglesias con consultas regulares y acciones y testimonios conjuntos entre obispos y primados.