Cuando estuve en Medjugorje hace ya varios años, en una visita a Tijalina, un sacerdote nos contó una anécdota que muchas veces vuelvo a recordar.
Hablaba de cómo en una época de sequía, un grupo de personas se pusieron a rezar para pedir la lluvia que tanto necesitaban. Un día después de la oración se pusieron en marcha hacia algún lugar. Había en el grupo un niño que, antes de salir, cogió un paraguas. Extrañados, le preguntaron que a dónde iba con él, ya que en el cielo no había ni una sola nube. El niño sorprendido por la pregunta y, con la inocencia y la sencillez propias de esta etapa de la vida, les respondió que se llevaba su paraguas porque seguro que iba a llover. ¿No se lo habían pedido al Señor? Por tanto, para no mojarse era lógico que lo cogiera.
Qué gran fe. Me recuerda mucho a la del centurión y a la de la hemorroísa del Evangelio.
Para mí el 2025 ha comenzado de una manera agridulce. Y es que una de las cosas que marcan el paso a la adultez ya madura- como es mi caso- es que a tu alrededor empiezan a tener bastante presencia las tristes noticias de grandes personas que se marchan de este mundo.
Unas veces, ni siquiera las conoces, pero de tanto rezar por ellas y por su curación ya son parte de ti, como es el caso del sacerdote D. Ignacio Belzunce. Otras, en cambio, el dolor se vuelve más agudo, puesto que la partida es de una persona a la que quieres y que ha sido o es importante en tu vida. Es el caso de mi hermanita de Emaús, Marta.
En estos primeros días de enero el agradecimiento por mi vida, por quién soy y por todo lo que tengo – que es mucho -, se entremezcla finamente con la tristeza e, incluso, la incomprensión ante el sufrimiento y la muerte de personas que por edad no les tocaba haberse marchado.
La ilusión y esperanza por el camino que se abre ante mí – 360 días por delante- se enfrenta con la realidad de la fragilidad y vulnerabilidad de la persona humana.
Por eso a los Reyes Magos, este año les he pedido tres cosas y no materiales. Normalmente mi carta es bastante extensa pero otro signo de que te vas haciendo mayor es que ves la cantidad de cosas que te sobran por ser superfluas y poco consistentes y cómo, sin quererlo, puedes estar intentando llenar tu vida con aquello que nunca lo hará.
Cuando creces, si no estás absorbido por lo que se llama mundanidad, caes en la cuenta de lo que realmente es importante. Y es que lo esencial y lo profundamente vital, no se mide ni se pesa en metros o en kilos ni siquiera es cuantificable en dinero.
Y cuando te vas de aquí, lo que solo te puedes llevar contigo y dejar a los tuyos, es lo que te has dado y entregado a los otros. Lo que te has compartido. Lo que has amado. Ahí está tu huella. En lo pequeño de tu realidad. En lo ordinario que se vuelve extraordinario si lleva el ingrediente de la entrega de uno mismo.
Estos días leyendo testimonios de muchas personas que conocieron a D. Ignacio y dejando pasar de nuevo por mi corazón todo lo vivido junto a Marta estos años, hago experiencia una vez más de esta gran verdad que muchas veces leemos en redes sociales en forma de post de autoayuda pero que es la vida misma. Vivir el presente y cada momento, como lo que es, único. Vivir saboreando la vida. Vivir estando y dando testimonio de un Amor que todo lo puede.
Por eso, este año, en mi carta a los Reyes Magos me he pedido: la fe del niño del paraguas para, a pesar de, y pase lo que pase, no olvidarme de quién soy y hacia dónde camino. Para vivirme con la sencillez de un niño y dejarme envolver por el asombro ante el amanecer de cada día. Mi querida Marta, pese a su enfermedad, vivió así cada día, con una férrea confianza en que todo es para bien, aunque no seamos capaces de entenderlo.
Me he pedido también, una gran dosis de alegría. De esa que no depende de si las cosas van mejor o peor. De la que nace de lo profundo de la persona por saber que pase lo que pase, Dios siempre está. Si esto lo crees con la confianza del niño del paraguas ¿no es verdad que es para estar alegre? La vida es un regalo precioso, pero eso no le quita la dureza de ser vivida. La fe no es una pócima mágica que te envuelve de un idealismo o de un optimismo “bobo” o poco realista. No te mantiene al margen del dolor y el sufrimiento, pero te abre a una esperanza en el porvenir que se vuelve roca en la que asentar tu vida y soportar los envistes del mundo.
Y, por último, a mis queridos Melchor, Gaspar y Baltasar, les he pedido que me ayuden a ser capaz de recomenzar cada día. De no vivir resignada ni aletargada, ni con la mirada puesta en mi ombligo. Que pueda ser un poquito como mi amiga Marta, D. Ignacio y tantos otros que con su ejemplo me ayudan a recalcular la ruta.
Como los Reyes son sabios estoy segura de que sabrán lo que necesito para lograr este propósito. Así que se lo dejo a ellos.
Espero y deseo que este año los Reyes nos hayan traído a ti que me lees y a mí, muchas cosas de esas que, como dice mi amigo Iñigo, no pesan, pero dejan enorme poso.