Esta mañana, sábado, 25 de mayo de 2024, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en Audiencia a los participantes al Encuentro Internacional promovido por «Somos Community Care» en colaboración con la Pontificia Academia para la Vida.
El Papa Francisco ha recordado momentos personales y preciosos de su pasado, sobre todo aquellos relacionados con su médico de familia, durante la audiencia con los participantes en un encuentro internacional promovido por «Somos Community Care«, una asociación de médicos sin ánimo de lucro.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes durante la Audiencia:
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Discurso del Santo Padre
Queridos amigos, ¡buenos días y bienvenidos!
Me alegro de encontrarme con vosotros. Saludo al doctor Ramón Tallaj, fundador de SOMOS Community Care, y a monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida. Juntos, en estos días, habéis querido reflexionar sobre la importancia de revalorizar el papel y la presencia, en el ámbito sanitario y social, del médico de familia, y esto está muy bien, porque es una figura fundamental, que aúna competencia y proximidad. Por ello, me gustaría destacar brevemente dos aspectos de esta misión, partiendo precisamente de su definición: el de ser médico y el de ser «de la familia».
Primero: el médico, es decir, el que cuida. Hoy en día, la ciencia ha hecho grandes progresos. Podemos acceder a terapias inimaginables hace sólo unas décadas. Pero la medicina, incluso la más tecnificada, es siempre ante todo un encuentro humano, hecho
de cuidados, de cercanía y de escucha, y ésta es la misión del médico de familia. Cuando estamos enfermos, en el médico buscamos, además del profesional competente, una presencia amiga con la que podamos contar, que nos infunda confianza en nuestra recuperación y que, incluso cuando ésta no es posible, no nos deje solos, sino que siga mirándonos a los ojos y asistiéndonos, hasta el final. San Lucas -a quien san Pablo llama «el querido médico» (Col 4,14)-, ¡un colega suyo! – describe así la actuación de Jesús con los enfermos (cf. Lc 5,12-26; 8,40-56): Jesús se acercaba a ellos, entraba en sus casas, les hablaba, les escuchaba, les acogía en su sufrimiento y les curaba. El médico de familia es así, presente, cercano, capaz de dar calor además de asistencia profesional, porque conoce personalmente a sus pacientes y a sus seres queridos y camina con ellos, día a día, incluso a costa de sacrificios.
De niño, recuerdo al médico de la familia que venía a casa, nos curaba; también recuerdo a la comadrona de la familia porque éramos cinco, así que cuando venía aquella mujer con la maleta, ¡sabíamos que venía un hermanito! Tengo muy buenos recuerdos del médico de la familia de entonces. Y esto nos lleva a la segunda razón por la que su papel es valioso: ser una persona «familiar». Es la dimensión comunitaria de los cuidados, que requiere «contextualizar […] a cada paciente en sus relaciones» y en sus «vínculos afectivos y sociales»[1]. [En efecto, la presencia del médico de familia contribuye a rodear al enfermo de una red de afecto, de compartir y de solidaridad, que va más allá de la fase diagnóstico-terapéutica, reforzando las relaciones humanas, haciendo del sufrimiento un momento de comunión que hay que vivir juntos, no sólo por el bien del paciente, sino por el de todos: del cuidador, de los familiares, de la comunidad ampliada. Así se evita el riesgo de que la persona que sufre y sus allegados sean absorbidos por la máquina de la burocracia y la informatización; o peor aún, que acaben siendo víctimas de lógicas de mercado que poco tienen que ver con la salud, sobre todo cuando se trata de personas mayores y frágiles.
El cuidado y la familiaridad son dos regalos de gran valor para los que sufren. Como ya he dicho, tengo muchos buenos recuerdos del médico de cabecera. Recuerdo -yo nací en el 36- recuerdo un 15 de julio del 42, mamá esperaba su cuarto y yo y mis hermanos, mi hermano estaba con gripe, vino el médico y dijo: ‘Estoy viendo…’. ¡Un recuerdo muy bonito! Y nos dio la medicina, era un resfriado, una gripe. Y entonces se acercó a mamá, mamá estaba allí con papá y le tocó la barriga y dijo: «¡Eh, ya es hora! Esperemos…». Y esa misma tarde nació el cuarto. Estos recuerdos de ternura, de la familiaridad del médico de familia, son cosas que llevo conmigo porque en aquella época ¡las cosas eran tan, tan bonitas!
Por eso, queridos amigos, es importante lo que hacéis. Renuevo mi bendición sobre vuestro proyecto y rezo por vosotros. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
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[1] Entrevista a Mons. Renzo Pecoraro, «La ventana del Papa», 15 de noviembre de 2023.