Estamos celebrando el triple Jubileo de Santo Tomás de Aquino, el Filósofo y Teólogo-Doctor de la iglesia por excelencia, los aniversarios de su canonización, muerte y nacimiento, que se extenderá hasta principios del año 2006. En estos tres años, tendremos la posibilidad de continuar profundizando sobre el “sabio más santo y el santo más sabio”, como ha sido denominado el Aquinate en la iglesia, el “Doctor Angélico, Doctor Común y Doctor de la Humanidad”. La tradición y magisterio de la iglesia, con el Vaticano II o los Papas como Francisco, han reconocido la enseñanza verdadera, la sabiduría, el testimonio y legado de Santo Tomás como clave e imprescindible para la fe, la educación-formación y cultura. Ahí tenemos la muy importante carta de San Pablo VI, Lumen eclessiae.
Tal como ha escrito Francisco en su carta con motivo de este Jubileo, el fraile dominico fue «hombre de Iglesia, sacerdote que compartió su inmensa sabiduría espiritual y humana. Nunca envanecido por el saber, sino siempre edificado por la caridad, estaba lleno de maravillosa cultura. Escribió muchas obras y enseñó innumerables cosas, estaba bien cualificado en las disciplinas filosóficas y teológicas. Brillaba por su recta inteligencia y lucidez, mientras investigaba reverentemente los misterios divinos, los contemplaba con fe ferviente».
Efectivamente, la raíz y sentido (significado más hondo) de toda la obra, vida y carisma de Santo Tomás está en acoger la Gracia del Amor de Dios- como se revela y encarna en Jesucristo- que crea, salva y vivifica a toda la humanidad y al cosmos. Este encuentro personal con Dios, en el seguimiento de Cristo, se concreta en su vocación de fraile mendicante dominico, al servicio de predicar la fe, del estudio, de la verdad, la contemplación y pobreza mendicante en el amor-caridad y justicia con los pobres.
Como a toda persona, para comprender bien al verdadero Santo Tomás hay que situarlo en su contexto vital e histórico marcado por una época de tergiversaciones de la fe, de desigualdades e injusticias como la pobreza y ostentación con sus idolatrías de la riqueza-ser rico, del lujo, del poder y la violencia. Las ordenes mendicantes con los franciscanos o dominicos, con Tomás como modelo ejemplar de fraile mendicante, surgen en esta época del siglo XIII llamados por Dios para dar respuesta a toda esta realidad. Desarrollando su carisma y testimonio de vida apostólica, misionera, itinerante, desinstalada, humilde, mendicante y pobre en la comunión de vida, de bienes y amor fraterno que promueve la verdad, el bien más universal y la justicia con los pobres. Así lo acredita su mismo biógrafo, Guillermo de Tocco (Vita , 36).
Estas ordenes con San Francisco, Santo Domingo y, junto a ellos, santos o maestros como San Antonio de Padua, San Buenaventura, San Alberto Magno y Santo Tomás: renuevan la fe e iglesia y la realidad sociohistórica; con esta vuelta a los orígenes de la fe, ejerciendo una autentica reforma en fidelidad a Dios en Jesús, a la misma iglesia con su tradición y a los pobres. Siguiendo así auténticamente al real Jesucristo humilde, pobre y crucificado que, con su iglesia pobre con los pobres, nos salva y libera integralmente del pecado, del mal, de la muerte e injusticia, de todas estas idolatrías del tener, del poseer y del hedonismo. Tal como testimonia Santo Tomás con su vida, vocación y obra. Ver al respecto sus Opúsculos teológicos (De rationibus fidei. Ed. Leonina, t. 40, Romae 1969, pp. 56 ss.).
Frente a dichas tergiversaciones de la fe, como son el gnosticismo y sus derivados como el catarismo o los pelagianismos, Tomás nos presenta una teología, filosofía y antropología integral. Acogiendo este don de la realidad, de la verdad, la belleza y bondad de lo real, de todo lo creado por Dios que está presente (actuante) en todo el universo y ser. La existencia, bondad y perfección o belleza de la realidad con sus límites, e igualmente junto su dinamismo trascendente, son vías que nos llevan al sentido ultimo de lo real y su esencia, a su causa y fuente ultima de la existencia, al Ser. El Dios de la vida que se contrapone a la nada, al sin sentido y a la muerte.
En nuestra era, destacadas líneas científicas y científicos, incluidos Premios Nobeles, ha prologando estos caminos similares de vislumbrar, tras las causas ultimas o primeras y complejidad e inteligencias armoniosas que conforman todo el cosmos, a la Sabiduría y Fecundidad del Dios vivificador. «¿Cómo concibes a Dios?», le preguntaban a Einstein y él respondía: «Dios es un misterio, pero un misterio comprensible. No tengo nada sino admiración cuando observo las leyes de la naturaleza. No hay leyes sin un Legislador».
Esta filosofía, metafísica y teología de lo real, del Ser como nos transmite Santo Tomás junto a sus aportaciones científicas, articulan e integran equilibradamente: la fe y la razón junto a la cultura, la filosofía y la teología, la gracia y la naturaleza, el cuerpo y el alma, la persona y la comunidad social e histórica; la mística y la política, la espiritualidad y la moral, la oración y la misión evangelizadora, la contemplación y la acción por la justicia, el estudio y el servicio al bien común más universal. Y es que “toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo”.
Como se observa, es una filosofía y teología encarnada, una espiritualidad de la encarnación acogiendo al Verbo (Dios) Encarnado, que es Jesucristo. Ello se manifiesta en el principio y clave tomasiana, como es que la Gracia supone y culmina la naturaleza, lejos de negarla, asume toda la realidad y lo humano para que alcancen su plenitud. Distinguir para unir, como nos visibilizan asimismo cosmovisiones científicas muy significativas, todo está conectado. Es esa religación de Dios y el mundo, la creación y la salvación trascendente (eterna), la inteligencia y lo afectivo, el pensar y la pasión del sentir compasivo-misericordioso, la fe y el amor (caridad), la justicia y la esperanza escatológica.
Santo Tomás es teólogo y autor espiritual de la Gracia que nos libera integralmente de toda esclavitud y ley dominadora u opresora, que nos dona las virtudes teologales, con la forma (principal) de todas ellas que es la caridad junto a la misericordia. Uniendo inseparablemente el amor a Dios y al prójimo que busca el bien de los otros, de los que sufren y los pobres. La inherente naturaleza moral y sociable del ser humano, realizada por esa intrínseca caridad social, nos compromete en la vida pública y política que debe estar orientada por el bien común, la justicia y la promoción de la vida en todas sus fases, dimensiones o aspectos.
Cuando las leyes e instituciones o autoridades no respetan este bien común, esta vida y dignidad sagrada del ser humano como imagen e hijo de Dios, dejan de ser legitimas: no hay que obedecerlas; hay que resistirlas y transformarlas ya que, en este sentido, la autoridad primera en el gobierno de la comunidad política le corresponde al pueblo, guiado por esta ley moral y divina, que es el protagonista y gestor de toda esta vida pública. Frente al individualismo posesivo, el Doctor Angélico visibiliza esta naturaleza solidaria y social de la persona que busca el bien común, una vida política y económica basada en las esferas de la justicia como es la distributiva.
La economía está al servicio de la vida, de las necesidades y capacidades de las personas, de los pueblos y los pobres. El principio rector que ha de configurar la vida económica y el mercado, para que se implante la justicia, es el destino universal de los bienes. Según el Aquinate, este esencial destino y uso común de los bienes, con la equidad en el reparto de los recursos, es de derecho natural y por tanto tiene la prioridad sobre la propiedad, que es un derecho secundario. De suyo, la propiedad solo es legitima si cumple esta constitutiva función social y solidaria, sirviendo a la vida y necesidades reales de las personas, de los pueblos y los pobres que tienen el derecho a tomar y poseer lo que requieran para su existencia, a vivir con dignidad. Así nos los transmite el Vaticano II (GS 69) y Francisco en su última encíclica social (FT 118-120), citando a toda esta Tradición con los Santos Padres y Doctores de la Iglesia como Santo Tomás.
Esta política y economía basada en todo este humanismo ético e integral, inspirado en la fe como afirma Santo Tomás, sintoniza con el personalismo y nos lleva al mencionado protagonismo de las personas en la gestión y socialización de la propiedad, de la empresa y del trabajo. El trabajo digno y justo está antes que el capital, que el beneficio y ganancia. Así nos lo enseña San Juan Pablo II en su memorable encíclica social dedicada al trabajo, donde hace referencia al santo dominico (LE 15). En esta línea, junto a los Santos Padres y Tradición de la iglesia, Santo Tomás muestra ese pecado (mal) tan grave de la especulación y usura de las finanzas con esos préstamos, créditos e intereses abusivos, injustos. Sin respetar el principio de que la capacidad económica es primordialmente fruto del trabajo, del esfuerzo y de la cohesión social. “El dinero no engendra dinero”. Como se ve, toda esta enseñanza moral del Aquinate, junto al resto de la Tradición con los otros Doctores o Santos Padres, es uno de los pilares de la Doctrina Social de la Iglesia, que nos muestra todo ello en la época contemporánea y actualmente.
Santo Tomás de Aquino fue fiel y coherente con toda esta fe, con Dios, con la iglesia, con los otros y con los pobres, un verdadero mártir que testimonió y entregó su vida por la verdad, por el bien y la justicia. A ejemplo de su Maestro, bebiendo de la Ciencia del Crucificado, fue perseguido y (muy posiblemente) martirizado por los poderosos de su tiempo. Como lo atestigua el mismo Dante en La Divina Comedia y sus estudiosos (Purg. XX, 67-69). He ahí, el Árbol de la Vida que riega Cristo pobre y crucificado con su Pascua, la raíz desde donde Santo Tomás se nutre, contempla y encuentra con esta pasión la realización y plenitud de la verdad, de la ciencia y de toda sabiduría. Una experiencia mística y de éxtasis, que le lleva a salir de sí mismo para entrar en comunión con el Dios de la Verdad y de la Vida revelado en Jesús crucificado, con esa existencia de entrega, sacrificio, humildad y pobreza que testimonia Santo Tomás con su santidad.
Dice Benedicto XVI que “la vida y las enseñanzas de santo Tomás de Aquino se podrían resumir en un episodio transmitido por los antiguos biógrafos. Mientras el Santo, como acostumbraba, oraba ante el crucifijo por la mañana temprano en la capilla de San Nicolás, en Nápoles, Domenico da Caserta, el sacristán de la iglesia, oyó un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: «Tú has hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?». Y la respuesta que dio Tomás es la que también nosotros, amigos y discípulos de Jesús, quisiéramos darle siempre: «¡Nada más que tú, Señor!»”.