El pasado 9 de mayo de este 2024, con la publicación de la Bula Spes non confundit (“La esperanza no defrauda” Rom 5,5), el Papa Francisco anunció y convocó oficialmente a la Iglesia Católica, a la celebración del JUBILEO DE LA ESPERANZA.
Se trata de la vivencia de un año especial o “año santo”, como también se le llama, como un espacio-tiempo especial para renovar la relación con Dios, renovando nuestras relaciones interpersonales y toda nuestra vida en sociedad, a la luz de los criterios del evangelio de Jesucristo.
Por disposición de la Bula Pontificia, fechas especiales a tener en cuenta en la celebración de este Jubileo son las siguientes: el 24 de diciembre de este año será la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y en los días sucesivos la apertura de las Puertas de otros Templos importantes para el mundo católico en la ciudad de Roma. El 29 de diciembre, de este mismo año, en todas las iglesias catedrales de todas las diócesis del mundo, los obispos del lugar presidirán la celebración eucarística como apertura solemne del Año Jubilar, que culminará con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano el 6 de enero de 2026, con la celebración litúrgica de la Epifanía del Señor.
El origen de los jubileos o “años santos” que – ordinaria o extraordinariamente – son convocados y celebrados en la Iglesia Católica, son una mixtura de los años sabáticos y de los años jubilares que se celebraban en el Israel del Antiguo Testamento; y se remonta a costumbres jurídico-religiosas, según las cuales, así como el sábado era el día de reposo, cada siete años, en un año llamado “sabático”, todo el país entraba en un tiempo de descanso dedicado al Señor, De tal manera que todo lo que – libremente – creciera en el campo podría ser recogido – también libremente – por los pobres, como una muestra de que la tierra es santa y propiedad de Dios. Así mismo, cada siete años, los esclavos quedaban en libertad y las deudas quedaban anuladas (Cfr. Lv 25.1-7; Ex 23,10-11; Ex 21,2-6; Dt 15,1-6).
El año del jubileo, por su parte, consistía en una orden legal según la cual, cada cincuenta años, además de las mismas concesiones del año sabático, la propiedad de tierras y bienes debía ser restituida a los propietarios originales (Cfr. Lev 25,8-17; Lev 23,55; Is 61,1-2).
Debido a estas costumbres ancestrales y a la dificultad de ser cumplidas rectamente por los hombres, los cristianos en el Nuevo Testamento pintan el tiempo vivido y compartido con Jesús, como “un año o tiempo de gracia”. Año de gracia anunciado en el Antiguo Testamento, cumplido a medias o definitivamente incumplido por el pueblo de la antigua alianza, pero que regresaría a cabalidad con el Mesías. Año de gracia y de salvación, tiempo de justicia y de paz, tiempo de misericordia y de “vida abundante” (Jn 10,10)
La Buena Noticia, que es Jesús de Nazaret para quienes se encuentran con Él, es interpretada, especialmente por el evangelista Lucas, como Buena Noticia (evangelio) para los pobres, libertad para los presos y oprimidos, vista para los ciegos, y año favorable para todos, de parte de Dios. (Lc 4,16-21)
La celebración oficial de jubileos en la Iglesia data del año 1300, convocado, el primero, por el papa Bonifacio VIII ordenando que se celebraran cada 100 años. Posteriormente, en 1490 Paulo II redujo el tiempo a cada 25 años, con el ánimo de que cada generación pudiese participar en, al menos, un Jubileo.
Con el tiempo, los jubileos en la Iglesia, que inicialmente en el Antiguo Testamento – fueron tiempo de gracia y de perdón frente a realidades materiales y tangibles como la tierra, los cultivos, las cosechas, las deudas, la esclavitud – fueron adquiriendo un énfasis “espiritual”, consistente en la obtención de indulgencias – que en una época se compraban – mediante el arrepentimiento, la oración, la confesión, la comunión y la visita a santuarios, previamente destinados como lugares de peregrinación, para el perdón de los pecados.
El tema de la esperanza es el tema elegido por el papa Francisco como eje para la oración, reflexión y práctica en la vida de los discípulos de Jesucristo en este próximo año jubilar. Tema muy pertinente, si tenemos en cuenta que todo ser humano vive gracias a la esperanza que, como motor de la existencia, nos mueve y empuja en la búsqueda de días mejores y que hoy – en medio de las desesperanzas, fracasos y angustias del mundo actual, urgen signos, hombres, mujeres, comunidades e instituciones que sean testigos de esperanza.
En las esperas cotidianas de tiempos mejores, esperas que a veces fracasan y a veces se cumplen, los cristianos esperamos, como en un permanente adviento, la Esperanza que a todo da plenitud, que no defrauda y que es Cristo mismo.
Entonces todo hombre y todo cristiano puede ser definido esencial y fundamentalmente como un ser en, de y para la esperanza, hasta lograr gritar como Pablo “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20), para lograr la construcción de un cielo nuevo en una tierra nueva, es decir, el reinado de Dios, que es reinado de la justicia, la paz, la verdad y la fraternidad, mediante el mandamiento nuevo del amor.
Todo lo cual se convierte en un desafío permanente para el discípulo. Desafío que nos empuja a vivir y a construir, en las esperas cotidianas, un mundo con esperanza.
El sentido y significado de los jubileos ha impregnado también la tarea de los gobiernos del mundo. En ocasiones especiales, los gobernantes de las naciones promulgan decretos de indultos o amnistías que benefician a pobres, a prisioneros, etc.
Entonces, que el Jubileo del año 2025, convocado por el Papa Francisco, nos anime a todos – en la Iglesia Católica y en los gobiernos del mundo – a construir acciones, signos y realidades (concretas y tangibles) para la esperanza de todos.
Que construyamos la convivencia y el mundo siempre, como un permanente jubileo, un permanente espacio-tiempo de buenas noticias de salvación, de sanación, de liberación y esperanza para todos. Tiempo de pan para el hambriento, de vestido para el desnudo, de oportunidades sociales para los “descartados” de la tierra, de techo para los sin-hogar y para los migrantes, de salud para el enfermo y de justicia para los inocentes y empobrecidos, etc.
Como termina el Papa Francisco su Bula convocatoria del Jubileo: “Dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean”, pues nadie puede vivir sin razones para esperar tiempos mejores, nadie vive sin motivos para esperar la esperanza.
Mario J. Paredes es miembro del Consejo Directivo de la Academia de Líderes Católicos en Nueva York