El espíritu de la esperanza

La esperanza como virtud, acción y trascendencia en el pensamiento de Byung-Chul Han

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Un nuevo libro de Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza (Herder, 2024). Una propuesta parecida a un collage con diversas piezas vinculadas a la esperanza. Cada pieza perfila el tema. Aparece una suerte de dibujo a mano alzada, pero no un retrato de la esperanza. Es el estilo de Han. Dialoga con Hegel, Heidegger, Havel, Kafka, Bloch, Adorno, Moltmann, San Pablo, Proust, Scheler, Arendt, Nietzsche, Marcel. De unos y otros entresaca ideas sugestivas en diálogo y polémicas amigables. En esta misma dialéctica de acuerdos y desacuerdos he terminado mi lectura del libro de Han.

El diálogo que mantiene con Václav Havel es luminoso. Dice Han que “para Havel, la esperanza es una dimensión anímica, un “estado espiritual”. Es una “orientación para el espíritu”, una “orientación para el corazón” que señala caminos. Conduce a los hombres por territorios en los que no tienen más orientación que ella. Havel no sitúa la esperanza en la inmanencia del mundo, sino supone que ella viene de otra parte, de una “lejanía”. Hunde sus profundas raíces en lo “trascendente” (p. 83).

La esperanza es un estado espiritual, es una virtud y, por tanto, una disposición estable de la persona por la que ésta se empina sobre sí misma anhelando el aún no que podría acontecer en el futuro. Un aún no que desafía el cálculo y lo meramente razonable. No es una actitud irracional negadora de la realidad, en sus hechos y subsiguientes consecuencias. Es más bien, una disposición del espíritu que ensancha las dimensiones intelectivas, volitivas y afectivas de la condición humana. Una efusión espiritual capaz de mirar el futuro en lo que éste tiene de novedoso y sorprendente.

La esperanza no es pasividad ni quietismo, sentada en un banco, aguardando a que las cosas cambien sin mover un dedo. Es un llamado a la acción con los brazos extendidos en actitud laboriosa para conseguir el futuro esperado. Acción abriéndose paso en el futuro contingente de la vida: puede ser como puede no ser. La suerte no está fatídicamente echada. El fatalismo de los hechos, el callejón sin salida, el poder tiránico, no son obstáculo para la esperanza. Para ésta, nada está perdido. Ante la claudicación del “no podrás hacer nada”, del “esto es inevitable”, del “ya pasó en otros sitios y pasará también en tu país” y otros lamentos, la esperanza se alza abriéndose a la fuerza creativa de la libertad. Los pies puestos en tierra y la mira abierta al futuro, lo suficiente para decir: ¿por qué las cosas no podrían ser de otra manera?


También es cierto que hay esperanzas y esperanzas, pequeñas y grandes. Para los cristianos, está la gran esperanza, la de la vida después de esta vida, que ha de ganarse aquí en la tierra. En este aspecto, me parece pertinente la observación de Josef Pieper -aunque Han no lo cite- frente al reduccionismo de algunas versiones de la filosofía existencial cuando ésta “niega el carácter de «camino» que tiene el status viatoris. Somos caminantes hacia la plenitud allende el tiempo para gozar de una felicidad que “ni ojo vio, ni oído oyó”, aquella preparada por Dios para los que lo aman (cfr. 1 Corintios 2:9). Esta visión propia de la virtud teologal de la esperanza -venida de otra parte como intuye Havel-, introduce sentido en la trayectoria de la narrativa humana. De ahí que, el desconocimiento de esta apertura al futuro, escribe Benedicto XVI en su encíclica Spes salvi, sea la causa “de todas las desesperaciones, así como también de todos los impulsos positivos o destructivos hacia el mundo auténtico y el auténtico del hombre”.

Una esperanza, finalmente, que despliega su esplendor, no en el encapsulamiento ególatra del individuo, sino en la apertura de éste a su prójimo. Lo dice Gabriel Marcel: “pensando en nosotros, he puesto mis esperanzas en ti”. A lo que Byung-Chul Han agrega: “la esperanza no saca sus fuerzas de la inmanencia del yo. Su centro no es el yo. Quien tiene esperanza está camino del otro. Cuando uno tiene esperanza confía en algo que lo trasciende. En eso la esperanza se parece a la fe. La instancia de lo distinto como trascendencia es lo que me alienta en medio de la desesperación absoluta. Lo que me capacita para levantarme en medio del abismo (p. 129). Sí, la esperanza anima, remueve obstáculos, nos saca de los angustiosos hoyos existenciales. Con la esperanza sabemos que el mal se vence con la abundancia del bien.