El diálogo, la comunicación – si aceptamos que es poner en común un bien, un valor, un conocimiento y un sentimiento –para que incoe y se despliegue, parece conveniente que la escuela se disponga a promoverlo y estimularlo, de manera que se instale como parte importante en su cultura. Como toda cosa buena, cuesta y por diferentes rutas se puede llegar a similares metas. No obstante, y con la licencia del caso, me gustaría presentar tres senderos. En primer lugar, un conjunto de profesores constituye un gremio en tanto que practican la misma profesión. ¿Qué hace que se configuren como comunidad? ¿La diversidad de materias que enseñan? No. ¿La escuela en sí misma? Ciertamente ayuda, pero no. Aquello que los articula como comunidad con un sentido es el ideario, que suele estar orgánicamente constituido por los principios o la filosofía que anima e inspira a una determinada escuela. De intento, no consigno la visión ni la misión porque ambas son como pistas: solo indican dónde debe aterrizar el avión, no el por qué ni el para qué. En la medida en que el ideario se comunique y se conozca como el bien común de una escuela y sus docentes – gracias a la acción de sus directivos –establezcan una suerte de alianza con el ideario, la ruta que conduzca a la unidad institucional estará fielmente afirmada. La convergencia en un mismo norte o en los principios, tiene la virtud de destinar sistemática y orgánicamente al centro educativo; y, configurarse como marco de referencia que alimenta y estimula el diálogo.
En segundo lugar, así como un diamante se pule por la acción de otro diamante; una persona crece y se desarrolla – respetando su libertad – por la acción dialógica de otra persona. El docente, como no es un mero trasmisor sino un educador, será capaz de ver el rostro de una persona tras el estudiante e ir en pos de su propio bien. El que se va decantando y dibujando en el diálogo personal, adecuado a la edad y características de cada alumno. Decir, lo suficiente, más bien, escuchar con interés y genuina curiosidad. A través de la escucha se promueve la participación, la iniciativa y creatividad. Recepcionar el mundo interno del niño o joven es tocar cómo le asombra, le afecta e interpreta el mundo que se le desvela. Por último, la escuela tiene que mostrar signos dialogantes. Saludar, sonreír, responder, limpieza y cuidado de los ambientes… y, otros más, que sumados dicen al estudiante: ¡qué bueno que estés entre nosotros!