Por la experiencia ordinaria sabemos que decir o afirmar algo no basta para darle credibilidad a la información. Existen las fake news o noticias falsas, a veces, llamativamente escandalosas, que su sola enunciación habla de su falsedad. También, somos testigos del abuso retórico del discurso que, en lugar de probar la verdad de sus palabras, apela a estados de ánimo o se sale por las ramas evitando entrar en el meollo del asunto. Esto último es lo que llamamos la posverdad, es decir una actitud que relega la verdad y apela a los sentimientos, fobias y, también, resentimientos. En un entorno así, volver a la sencillez y sobriedad de la verdad, de tal manera que la palabra sea expresión de la realidad -adecuándose al ser de las cosas, hechos o situaciones- es un sano ejercicio al que invita un breve libro de Dietrich Von Hildebrand, El destronamiento de la verdad: ensayos sobre la posverdad (Encuentro, 2024, Kindle edition).
Dice Hildebrand que “tan pronto como el hombre deja de referirse a la verdad como juez último en todos los ámbitos de la vida, la fuerza bruta, la opresión y la mecánica reemplazan necesariamente al derecho; la influencia sugestiva sustituye a la convicción, y el miedo suplanta a la confianza (p. 10)”. Ciertamente, relegar la verdad del ámbito interpersonal y social nos deja desamparados a expensas de los discursos falsos, difamatorios, injuriosos. Un ambiente así, desacredita a la palabra, convirtiéndose en piedra arrojadiza; puro sonido, letra o imagen sin referencia alguna a la realidad.
La efervescencia de las redes sociales, los destapes periodísticos y un sinnúmero de información que circula en los diversos medios de comunicación ejercen una fuerte presión social sobre la audiencia, pero, despojados de la verdad en sus mensajes, son flatus vocis (soplos sin contenido), que corroen la concordia social. La verdad, en cambio, como eco de la realidad, sin estridencias, tomándose su tiempo, crea confianza y da consistencia al tejido social.
“La embriaguez experimentada al nadar con la corriente de una época determinada, al ser respaldado por la opinión pública, al participar en una evolución nueva e inédita, ha reemplazado al sobrio y noble interés por la verdad, al respeto por la verdad como juez último de toda teoría, de toda opinión y tesis (p. 16)”. Es muy fácil ceder al “se dice” y dejarse llevar por el vértigo de la corriente. Para no sucumbir al arrastre de estas aguas, hemos de volver a la serena búsqueda de la verdad, a fin de discernir el trigo de la cizaña en las tantas opiniones lastradas por lo políticamente correcto. Hace falta mucho amor a la verdad y valentía para afirmar que “el rey está desnudo”.
El mejor banco de prueba para la solidez del pensamiento sigue siendo la realidad. “La voz del ser -recuerda Hildebrand- es tan convincente que, en el contacto inmediato y vivido con él, el hombre olvida las diferentes construcciones erróneas que crea al reflexionar teóricamente sobre él (…). Los datos convincentes y evidentes, y no sus teorías absurdas, siguen siendo la base de sus respuestas. Por ejemplo, cuando Nietzsche vio una invernal carretera helada, lloró por compasión hacia los pobres niños que podrían caer en ella, a pesar del hecho de que en su declaración teórica afirmó que la compasión no era más que un síntoma de debilidad lamentable y de decadencia de la vitalidad (p. 18)”. Entrar en contacto con la realidad ayuda a eliminar los monstruos creados por la razón. Y lo mismo sucede cuando tenemos que dilucidar entre el bien y el mal. A este propósito, la conciencia moral -aunque pueda desconfigurarse por la comisión continua de actos inmorales- no deja de señalarnos la malicia o bondad de un acto humano.
Tenemos la capacidad de conocer la verdad de las cosas, aun cuando el relativismo, el pragmatismo, el escepticismo, el historicismo, el psicologismo lo nieguen. Al respecto, se pregunta Hildebrand, ¿cuál es la raíz ultima de este destronamiento de la verdad? Responde: es la rebelión contra Dios. “Es el rechazo de aceptar la condición de criatura y la gloriosa vocación de ser imagen de Dios. Al intentar sacudirnos la religio—es decir, el fundamento de la dependencia de Dios, la obligación hacia Dios en la que estamos inmersos, la ordenación hacia Dios—necesariamente nos convertimos en víctimas de la falsedad y corroemos nuestra relación básica con la verdad. La actitud de non serviam (no serviré), el deseo de seguir la tentación de eritis sicut dii -seréis como dioses- (p. 32)”.
La verdad se muestra invitándonos a vivir de acuerdo a ella y “vivimos como debemos -señala Benedicto XVI-, si vivimos según la verdad de nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque la voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturaleza, una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así criatura libre”. Tarea de toda la vida, con sus idas y vueltas.