Hoy quiero comentar con ustedes una oración que, aunque puede tener entre 500 y 800 años de antigüedad, sigue siendo relevante y poderosa en la vida espiritual de la Iglesia. Se trata del “Alma de Cristo”, una oración que, aunque se cree que fue escrita originalmente en latín, ha perdurado a lo largo de los siglos. La recomiendo encarecidamente y me gustaría que la recen todos los días, especialmente después de comulgar.
Para quienes asisten a misa diariamente, es ideal recitar esta oración después de la comunión. Para aquellos que no pueden asistir todos los días, la oración puede ser un acto de comunión espiritual, una forma de expresar el deseo de recibir a Jesús incluso en la ausencia física de la Eucaristía.
La oración comienza con una súplica fundamental: “Alma de Cristo, santifícame”. Esta petición es esencial, ya que la santificación es lo primero que debemos buscar de Dios. Aunque a menudo pedimos ayuda para nuestras necesidades materiales y personales, la santificación es una solicitud que Dios responde de inmediato, sin demora. Pedir por la santificación no solo es un acto de fe, sino que también agrada a Dios, quien desea nuestro crecimiento espiritual más que nuestras peticiones materiales.
La oración continúa: “Cuerpo de Cristo, sálvame; Sangre de Cristo, embriágame”. Aquí, la frase «embriágame» significa que deseamos estar tan inmersos en el amor de Cristo que nuestras preocupaciones terrenales se disuelvan. Es un llamado a estar tan absorbidos por el amor divino que todo lo demás se vuelva secundario.
La oración también menciona: “Agua del costado de Cristo, lávame; Pasión de Cristo, confórtame”. La referencia al costado de Cristo, del cual brotaron sangre y agua, simboliza los sacramentos de la Iglesia. En este contexto, el agua del costado de Cristo es un signo de purificación y el consuelo en medio del sufrimiento.
Es vital recordar que nuestra vida está llena de desafíos y tentaciones. Por ello, pedimos protección: “Oh buen Jesús, óyeme; dentro de tus llagas, escóndeme”. Esta petición es una súplica por protección y fortaleza para enfrentar las pruebas diarias y evitar las tentaciones que nos alejan de Dios.
Finalmente, la oración culmina con una petición de ser llamado a la presencia de Dios en el momento de la muerte: “En la hora de mi muerte, llámame, y mándame ir a ti”. Es una aceptación de que, a pesar de los miedos y dudas que podamos tener sobre la muerte, el deseo final es estar con Dios y alabarlo por toda la eternidad.
Espero que esta oración te inspire y te acompañe en tu vida diaria. Recítala con devoción y compártela para que más personas puedan experimentar su profundidad y belleza.
Alma de Cristo, santifícame; Cuerpo de Cristo, sálvame; Sangre de Cristo, embriágame; Agua del costado de Cristo, lávame; Pasión de Cristo, confórtame; Oh buen Jesús, óyeme; Dentro de tus llagas, escóndeme; No permitas que me separe de ti; Del enemigo malo, defiéndeme; En la hora de mi muerte, llámame, y mándame ir a ti para que con tus Santos te alabe y te bendiga por los siglos de los siglos. Amén.
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