La presencia del otro con su cuerpo resulta enigmática. Se hace patente la incomunicabilidad. Está allí, delante de mí,… sin embargo, la aprensión surge porque el otro no “está-allí” sin más: es un ser libre capaz de una respuesta no programada, imprevisible. En este sentido, cabe afirmar que el cuerpo humano no se agota en sí mismo, sino que se abre a manifestaciones superiores del espíritu humano, su fin no es el mismo, sino que está proyectado a finalidades más altas, superiores a las corpóreas. No tiene plumas como las aves, por eso el vestido es objeto de un arte humano ya que ahí se da un reflejo, una manifestación, una prolongación de la interioridad, de lo que cada uno es, de su poco o mucha conciencia de la propia dignidad.
La cabeza humana al asentarse sobre la columna vertical hace posible tener un rostro, de lo contrario, la cabeza colgaría y el rostro se escondería. Asimismo, la cara permite la cavidad bucal que hace posible que la lengua sea necesaria para el lenguaje que es una actividad superior. Gracias el bipedismo, el hombre dispone de las manos, cuyo rango de operaciones indeterminado, da paso a una actividad superior: la técnica. Por su parte, los movimientos gestuales con las manos y brazos vehiculan manifestaciones del espíritu. Dar la mano, levantarla, inclinarse, abrazar,… predican siempre actividades superiores del ser humano.
La causa de la capacidad manifestativa del cuerpo es la presencia intensa del espíritu, lo mejor de nosotros “sale” al exterior gracias a nuestra corporalidad. El corazón se “asoma” a través de los ojos. Tal es el corazón tal es la mirada. Mirar es un modo de poseer. Lo mirado alimenta el alma, que a su vez hace la mirada comunicativa. El mirar y ser mirado no son actos meramente biológicos –pura captación de formas y colores- sino que la mirada humana es portadora de un trasunto de nuestro ser personal, coloreado por la esencia humana. La mirada se torna así el camino hacia el otro. Por este camino va la amada en busca del amado, un amigo en busca de su compañero o un ejército en busca de una victoria.
La mirada crea ámbitos de relación: cuando se mira el “yo” se desplaza hasta lo mirado. Fuera de su reducto se abre a novedosas formas de encuentro, se dispone a recibir, que es un modo de acoger a quien da. Al mirar diría Genera Castillo, realizamos un “viaje” desde lo más íntimo de uno mismo, para “ponerse” en sus pupilas, entonces, esa mirada es vista y decodificada por lo que revela: la personal intimidad.
Si acoge, comprende y respeta, quien mira se muestra. Al mostrarse, la mirada se hace dialógica. El diálogo es parte de la relación humana. El hombre comprende cuando es capaz de apertura, cuando se abre su mirar ya no refleja, comunica su vivencia que, como suya es original. Al cruzarse con la mirada del “otro” intercambian originalidades con relación a un mismo bien: la realidad. La mirada es también una revelación de nuestro interior: Hay miradas tiernas, frías y hasta crueles, miradas humildes y miradas soberbias, miradas limpias y miradas torvas, miradas penetrantes y miradas superficiales. Saber mirar a los ojos y leer lo que dicen las miradas es un arte que puede evitar más de un contratiempo. Las miradas más hermosas son aquellas que proyectan lo más alto del ser humano: su inteligencia y su voluntad. Son las que trasmiten el entender y el amar con respecto a otras personas y al universo: son las miradas inteligentes y amorosas que dicen con la mirada: ¡qué bueno que existas!” “¡eres único e irrepetible!”. Es la mirada de una madre, de un enamorado, de Dios.
Si uno “se hace” aquello que ve ¿Qué importante se torna la presencia personal? A través ésta va un mensaje tácito o explícito, “nos ofrecemos en posesión a la mirada de los demás”. (Genara Castillo) En el look se entrega un mensaje de valoración propia y ajena, que debe ser acorde con la dignidad de la persona, de su edad, de sus funciones y responsabilidades. La imagen que proyectamos es una prolongación de nuestro “yo” interior. El buen gusto, la elegancia y el respeto forman parte de una buena relación comunicativa.
Cuando la relación se instrumentaliza, la mirada no confirma, cosifica y reduce. El contraataque es reafirmar mi libertad anulando la suya que es un modo de reducirlo y pagarle con la misma moneda. El conflicto se hace presente en la relación. Piénsese en las relaciones conyugales en donde uno reduce a la esposa a la que lava, plancha, atiende a los hijos y se encarga de las micro decisiones; mientras que el esposo es reducido al que trae el dinero, arregla los grandes problemas y decide sobre las macro decisiones. Así, cada vez que la otra persona quiere opinar sobre algo “que no le compete” se ve como una intromisión. En todos estos casos la persona es reemplazable. Puedo remplazar a un obrero por otro, a una “esposa que lava, planche, cocine” por una lavandera y cocinera profesional; y a un esposo por uno que mejor administre.