El bullying y la generación del “chopped”
Reflexión tras Adolescencia, la serie

Después de ver la polémica y comentadísima serie Adolescencia, me ha quedado dando vueltas una pregunta incómoda: ¿en qué momento perdimos el sentido común a la hora de educar? La serie muestra con crudeza una realidad que conocemos bien, aunque muchas veces no queramos mirarla de frente: el acoso escolar no es una anécdota ni una excepción. Es un mal que afecta cada día a miles de niños y adolescentes. Es un drama silencioso que ocurre en pasillos, aulas, patios y redes sociales. Y, lo más alarmante, es que ya lo estamos normalizando.
Recuerdo el caso reciente de un niño que llevó una tarta al colegio para celebrar su cumpleaños. Lejos de recibir una canción o una sonrisa, recibió desprecio. Nadie quiso acompañarlo. No es sólo ese niño. Son muchos. Y mientras estás leyendo esto, probablemente hay otro niño que está siendo rechazado, insultado o aislado por sus compañeros.
Pero lo más doloroso no es solo el acto del acoso, sino el silencio de quienes lo presencian y no actúan. La cultura del “no te metas” se ha instalado entre niños, adolescentes, adultos, colegios y hasta en familias enteras.
Y entonces pienso en nosotros, los padres. ¿Qué estamos haciendo? Tal vez parte del problema viene de una especie de cariño mal entendido. Venimos de una generación que creció comiendo chopped mientras nuestros padres se reservaban el jamón. Hoy hemos cambiado los papeles, dándoles a nuestros hijos el jamón y quedándonos nosotros con las sobras, pero no en lo material, sino en la autoridad, en la transmisión de valores y en el ejercicio del amor exigente.
En nuestra búsqueda de evitarles sufrimientos, hemos creado niños incapaces de aceptar una corrección, de enfrentarse a la frustración, o de reconocer autoridad. En lugar de formar personas fuertes, estamos fabricando adolescentes frágiles, desorientados y, muchas veces, crueles.
Y cuando el acoso aparece, ¿qué respuesta encuentran en los centros educativos? Muchas veces, una burocracia impecable: formularios, protocolos, derivaciones… pero poco corazón, poco compromiso real. Es urgente que cambiemos esa actitud institucional fría por una actitud humana y preventiva. No esperemos a que el incendio se propague. Apaguemos la primera chispa.
También necesitamos una comunidad educativa más activa. Profesores formados, valientes, capaces de intervenir, y por qué no, grupos de alumnos voluntarios que protejan a los más vulnerables. Convertir la bondad en algo deseable, en algo “cool”. Hacer que defender al débil sea una causa popular, no una rareza.
Y sí, también debemos corregir. A los acosadores hay que enseñarles que el mundo no gira a su alrededor. Castigos formativos, reparadores, que les enseñen a mirar a los otros. No para humillarlos, sino para transformar su corazón.
Al final, esta lucha no es solo pedagógica. También es espiritual. Como creyente, creo que no podemos dejar de rezar. Por las víctimas, pero también por los agresores. Ellos también están perdidos. También luchan con heridas y vacíos. Pedirle al ángel de la guarda del niño acosado que se ponga de acuerdo con el ángel del acosador puede parecer ingenuo, pero yo creo que en el Cielo también se libran batallas por la dignidad de nuestros hijos.
Después de ver Adolescencia, me queda clara una cosa: no podemos quedarnos callados. No más silencios. No más mirar hacia otro lado. Educar en la compasión, en el respeto y en la firmeza es urgente. Y recordarles cada día que ser buena persona, sí, es lo más cool del mundo.
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