El Buen olor del Café
El Café como Conector Humano: Un Encuentro entre Sentidos y Palabras

La falta de previsión y la congestión vehicular le jugaron una mala pasada. Condujo al ritmo de la gran ciudad: ingente número de automóviles, cada cual desplazándose al compás del propio aire de su vela; el sembrado de reductores de velocidad a distancia y ubicaciones insólitas; y, el azaroso funcionamiento de los semáforos. Su parsimonioso avance le generaba tensión. Resignado encendió la radio, intuía que no iba a honrar la hora pactada, que no es la exacta. En el marco de un cierto costumbrismo peruano, la hora se mantiene, pero la comparecencia del interlocutor puede esperarse con cierta plasticidad o maleabilidad hasta treinta minutos. Gracias a esta usanza social, no declarada ni escrita, se llevan a cabo muchos encuentros personales que, de otro modo, quedarían en buenas intenciones.
El presagio de su intuición fue certero: arribó pasada la media hora. Cruzó el umbral de la puerta del lugar convenido. Desde allí, miró acuciosamente el panorama constatando que su interlocutor brillaba por su ausencia. Se disponía a volver sobre sus pasos, cuando un intenso y agradable olor lo atrapó. No pudo resistirse. El aroma del café lo cautivó. Se sentó, justo en una mesa desde la que podía advertir el ingreso de nuevos comensales. ¡No perdía la esperanza de encontrarse con su amigo! Le trajeron la taza de café. Tomó un sorbo y al levantar la vista, de pronto recordó una frase que escuchó decir al protagonista de una película ligera: “el café une a las personas”. Unir lo que se llama unir no lo creo, pero que sea una especie de conectivo que facilita una conversación, eso sí, concluyó. En efecto, al café se le invoca para hablar de la vida, de asuntos laborales, amicales, políticos, más cercanos a la intimidad y hasta para recordar tiempos aquellos. También se invita al café para que haga compañía, mientras se lee un libro, se estudia, se escribe, se reflexiona o se contempla una hermosa puesta del sol.
El café halaga el olfato y el gusto, pero donde mejor se desempeña es en aquellos momentos en los que la persona exterioriza su humanidad: lo que piensa, lo que siente y lo que quiere a través de la palabra y de los gestos corporales que simultáneamente procuran poner en común lo que se tiene dentro. La mirada, la escucha, el tono de voz, escoltados por la afabilidad, el respeto, el buen humor y la atención, mediando una aromática taza de café, facilitan el inicio y la continuidad de un encuentro intersubjetivo. Es decir, personas que comunican desde su singularidad sus modos originales – porque son propios – de comprender o interpretar una misma realidad.
Así como un diamante se pule por la acción de otro diamante, el hombre crece y se completa por acción de otro hombre. La comunicación intersubjetiva con ocasión de un café es un poema a la creatividad, a la espontaneidad y a la novedad. Es un acto humano sin partitura que tiene la fuerza de confirmarnos en nuestra condición de personas: ¡la humanidad se toca cuando se es capaz de sentarse a atender, de escuchar a “otro”, que es un gran método para conocerlo. Ahora que lo pienso, tal vez habría que concederle crédito a la frase, “el café une lo humano de las personas”.
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