Hace unos días, tuve la suerte de moderar un panel sobre inclusión en el que me acompañaban María Pía Palacios, Presidenta del Directorio de Caja Arequipa, y Javier Ichazo, CEO de MiBanco. El inicio del panel me dio ocasión para plantear al auditorio algunas reflexiones sobre el concepto y el entorno cultural que sostienen este término entre nosotros. El eco que alcanzan este tipo de iniciativas entre nosotros no hace más que manifestar lo profundamente cristiana que es nuestra sociedad occidental.
El término inglés inclusion recoge como una de sus acepciones la siguiente: la actitud que incorpora e integra en las actividades, los grupos y los procesos políticos a aquellos que han tenido alguna desventaja, han sido marginados o sufren algún tipo de discapacidad. Me parecido conveniente recoger la definición de inclusión en esa lengua, porque este término ha aterrizado en nuestro país procedente del contexto anglosajón de América. Todos recordamos, por ejemplo, el movimiento Black Live Matter (BLM).
Este tipo de iniciativas generan un momentum que podemos aprovechar para revisar nuestra actitud como individuos y como sociedad. No sería, sin embargo, conveniente, trasladarlos sin una reflexión conceptual que nos muestre los principios que lo soportan de aquellos elementos que son simplemente propios del contexto cultural donde han surgido. Con referencia al movimiento BLM, por ejemplo, este reclamo a la inclusión se presenta en una sociedad que marginó a la población afroamericana. Algo que no se ha dado en nuestro país, donde expresiones como “negrito” o “negrita” tienen más bien una connotación cariñosa y familiar.
Ahora bien, la razón por la que estos movimientos encuentran eco en nuestro juicio de valor es porque nuestras sociedades tienen raíces profundamente cristianas. La sensibilidad por el destino de los demás seres humanos es la expresión más radical de la conversión que el cristianismo generó en la historia de la humanidad. Antes de él, como lo ha comentado el historiador inglés Thomas Holland, no existía nada en la humanidad que tuviera algo de esta visión. El gran giro cultural que dio la humanidad con el ingreso del cristianismo en la sociedad romana y griega, en primer lugar, y luego en el resto de Europa, y más recientemente en América, después del descubrimiento de nuestro continente, se debió a dos axiomas que el cristianismo sembró en nuestro modo de pensar. En primer lugar, que todos los seres humanos son iguales, y por tanto, que merecen el mismo trato, la misma justicia y las mismas oportunidades. Y en segundo lugar, y probablemente lo más radical con lo que existía y aún sigue existiendo en muchas civilizaciones y sociedades no cristianas: que el último es primero y el primero es último.
Por tanto, para proponer iniciativas de inclusión eficaces en nuestro país, hemos de acudir a los principios fundamentales que soportan dichas iniciativas globales. Detrás del movimiento por la inclusión que se ha extendido por todo el planeta, hemos de ver que estas iniciativas nos recuerdan que aquellos que tenemos más medios, recursos y posibilidades hemos de velar por los más débiles de nuestro país. Hay una frase de Angus Deaton, el premio Nóbel de Economía del año 2015, que puede ayudarnos a ser conscientes de esta tarea: quienes hemos tenido la suerte, por iniciativa personal o porque así lo hicieron sus predecesores de escapar de la miseria tenemos la obligación moral de ayudar a escapar a aquellos que aún están prisioneros en ella.
Quisiera, por tanto, terminar esta breve reflexión destacando dos ideas. Una, que la inclusión en nuestro país significa esencialmente dotar de oportunidades a aquellos que no las han tenido. Dos, que nos conviene mucho fomentar los valores y la asimilación de la doctrina cristiana en nuestra sociedad. El cristianismo no nos impone nada, como algunas ideologías y movimientos políticos temerosos de perder su protagonismo social exponen; muy al contrario, siembra un ambiente de paz, de comprensión, de confianza, de responsabilidad y de solidaridad que son indispensables para el desarrollo de una economía de mercado y el desarrollo humano en libertad.