El capítulo IV del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia está dedicado a los principios de la Doctrina Social. Entre ellos, y como consecuencia del principio de subsidiaridad, se encuentra el de participación, que contribuye a la vida económica y “es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común” (CDSI 189).
Para la empresa, la participación de todas las personas implicadas en su actividad, en la forma y medida que sea procedente y se determine, debe ser un elemento propio de su dinámica interna.
Se trata, por tanto, de un principio que subraya el carácter protagonista de todas y cada una de las personas que conforman los grupos de interés en una empresa. La participación es contraria a la pasividad, tanto impuesta como autoimpuesta, y se expresa mediante aquellas actividades a través de las cuales las personas, de forma individual o a través de sus legítimos representantes, contribuyen a la vida de la actividad económica.
La participación no sólo es un derecho, sino también un deber que la persona ha de desempeñar de forma responsable en orden al bien común. Un deber que comienza con el compromiso por la formación y la información, exigencias que aseguran que nuestra participación no sea ni manipulada ni manipuladora.
Participar implica ponerse de acuerdo, lo cual es un arte; como pintar un cuadro, componer una canción o modelar una escultura. Lo importante es no perder de vista la belleza del resultado, aunque previamente hayamos tenido que rompernos la cabeza (y muchos bocetos) hasta conseguir la armonía, el equilibrio, la eficacia del mensaje…
Pero todo arte requiere una materia prima. El barro, el óleo, las notas musicales, el lenguaje… se ponen al servicio del espíritu del artista hasta participar de la obra bien hecha y fundirse en un sinfín de posibilidades.
Ponerse de acuerdo cuenta también con su materia prima: esos elementos presentes en el trasfondo de las relaciones humanas y sin los cuales deja de ser arte para convertirse en estridencia, ruido, caos. Se me ocurren cinco componentes esenciales para dar los primeros pasos en esto que llamamos “el arte de ponerse de acuerdo”:
- El Respeto como norma básica. Respetarse a uno mismo y respetar a los demás… Respetar es descubrir que las personas son más importantes que las ideas; que las ideologías han de ceder el paso a la dignidad única de cada ser humano.
- El Diálogo como camino. Aprender a dialogar conlleva saber escuchar (a los demás y a nuestra propia conciencia) y saber transmitir, tarea no siempre fácil. Dialogar implica posicionarse desde una actitud de búsqueda de la verdad, de lo que conviene al bien común.
- La Reflexión como fuente de sabiduría. Saber no consiste sólo en aglutinar titulaciones sino, fundamentalmente, en reflexionar, en “saborear” y meditar, contemplando todo lo que nos llega desde fuera y aquello que nace desde nuestro interior.
- La Solidaridad como talante. Ser solidario es la mejor manera de no convertirse en un solitario. Solidaridad es ponerse en el pellejo de los demás, especialmente de los más necesitados.
- La Coherencia como llave de la dignidad. Se trata de intentar llevar a la práctica todo aquello que consideramos valores en nuestra vida a la luz del Evangelio. De esta manera se afianza nuestro ser imagen y se forja nuestro ser semejanza de Dios.
Quizás amasando estos elementos, y añadiendo “un toque personal”, nos descubramos algún día artistas en esta obra tan compleja donde no siempre es fácil descubrir el brillo de las relaciones interpersonales.
Dionisio Blasco España es Delegado Territorial en la Diócesis de Málaga y miembro del Comité Ejecutivo de Acción Social Empresarial