La alianza entre filosofía y cine permite un pensamiento agradecido. Repara con atención en todo el aspecto de don que hay en nuestra vida y lo expresa con palabras. Las películas reflejan la vida y en ese contexto la muerte es con facilidad presentada no como la última palabra. Al contrario, muchas de las grandes películas de la historia del cine lo que muestran es la victoria del amor sobre la muerte. ¿En qué sentido? Creemos que el filósofo Gabriel Marcel lo expresó de una manera precisa en una de sus obras de teatro, Le Mort de demain: “Aimer un être, c´est lui dire: «Toi, tu ne mourras pas.» / “Amar a alguien es decirle: «Tú no morirás.»”[1]
En estos momentos quienes escribimos desde Valencia lo hacemos con la vivencia extrema de una tragedia. La DANA con la consiguiente riada, que se ha cobrado a fecha de hoy más de doscientos diez fallecidos. Y queremos seguir muy de cerca las reflexiones que recientemente ha publicado la Dra. Carola Minguet Civera, directora de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia en su tribuna ¿Nos ha revelado algo la riada?, cuando con acierto concluye:
«…en la riada se ha dado una revelación. El Apocalipsis de San Juan revela al Cordero, que es el Amor. La caritas, el agapé, se ha revelado en lo pequeño: en las botas embarradas; en las caminatas por las carreteras destruidas con fregonas, cubos, garrafas de agua y alimentos; en cada abrazo y en todas las lágrimas compartidas. La muerte se ha pronunciado tiránicamente, con un estruendo insoportable, pero el pueblo valenciano le ha contestado. La última palabra no es suya, aunque lo parezca en estas horas de llanto, luto y desolación. Es del Amor. Y las aguas no lo pueden anegar».[2]
Somos capaces de mirar de frente a la muerte y darle un sentido
La imagen de que a la muerte se le puede vencer, como propone la Dra. Minguet, no es ajena a la pantalla cinematográfica.
Vamos a detenernos en tres ejemplos en los que la muerte es representada por un personaje con el que se puede dialogar. En todos ellos se trata de un intercambio de pensamientos y emociones que resulta fructífero. El cine recoge que “desde tiempo inmemorial todas las culturas humanas han venido simbolizando a la Muerte con un aspecto físico, con una entidad real” [3]. Cuando se personifica la muerte, se está recogiendo una experiencia humana fundamental. Somos capaces de mirar de frente a la muerte y darle un sentido. Hay algo profundamente arraigado en la condición humana que le hace saber que la apariencia tiránica de la muerte no es incompatible con que podamos encontrar su sentido para ella. Y en este sentido vencerla. La clave esté en encontrar un modo de vivir que le hace frente: la capacidad de amar y la determinación por hacerla florecer.
La primera de las películas que vamos a analizar fue dirigida por Mitchell Leisen (1898-1972). Se basó en una obra de teatro del italiano Alberto Casella (1891-1957), adaptada para el teatro de Broadway por Walter Ferris (1882-1965) con guion de Maxwell Anderson (1888-1959) y Gladys Lehman(1892-1993). En ella, La muerte de vacaciones [4], el personaje que la representa, el Príncipe Sirki (Frederic Marcha), impone su presencia en la mansión de un noble, el Duque Lambert (Sir Guy Standing), obligándole a que lo acoja como huésped, pero que los demás invitados ignoren su verdadera identidad y lo traten con normalidad. La muerte ha querido encarnarse de este modo para poder experienciar en primera persona en qué consiste la vida humana, por qué temen al final de sus días, a qué dedican su tiempo. Se da unas vacaciones de tres días, al final de las cuales volverá a tener su terrible aspecto habitual.
Un amor es más grande que la ilusión… y más fuerte que la muerte
Para explicar el devenir humano, un viejo diplomático retirado, el barón Cesárea (Henry Travers), le indica que hay tres juegos por los que las personas se afanan, “el dinero, el amor y la guerra”. Y añade que el más decisivo es el amor, del que nadie se cansa. El príncipe Sirki buscará tener esta experiencia para lo cual primero flirteará con una joven americana, Rhoda (Gail Patrick). Ésta pronto sospecha que quien cree que es un noble atractivo simplemente está analizando las sensaciones que ella le suscita, y le abandona molesta (“Si no soy su tipo, buen, pues no soy su tipo!”).
Con la segunda joven, Alda (Katharine Alexander) ya no quiere caer en el mismo error. No se quiere quedar en la superficialidad de las sensaciones y le pide que le entregue su alma. Para ello, ella debe conocerle como es y, sin embargo, seguir amándole. Cuando Sirki se revela a ella con el rostro de la muerte, Alda huye aterrorizada.
Será con la tercera joven, Grazia (Evelyn Venable) cuando Sirki experimente de verdad el amor, al reconocer la comunión que se ha creado entre ellos. Entonces siente una enorme paradoja: al tener que abandonar la condición humana, la Muerte sentirá que se muere porque va a perder a la joven de la que se ha enamorado irremediablemente. Su sorpresa será mayúscula cuando Grazia se quiera ir con él, porque no ha dejado de ver en él la muerte. No se ha detenido en su aspecto terrible, sino que ha sido capaz de captar toda su amabilidad. La Muerte dice entonces las últimas frases de la película: “Then there is a love which casts our fear and I Have found it! An loves is greater tan illusion… and strong a death.”// «¡Entonces hay un amor que arroja nuestro miedo y yo lo he encontrado! Un amor es más grande que la ilusión… y más fuerte que la muerte.”
Mitchell Leisen cuenta con respecto a una amiga suya muy querida que había perdido a su hijo en una situación muy extrema, por lo que se había quedado destrozada.
Un día tiré un disparo al aire. La llevé a la sala de proyección, la deje sola e hice que le mostraran Death Takes a Holiday. Salió totalmente cambiada. Me dijo: «Me has explicado la muerte, la has hecho hermosa para mí. Ya no me siento como antes.» Esto significó mucho para mí e hizo que mereciera la pena todo el esfuerzo si podías tocar así a tanta gente y explicarle algo que antes le horrorizaba. Como dice la misma Muerte: «¿Por qué la gente me teme?»[5]
«La muerte de vacaciones» lanza el mensaje de que nuestra visión sobre la muerte puede cambiar, si nuestra visión sobre la vida no está regida por la superficialidad y otras distracciones, sino por el amor. El amor de la amiga de Leisen por su hijo podía sumarse a la expresión de Gabriel Marcel: “Tú no morirás.” Alguno puede negarse a verlo así. Somos libres para obrar de este modo. Lo que ya no está tan claro es por qué esta opción de libertad particular deba ser para todos obligatoria y sepultar dogmáticamente la esperanza.
«El séptimo sello» de Ingmar Bergman (1918-2007) plantea de manera muy sutil en qué consiste la victoria del amor sobre la muerte. Basada en una obra de teatro escrita por el propio director, presenta el combate entre la persona y la muerte de una manera muy plástica. El caballero Antoninus Block (Max von Sydow) consigue un aplazamiento de su final por medio de una partida de ajedrez con la Muerte (Beng Ekerot). Esta lo acepta porque es muy aficionada a este deporte. Podemos traducir, a una lógica estratégica que busca acabar con el otro por medio del jaque mate.
El caballero Block ha sido capaz de poner su mirada sobre el único rayo de bondad que atraviesa la negritud del relato
Para los tiempos de catástrofe que estamos viviendo estos días en Valencia la película «El séptimo sello» resulta particularmente iluminadora. Dibuja un clima social de completo pesimismo por la extensión de la peste negra y el sentido de fracaso ante la cruzada en la que ha participado el caballero. Su escudero Squire Jöns (Gunnar Björnstrand) trasluce el escepticismo radical que se puede vivir en consecuencia. Se muestra en todo caso más sano que la predicación que aterroriza con la ira divina de los monjes o con la condena de una joven (Maud Hansson) acusada de haber tenido relaciones sexuales con el demonio, que termina en la hoguera.
Un mundo así, entre el racionalismo extremo y el fanatismo religioso, es un mundo completamente desesperanzado. Pero el caballero Block ha sido capaz de poner su mirada sobre el único rayo de bondad que atraviesa la negritud del relato. El actor de comedia Jof/Joseph (Nils Poppe) en su inocencia y buena voluntad de alegrar la vida de los demás —no exenta de algo de fanfarronería— es capaz de tener visiones beatíficas. Así contempla a la Virgen María enseñando a andar al Niño Jesús. Aunque es tenido por un soñador y un farsante incluso por su propia mujer, Mia/Mary (Bibi Andersson), forma una familia unida y entrañable con ella y su común hijo Mikkael (Tommy Karlson), capaces de la alegría y la hospitalidad de la que el propio caballero se beneficia. Jof espera hacer de su hijo el más maravilloso malabarista, que sea capaz de suspender una pelota en el aire.
Hay una bondad juguetona en la imagen de la familia
La Muerte no había entendido para qué quería aplazar su desenlace. Pero en las últimas escenas lo comprendemos. Gracias a que el personaje siniestro pudiera fijar su atención en el tablero, la familia de actores pudo escapar de su dominio. No pasaron a formar parte de la danza de la muerte del último fotograma. A ellos les quedaba reservado el amanecer soleado tras la lluvia. En uno de sus Diarios Bergman confiesa:
… La Santidad del Ser Humano. Jof y Mia representan algo importante para mí: si uno quita la Teología, queda lo Santo.
Además, hay una bondad juguetona en la imagen de la familia. El niño realizará el milagro: la octava pelota del malabarista debe quedar quieta en el aire un vertiginoso instante —un microsegundo.[6]
Y explica más adelante:
Desde que recuerdo he llevado conmigo un profundo miedo enfermizo a la muerte, miedo que durante la pubertad y hasta los veintiocho años llegó a hacerse insoportable.
El pensamiento de que al morir iba a desaparecer, que iba a atravesar el oscuro portal, de que había algo que no podía controlar, ni preparar o prever era para mí un motivo de horror constante. Que de repente hice de tripas corazón y lograse darle a la Muerte la forma de payaso blanco, un personaje que conversaba, jugaba al ajedrez y que, en realidad, no tenía secretos, fue el primer paso en la victoriosa lucha contra el miedo a la muerte.[7]
No es descabellado pensar que en el combate del caballero Block contra la muerte la victoria sea para la compasión o misericordia. El noble se olvida de sí mismo y es capaz de disfrutar con el lugar donde se encuentran las fuentes de la vida. Vence a la muerte apartando de sus garras a la inocencia de Jof y su familia. El despiste del personaje oscuro al dejarlos huir puede ser pensado como una no confesada complicidad, arrebatada por el noble.
En el personaje bondadoso de la muerte en «Palermo Shooting» tiene precedentes en «La muerte de vacaciones»
En «Palermo Shooting» de Wim Wenders (n. en 1945) comprobamos que en el personaje de la muerte hay algo de las dos películas anteriores. Es verdad que Wenders en el dossier de prensa del Festival de Cannes, reconoció la influencia de la obra de Bergman[8], no así lo propio del filme de Leisen. Sin embargo, no es difícil reconocer que en el personaje bondadoso de la muerte en «Palermo Shooting» tiene precedentes en «La muerte de vacaciones».
La película fue escrita por el propio Wim Wenders y se centra en el personaje de Finn, un fotógrafo de enorme éxito, protagonizado por el cantante de la banda Die Toten Hosen, Campino (n. 1962, en Düsseldorf, la misma ciudad en la que nació Wenders). Muestra su evolución desde una vida frenética y superficial hasta un reencuentro más profundo consigo mismo. Este es posible por dos factores convergentes: los mensajes que le lanza la muerte y el descubrimiento del primer amor de verdad en la persona de una restauradora de arte italiana, Flavia (Giovanna Mezzogiorno). Y por el contesto urbano en el que se dan estos acontecimientos: la ciudad de Palermo que da el titulo a la película.
Es aquí donde Frank (Dennis Hoper) lanza unas flechas para sacar a Finn de su ensimismamiento. Y se presenta de este modo: “La muerte… es una flecha del futuro que viene directamente hacia ti.” El diálogo entre Frank y Finn desvela que la manera adecuada con la que debe concebirse. Explica Enrique Fuster:
La muerte (que viste de blanco, porque para Wenders es luz) le dice que no tiene sentido que la gente agradezca al médico el parto y sin embargo no dé las gracias a la muerte, que hace lo mismo (dar a luz), al otro lado del camino (min. 92): la muerte engendra a la vida (Marcel[9], 160, 294, 307). Finn le pregunta qué puede hacer por él, por la muerte, y ésta le dice, básicamente: mostrar que ya no me temes (se abrazan) y darme a conocer al mundo (y le pide que le fotografíe). Cuando le fotografía, en la muerte ve a su madre, la misma que llevaba a hombros en una escena anterior. Y antes, en otro momento de la conversación, la muerte aparecía con el rostro de Finn; porque yo soy todos, le viene a decir.[11]
La muerte es la puerta de salida, la única. Teme a la muerte quien teme a la vida, al mundo real, quien no sabe vivir
Más adelante, precisa Enrique Fuster:
La muerte es la puerta de salida, la única. Teme a la muerte quien teme a la vida, al mundo real, quien no sabe vivir. Y el miedo a la vida es el miedo a la muerte. Al final la muerte le devuelve su cámara y le pide que le saque una foto, y mientras posa, se abre detrás de la muerte una puerta y un haz de luz blanca inunda todo, como significando que es, efectivamente una salida a la Vida. [12]
El encuentro con la muerte le permite a Finn mirar con nuevos ojos a la mujer con la que está comenzando una relación, al lado de la cual descansa pudorosamente vestido, superando por vez primera en mucho tiempo los problemas de sueño que le atenazaban.
En la cama, Finn abre los ojos. Se dice: “por primera vez en mucho tiempo, ahora es ahora”. También Flavia abre los ojos, le mira y le dice: “tú” (min. 97). Le nombra mirándole. El encuentro, la relación, la identidad que se establece y que le hace sentirse querido (Marcel [13], 164). Si el hombre es relación, para que haya un yo necesito que alguien diga tú. Y yo me conozco, me entiendo, me identifico, sólo desde el otro, desde la relación, desde (o partir de) la mirada confiada de alguien que me quiere.[14]
Breve conclusión
Quizás «Palermo Shooting» sea la más explícita en cuanto al mensaje que hemos expuesto a lo largo de esta contribución: “La muerte es la puerta de salida, la única. Teme a la muerte quien teme a la vida, al mundo real, quien no sabe vivir.”. Con el dolor por una tragedia como la que nos ha azotado en Valencia en los últimos días uno puede sentir la tentación de pensar que la muerte es lo definitivo. Pero no es así. La no indiferencia que nos producen tantas muertes habla de una lógica de la compasión que no se resigna a tanto dolor y tanto desgarro. Y al mismo tiempo, es un reconocimiento de que aquellos que se han ido de nuestro lado de manera tan abrupta de algún modo misterioso han ganado más profundamente nuestro corazón. Que la promesa de inmortalidad que el amor nos descubre no es un sueño, sino un indicio plenamente fiable.
La bioética, en síntesis, es una aplicación escrupulosa del primer principio que constituye la civilización: “el no matarás”, que concentra todo su significado en la persona del más pobre pequeño y vulnerable al que podemos amenazar. Sin embargo, el imperativo de no acabar con la vida no conlleva una sospecha continua de la malignidad de la muerte. Al contrario, el amor con el que acogemos la vida se proyecta como una flecha hacia la eternidad.
La triste paradoja es que muchos de los que profesan la antropología del “aquí se acaba todo”, compadrean con la cultura de la muerte, y hacen de ella un bien cuando se trata de la vida del no nacido, del anciano, del enfermo, del vulnerable con la que quieren acabar como señal de progreso. Una vez más, ante semejante contradicción, el mejor cine viene a nuestro rescate. Nos propone un ambiente propicio para reflexionar sobre la victoria del amor sobre la muerte, que comienza por el respeto incondicional hacia toda vida humana… que abre las mentes hacia la cultura de la vida frente a la tiranía de la muerte.
José Alfredo Peris-Cancio – Profesor e investigador en Filosofía y Cine – Miembro del Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia
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[1] Marcel, G. (1931). Le mort de demain. En G. Marcel, Trois Pièces. Le regard neuf. Le mort de demain. La Chapelle Ardente (págs. 105-185). Paris: Librairie Plon, p. 161.
[2] Minguet Civera, Carola, ¿Nos ha revelado algo la riada?, https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/carola-minguet-civera/nos-ha-revelado-algo-riada/20241105052543050738.html
[3] Díaz Maroto, C. (2011). La muerte de vacaciones . Madrid: Notorious Ediciones., p. 8.
[4] Hemos comentado más ampliamente esta película en Sanmartín Esplugues, J., & Peris-Cancio, J.-A. (2019). Cuadernos de Filosofía y Cine 05. Elementos personalistas y comunitarios en la filmografía de Mitchell Leisen desde sus inicios hasta «Midnight» (1939). Valencia: Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir, pp. 79-90.
[5] Chierichetti, D. (1997). Mitchell Leisen. Director de Hollywood. San Sebastián-Madrid: Festival Internacional de Cine de San Sebastián-Filmoteca Española, p. 76.
[6] Bergman, I. (1992). Imágenes. Diarios de un cineasta. (J. Uriz Torres, & F. J. Uriz, Trads.) Barcelona: Tusquets editores, p. 208.
[7] Ibid., p. 212.
[8] Cfr. https://cinemadedemain.festival-cannes.com/en/f/palermo-shooting/
[9] En Marcel, G. (2022). Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza. (M. J. De Torres, Trad.) Salamanca: Sígueme.
[11] Fuster Cancio, E. (2024). “Lo visible y lo invisible en «Palermo Shooting» de Wim Wenders”. VI Congreso Internbacional de Filosofía y Cine., Pro manuscrito del autorp. p. 5.
[12] Ibid., p. 6
[13] Homo viator, cit.
[14] Fuster Cancio (2024), cit., p. 6