El Adviento comenzó a celebrarse en los primeros siglos de la Iglesia, y fue en España, en el Concilio de Zaragoza (380 dC) donde se determinó que se debía asistir a las celebraciones de diciembre y enero, no solamente por preparar la venida del Mesías y celebrarla con la comunidad reunida, sino para prepararnos a la Segunda Venida del Salvador. Así, reconoceríamos que estábamos deseosos de su vuelta, como diría Benedicto XVI en la Encíclica «Spe Salvi», como motivo de esperanza.
Sin embargo, esa salvación definitiva (Parusía) del que hace nuevas todas las cosas, se retrasaba más de lo previsto. Generaciones y generaciones hemos esperado su vuelta pidiéndolo en la Santa Misa, después de la Consagración: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!
Ahora, cuando la mayoría ni esperan al Mesías, ni celebran su venida, e incluso está perseguido celebrarla, queriendo quitar hasta el nombre de NAVIDAD, llamándola «fiesta de invierno» o similar, como ya ocurrió en aquella, primera Navidad, de la Primera Guerra Mundial, cuando castigaron enviando a Siberia a los que habían parado la guerra en las trincheras, para celebrar juntos, con villancicos, compartiendo cena, e incluso, jugando al fútbol entre naciones (como en el Mundial). De la misma manera ocurre con tantas personas que son perseguidas por decir que Jesucristo vino al mundo, por esperarlo con Belenes y cantando villancicos. En muchos lugares, o no se puede (como en muchas escuelas públicas en España), o en los países que persiguen la Fe.
Hablando de todo ello, me acuerdo de una anécdota que quiero compartir.
No hace aún veinte años, poco después de ser ordenado sacerdote, le preguntaba a la gente: ¿Qué crees que llegará primero? La descomposición interna de España, con las leyes inicuas que defiendan el terrorismo, despenalicen lo vandálico y protejan a los ladrones y violadores; la invasión musulmana sin que acepten nuestra cultura, y masacrando a los cristianos en los países del Islam; o la vuelta de Jesucristo, rodeado de poder y majestad. La gente me decía: «Estás loco, muchacho», «No hay para tanto», «Creo que se tiene que poner peor», ¿Quieres ser profeta, ya?».
Ahora debe hacer un año. Con el frio de la tarde de otoño, a tres abuelos que descansaban en un banco, les hice las mismas preguntas, y sin dudarlo me contestaron a la vez: «¿Sabe qué le digo? Que las tres cosas van a llegar casi de la mano». Eso significa que lo esperamos, significa que lo entendieron perfectamente, y que tenemos que predicar más a menudo de su vuelta, como decimos en el Credo: «Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos».
Porque yo no sé si tú tienes ganas, pero yo lo estoy deseando, y desde que soy pequeño, muy pequeño, le pido a Jesús poder verlo. Llegar a tiempo, pero no desde el Cielo, sino desde aquí. Porque de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas, no se adiestrarán para la guerra. Nosotros no podemos parar las guerras, pero sí podemos ser mensajeros de Paz. No podemos arreglar la casa del vecino, pero sí que podemos sembrar paz en el corazón de los que tenemos cerca.
¿Sabéis una cosa? Lo leíamos estos días en las lecturas. Cuando empiece a suceder todo lo que está sucediendo: ALEGRAOS, ALZAD LA CABEZA, SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN.
¡Feliz Adviento a todos!