Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 29 de diciembre de 2024, titulado: “Los caminos del Bautista”
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I Samuel 1, 20-22. 24-28: “Samuel quedará consagrado de por vida al Señor”
Salmo 83: “Señor, dichosos los que viven en tu casa”
I San Juan 3, 1-2. 21-24: “Nos llamaremos hijos de Dios y lo somos”
San Lucas 2,41-52: “Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los doctores”
Una a una se han ido abriendo las rejas del penal. Y una a una, con férreos mecanismos de protección, se han cerrado detrás de nosotros. Nuestra visita por el tiempo navideño tiene un dejo de nostalgia y vacío que nada puede llenar. Uno de los reclusos en su diálogo parece resumir esa sensación: “Cuando crucé los muros de la prisión se acabó mi familia… No tengo a nadie. Lo más difícil de mi condena es la sensación de soledad y abandono, a nadie le intereso”. Y nos cuenta detalles de la ruptura y pérdida de su familia. No han sido los muros los que han roto la armonía familiar, estaban tan frágiles que cualquier circunstancia los hubiera roto, pero sus palabras se quedan en mi corazón: “Un hombre sin familia no vale nada”.
En Nazaret, como en muchas de nuestras comunidades, la familia lo es todo: el lugar de nacimiento, el apellido, la configuración, la escuela de la vida y la perspectiva de trabajo. Fuera de la familia el individuo queda sin protección, sin seguridad. Como en muchos de nuestros pequeños pueblos sólo en la familia la persona encuentra su identidad, para bien y a veces también para mal. Y la familia no se reducía a los padres, hijos y hermanos, sino que incluía toda la parentela, abuelos, tíos, primos y parientes políticos, que compartían muchas veces oficio, instrumentos de trabajo, producción y ofrecía cierta protección. Jesús no solamente tendría a José y a María sino una gran familia “extensa” que lo sentía suyo, que lo compartía, que lo alentaba pero que también lo limitaba y se apropiaba de Él. Allí se encarnó Jesús y allí aprendería poco a poco, como todo niño, las tradiciones familiares, la Torá, el valor de la amistad, la oración, la presencia de Dios en su vida, el descanso sabático y muchas otras enseñanzas que se asimilan más por la vivencia que por el aprendizaje. Ya la misma narración de este día nos presenta a sus padres como judíos piadosos que cada año solían ir a Jerusalén para las festividades de la Pascua. ¿Cómo no iba también Jesús a adquirir una concepción magnífica del templo y del tiempo dedicado a Dios?
La Sagrada Familia se nos presenta como modelo de toda familia pero inmediatamente diremos que eran otros tiempos, que en nada se parece aquella familia, pacífica y campesina, al torbellino de familia que poseemos nosotros, que la familia actual en nada se parecería a la de Jesús, José y María. Si dejamos de lado las particularidades sociales y localistas de cada familia, creo que hay elementos que no cambian y que sostienen tanto la relación familiar como la relación comunitaria. La centralidad de la familia es el punto de partida para construir la nueva sociedad. Muchas de las tan traídas y llevadas propuestas de educación no han tenido en cuenta el valor de la familia en la formación de la persona, en su madurez sicológica, en sus periodos de crecimiento y en la enseñanza de la verdadera libertad. Nazaret es la primera escuela de amor, donde empieza a entenderse la vida de Jesús. El contempló la actitud de sus padres y lo asumió. Hoy día la familia sigue siendo la primera escuela, donde el niño se impregna de los auténticos valores. Los niños son esponjas, que observan e imitan lo que hacen los padres. La familia, Iglesia doméstica, es la primera escuela de educación en la fe, es el lugar donde se asume la actitud ante la sociedad y el prójimo.
Y no es que Jesús se encasille en la familia o se esconda detrás de los vínculos familiares para no asumir sus responsabilidades. Ya este mismo pasaje nos lo muestra por una parte siguiendo la tradición de participar en la fiesta de la Pascua, pero por otra actuando con gran libertad y responsabilidad para descubrir su propia misión y sus consecuencias. Es un texto de la infancia y está cargado de sentido teológico para presentarnos a Jesús en la relación íntima con su Padre, pero también nos deja ver el proceso de crecimiento que en todos sentidos va experimentando Jesús. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres. Quizás sea lo más importante de toda familia: hacer crecer en libertad y en responsabilidad.
La educación, el ir creciendo de la mano de los padres, se ha ido perdiendo y se va dejando la responsabilidad a la escuela, la calle y los medios de comunicación. Aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la mayoría de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un bombardeo y agresiva oferta de falsa felicidad, pornografía y permisividad que los ahoga y los induce al alcohol, a la droga y a la vida fácil. No se educa para el amor ni para la responsabilidad. No se enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los niños?
El modelo de la Sagrada Familia aparece como un ideal al que debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. ¿En qué tendremos que poner más atención para mejorar nuestras familias? ¿Buscamos a los hijos como lo hacían María y José? ¿Los educamos para la libertad y para el amor?
Señor y Dios nuestro, Tú que nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo, el modelo perfecto para nuestras familias, concédenos practicar sus virtudes domésticas y vivir unidos por los lazos de tu amor. Amén.