Educar en la escasez

Una misión para los padres de familia y los directivos de empresas

Foto de Kate Joie en Unsplash
Foto de Kate Joie en Unsplash

Aunque no parezca así, la carencia de medios probablemente sea mejor maestra para la vida de las personas y de las organizaciones que la abundancia. Sin embargo, pocas veces le damos espacio a la educación en la escasez en nuestras familias y también en nuestras empresas.

El estado de confort tiende a adormecer a las empresas; incluso una situación económica boyante cuando ha faltado esfuerzo o desproporción entre el trabajo realizado y los buenos resultados es mala señal. En todo proyecto, en toda actividad que uno realiza se tiene que notar el esfuerzo, el cansancio que ha generado un buen resultado; lo contrario sería señal de retroceso personal, organizacional y hasta profesional. Y este retroceso lo notarán los clientes en no mucho tiempo.

San Agustín de Hipona refiriéndose al progreso interior en el amor, es decir, en el desarrollo de la amistad personal con el Señor, decía. “En este camino del amor; si dices basta, ya estás perdido. No te detengas, avanza siempre; no vuelvas hacia atrás, no te desvíes. En este camino, el que no adelanta retrocede”. Y este mismo principio podemos aplicarlo a la calidad de nuestro trabajo, porque el trabajo es el medio que tenemos los ciudadanos para crecer en la capacidad de servir y pensar en los demás. Y es esta capacidad la única que puede mantener en el largo plazo la motivación para seguir insistiendo en una tarea que cansa; y que aunque apasione, agota las fuerzas personales.

Hace poco más de una semana tuvimos el anuncio del corte de agua en varios distritos de Lima. Los titulares de los periódicos y de los mass media dieron cuenta de lo que se comentaba en toda la ciudad. Todos estaban extrañados de tener que pasar unos días con el recorte de este elemento tan importante para la vida. Algún diario también publicó una información de SUNASS sobre el consumo de agua de algunos distritos; y señalaba también que los que más la consumían eran San Isidro, Miraflores y La Molina. El primero 280 litros/persona-día, el segundo 238, y el tercero 210. Unas cifras que contrastaban con lo sugerido por la Organización Mundial de la Salud (OMS): 100 litros/persona-día.


La reacción ante el recorte en el suministro de este elemento tan esencial y la noticia de cómo se consume en nuestra ciudad, pienso que nos da ocasión para caer en la cuenta de que no estamos educando en la escasez. Y que estamos acostumbrando a nuestros hijos y a nuestros colaboradores a no ser responsables de la hipoteca social que tienen los bienes materiales que disponemos. Algunos piensan que el pago de un servicio justifica el uso indiscriminado del bien, pero esto no es así. El uso razonable de los bienes materiales interesa mucho, porque impacta positivamente en el sujeto que los usa. Por supuesto que interesa no destrozar la belleza natural, no extinguir las especies, no deteriorar el entorno… Esto es valioso, pero mucho más es el impacto que se genera en la persona humana cuando este actúa cuidando la naturaleza, o procurando no derrochar en vano los bienes materiales. Cuando alguien actúa así, crece como persona: es más racional en su actuación; es más responsable en todas sus dimensiones; vive menos pendiente de sus caprichos y se abre más a las necesidades de los demás; se hace más solidario, más servicial, más sensible a las necesidades de los demás. Y es que, aunque a algunos les parezca sorprendente e inaudito, la naturaleza está esencialmente para contribuir al desarrollo en plenitud de los seres humanos.

Finalmente, no se puede educar en la escasez si uno no empieza por sí mismo. La educación solo se da por imitación. Y esto significa que para enseñar a los hijos y a los colaboradores de nuestras empresas en la escasez: yo, padre o madre de familia; o yo, gerente de un división, debo incorporar en mi conducta personal esta actitud de vivir en la escasez.

Es decir, cerrar el caño de agua si no lo uso directamente; cuidar las cosas personales; renunciar al vino que más gusta, para pedir en cambio el plato que más le gusta a la esposa; medir el consumo personal en los almuerzos que paga la empresa; dar cuenta de los viáticos del viaje y no cargar a la empresa lo que no corresponda. Son detalles, cierto…; y algunos de ellos nadie los apreciará directamente -aunque siempre los apreciará quien realmente vale la pena que los observe. Pero, estos detalles cuando se hagan parte de la vida cotidiana de uno terminarán conformando nuestro modo de ser, y por tanto, nuestra actitud. Y esa actitud, sin manifestarlo explícitamente, será la que educará en la escasez a quienes se tengan cerca.