El sacerdote y doctor en Filosofía Josep Maria Montiu de Nuix ofrece a los lectores de Exaudi su artículo titulado “Ecología hoy”, en el que reflexiona sobre la importancia de la misma, cómo esta se refiere a la naturaleza misma de las cosas.
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Últimamente, la comunidad científica está dándose cuenta de lo muy acertado que ha estado el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’, sobre ecología. A la ecología le es esencial considerar la naturaleza de las cosas, los animales, la Tierra, el cuidado de la casa común… Importa grandemente procurar que no se extinga la vida humana sobre el Cosmos. La ecología resulta algo capital. Puede establecerse una jerarquización, según grados de importancia, de todas las cosas de las que trata.
El cambio climático favorece la existencia de incendios… Los bienes meramente materiales son humo. Es decir, existe un fuego voraz que los puede devorar sin dejar siquiera rastro de ellos. Ley, ésta, de las cosas materiales, que indica que las mismas sólo poseen una importancia secundaria.
Dado que en la ecología también se trata de los animales. Y dado también que el hombre, espíritu encarnado, ser dotado de un alma espiritual e inmortal, es un animal, concretamente, un animal racional. Se sigue que ha de haber una ecología del hombre. Ésta, resulta muy importante, pues el hombre está infinitamente por encima de los valores materiales en cuanto que hay un salto cualitativo insalvable entre lo material y lo espiritual. En el hombre, a diferencia de lo que pasa en los animales irracionales, además de hablar de belleza, se puede hablar de sencilla elegancia espiritual, de delicadeza, de finura, de elevación del espíritu, de nueva dimensión, de regiones superiores. El hombre es el animal que tiene sus plantas en la tierra y puede tener mente y corazón en el cielo.
La ecología considera la naturaleza misma de las cosas. Pero, en la naturaleza misma se encuentra que existen hombres y mujeres, masculinidad y feminidad. La ecología, pues, no puede conciliarse con la ideología de género.
La ecología quiere la conservación de los seres vivos. Es, pues, inconciliable con el machismo abortista. El movimiento abortista puede calificarse de machista, y esto por tres razones. La primera, porque estadísticamente la mayoría de las nuevas personas procreadas son seres humanos femeninos, y, por consiguiente, en principio, hay mayor probabilidad de que sea abortada una niña. La segunda, porque hoy que se puede saber si el ser humano concebido y no nacido es un niño o una niña, la mirada injusta que identifica los niños con ser un valor más productivo, más generador de riqueza, hace que sea más probable que aborten a las niñas. La tercera, porque al médico, tras tocar el dinero del aborto procurado, le importa un comino los graves síntomas post-aborto de la madre. Obviamente, la ecología también se opone a la eutanasia.
La ley natural resulta algo importantísimo para toda verdadera ecología. Por ley natural se entiende “la luz de la razón natural, por la cual discernimos lo bueno y lo malo (…) la luz divina impresa en nosotros” (S.Th.,I-II, q. 91, a. 2). Así, por ejemplo, es de ley natural que hemos de hacer el bien y hemos de evitar el mal. Esto es algo que se sabe sin necesidad de recurrir a la fe. En particular, es de ley natural, y, por tanto, es una verdad propia de toda ecología perenne, que, como ha señalado la tan importante encíclica Humanae Vitae de san Pablo VI: “el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida”. Oponiéndose a ello la píldora anticonceptiva. Verdad, esta, tan repetida por el papa san Juan Pablo II, y que tanto ha reiterado el Papa Francisco en Amoris Laetitia, y que tiene un eco tan importante en este año de la familia, año Familia Amoris Laetitia. Este amor conyugal casto, contrario a la mentalidad anticonceptiva, propugnado por toda verdadera ecología humana, es una liberación de la mujer, mientras que lo que la esclaviza es el desorden moral.
El cosmos ha quedado muy deteriorado por los pecados de los seres humanos. Mediante los pecados hemos destruido, deteriorado y ensuciado la bella obra creadora del artífice divino. El pecado es aquello que más ensucia a lo más grande del animal racional, su alma. El pecado contamina a este animal espiritual. La absolución del sacramento de la confesión resana las sucias aguas del alma, haciendo que, en lugar de éstas, broten aguas limpias y purificadoras, que tienen su fuente en el corazón de Cristo. Así pues, la absolución purifica algo muy importante de la naturaleza. Al que tiene el alma muerta, al que es un cadáver ambulante, la absolución sacramental le devuelve la gracia santificante. Estar en gracia de Dios está infinitamente por encima de estar sin ella. Estar en gracia de Dios es algo cualitativamente muy superior. Como decía san Josemaría, estar en gracia de Dios es lo más grande. De aquí que, según el cardenal Piacenza: “En tal sentido toda particular absolución sacramental constituye la mayor contribución que se puede dar a la ecología humana, a la ecología del alma y, a través de ésta, a la ecología del mundo y del universo”.