El duelo migratorio, permiso para llorar

El Papa Francisco en pocas frases da en el clavo de la terapia para con los refugiados: mirar a los ojos

Duelo migratorio llorar
Refugiados de Ucrania en Korczowa, Polonia © Archivo Privado

El sacerdote y psicoterapeuta Alfons Gea ofrece este artículo en el que habla sobre el duelo migratorio, las palabras del Papa Francisco a los migrantes y la historia real de Rahma.

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“Estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas”, les dijo el Papa Francisco en su encuentro con los refugiados, en el Centro de Recepción e identificación Mytilene.

A alguien le pueden parecer estas palabras del Santo Padre como poco útiles para los que sobrevivir es un reto diario. Sin embargo, estas palabras son diana en el corazón sufriente del emigrante forzoso, del exiliado y refugiado.

El duelo migratorio tiene unas características especiales que aun siendo grave y doloroso pasa desapercibido.

El estado de shock por la violencia vivida que ha roto por desgarro y separación, familia, paisajes, cultura, trabajos, propiedades, amistades, hobbies, rutinas… este estado de shock hace que no se sea consciente de todo lo que se está perdiendo. Cuando el dolor se multiplica, el cuerpo y la mente se bloquean para soportar la vida.

Otra de las causas del silencio, de la no expresión del dolor es el miedo al conflicto, sobre todo en los niños. Llorar es poner en peligro la mínima estabilidad que se tiene.

La rabia latente tampoco se expresa, la violencia vivida provoca como reacción la huida del conflicto, se tiende a esconder. La rabia es lucha y el refugiado busca estratégicamente ponerse a salvo del enemigo más que combatirlo.

Esa falta de expresión de los sentimientos según estudios realizados puede provocar úlceras de estómago, infartos, hipertensión, colon irritable y otras dolencias sobre todo psiquiátricas como ansiedad y depresión. Estas dolencias cuando sobrevivir es lo prioritario, quedan catapultadas.

De aquí que la mirada a los ojos de la que habla el Papa es el permiso para llorar y por tanto expresar y cómo consecuencia sanar.


Estoy tratando el caso de Rahma, una madre que vino a nuestro país huyendo de un régimen totalitario y de una pobreza estructural que la condenaba a la miseria. Al poco de llegar se divorcia del marido, el hijo mayor se independiza y ella queda a cargo de una hija que aunque adulta padece una enfermedad mental que la hace dependiente.

Rahama que tiene estudios, apenas habla el castellano. Aquí asiste a una escuela para adultos analfabetos. Aun así, la ven como una intrusa. Escribe y lee perfectamente en su lengua de grafía diferente al alfabeto.

En su país tiene algún familiar lejano pues sus padres murieron. Perdió su casa y no le queda familia. En nuestro país es una extranjera sin recursos analfabeta.

Durante la pandemia contrajo la COVID-19 y fue hospitalizada. Su hija quedó sola en casa. Era atendida por su hermano que le administraba la medicación y la comida.

Rahma se quejaba a las enfermeras de que su hija estaba sola en casa y que la necesitaba. No se sabe si no la entendían o no pudieron hacer nada para que Atika, la hija, y Rahma se encontraran.

Rahma recibió el alta para asistir al entierro de Atika que se había precipitado desde un cuarto piso. No soportó la soledad.

Después de dos años de la muerte de Atika, Rahma es asistida en el servicio de atención al duelo.

Con dificultad nos vamos entendiendo. Cada sesión es un llanto desconsolado. Por fin alguien la escucha o la atiende. Es alguien para alguien, nos miramos levemente a los ojos. No hacemos gran cosa, pero al acabar la sesión da las gracias repetidamente.

El Papa Francisco en pocas frases da en el clavo de la terapia para con los refugiados: mirar a los ojos.