La reciente partida de Don Ignacio Belzunce, sacerdote ejemplar y querido por tantos, nos sumerge en un profundo dolor y reflexión. En momentos como este, las palabras de Jesús en el Huerto de Getsemaní cobran un sentido especial: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). Estas palabras de entrega total a la voluntad divina nos recuerdan una verdad esencial: Dios sabe más que nosotros, y Su amor por cada persona supera todo lo que podamos imaginar.
Don Ignacio dedicó su vida como sacerdote del Opus Dei al servicio de Cristo y de los demás, reflejando el amor y la misericordia de Dios en cada gesto. Una de las muchas muestras de su profunda vida espiritual la encontramos en una anécdota reciente. Este pasado mes de septiembre, en su primer día como sacerdote en el colegio Orvalle, me comentó con gran sencillez y alegría que había pasado todo el verano rezando por las familias del colegio. Esta entrega en la oración, aun antes de conocer personalmente a quienes iba a servir, refleja su total donación a Dios y su amor por los demás.
Su partida deja un vacío inmenso, pero también una invitación a renovar nuestra confianza en los designios divinos. Dios, que ama a Don Ignacio más de lo que nosotros podríamos hacerlo, nos pide confiar en que Su plan, aunque a menudo incomprensible, siempre tiene un propósito de amor.
En nuestra fe, encontramos consuelo al agradecer a Dios por los años de servicio abnegado de Don Ignacio, reconociendo que su vida fue un regalo para todos los que lo conocimos. Como creyentes, estamos llamados a repetir con humildad y esperanza: «No se haga nuestra voluntad, sino la tuya».
En estos momentos de prueba, la oración se convierte en refugio y fortaleza. San Josemaría Escrivá nos dejó una plegaria que puede guiar nuestros corazones: «Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima voluntad de Dios sobre todas las cosas. Amén. Amén.» Estas palabras nos enseñan a aceptar con serenidad lo que Dios permite en nuestras vidas, confiando plenamente en que Su voluntad es siempre para nuestro bien.
La fe cristiana nos recuerda que nuestra existencia no se limita a esta vida terrena. San Pablo escribe en su carta a los Romanos: «Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» (Romanos 8:28). Con esta certeza, podemos mirar más allá del dolor y descubrir que, en el misterio de la cruz, Dios nos prepara para la vida eterna.
Es natural que, frente a la pérdida de Don Ignacio, nos preguntemos: ¿Por qué? ¿Cómo puede Dios permitir esto, especialmente cuando el mundo necesita tanto a los sacerdotes? Sin embargo, estas preguntas nos invitan a reflexionar y a confiar. Dios, en Su infinita sabiduría, ve lo que nosotros no podemos ver y actúa siempre con un amor que trasciende nuestra comprensión. Nos invita a seguir el ejemplo de los santos: a vivir con mayor entrega, amor y confianza, sabiendo que Él cuida de nosotros en todo momento.
Encomendemos el alma de Don Ignacio a la infinita misericordia de Dios, seguros de que ha sido recibido en los brazos amorosos del Padre. Y pidamos la gracia de aceptar con fe y esperanza la voluntad divina en nuestras vidas, convencidos de que el Señor, que nos ama más que nadie, siempre nos conduce hacia el bien supremo.
Don Carlos Medarde Artime – Capellán del colegio Orvalle