Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 28 de marzo de 2021, Domingo de Ramos, titulada “Con retazos de vida”.
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Marcos 11, 1-10: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14, 1- 15, 47
Hoy viviremos este Domingo de Ramos de uno modo diferente, quizás muchos en casa, quizás otros pocos en la sencillez de una ceremonia amenazada por la pandemia. Unos mantos depositados voluntaria y gustosamente a los pies del maestro son signo de reverencia, sencillez y de entrega.
Domingo de Ramos es el recuerdo y la renovación de una entrada en Jerusalén, quizás la única manifestación que podríamos llamar de “poder” de Jesús, pero no del poder que aplasta y oprime, sino algo muy diferente. Se necesita mucho más que un burrito para impresionar a los habitantes de Jerusalén. El burrito, los discípulos, los mantos, los ramos y un contingente casi todo venido de fuera, conforman el inusual espectáculo.
La sencillez, la humildad y la bondad de Jesús hacen que no parezca la entrada triunfal de un conquistador sino la manifestación popular de paz y alegría de los pobres de su Reino que ahora se sienten a gusto en medio de las aclamaciones. El grito de “hosanna” puede expresar todo lo que significa este movimiento: si originalmente es la súplica a Dios: “Señor, salva ahora”, o “Sálvanos por favor”, con el paso del tiempo, dejando un poco su significado original, se convierte en exclamación de alabanza.
Así adquiere no solamente el sentido de oración y súplica, sino que se mezcla con los profundos sentimientos de un pueblo que pone toda su esperanza en un Dios Libertador y en su Mesías.
El tender los mantos y el cortar los ramos para preparar y adornar el camino tiene una relación estrecha con las fiestas de entronización de los reyes de Israel, pero Jesús ha dejado muy en claro que su reinado está lejano de estas expectativas del pueblo. Esperaban la aparición de un Mesías poderoso, guerrero y victorioso, pero Cristo trastoca esta ideología suprimiendo los carros de combate, los caballos y los arcos por una cabalgadura preparada y escogida para mostrar los fundamentos de su Reino: la verdad, la justicia, el amor y el servicio.
Muchas veces he pensado en el significado de aquellos mantos que la gente sencilla acomodaba al paso del Señor y los miro como un signo de la forma de construcción del nuevo reino. Con retazos de vida de gente sencilla se puede construir un nuevo camino por donde verdaderamente marche el Reino de Dios.
No es el camino duro y empedrado que tiene que soportar la pisada fuerte de caballos y carros que machacan y destruyen. Es un nuevo camino, aparentemente frágil, compuesto de un manto descolorido por el dolor, de un pedazo de tela adormecida por la injusticia, de un parche que busca cobijar la desnudez, del trozo traído desde las pequeñas comunidades lejanas, del raído manto del anciano o de la cobijilla tierna del niño… todos entran a formar parte de este nuevo camino, entrelazado, entretejido y unido que puede soportar, animar y dar nueva fuerza al corazón.
“Bendito el reino que llega”, es la expresión que al mismo tiempo manifiesta una realidad y un sueño. Realidad porque Cristo ha asumido ya los dolores y sufrimientos del pueblo; sueño, porque este Reino requiere la construcción diaria y el esfuerzo continuo para seguirse construyendo.
Los ramos son aclamación y simbolismo, no del leño que golpea y destruye al pueblo, sino de la dignidad del que camina en medio de sus discípulos y seguidores. No se cortan ramos para destruir la naturaleza, sino para proclamar la nueva vida y la nueva esperanza. Son ramos para alabar a Jesús y proclamar la llegada de su Reino. Son ramos para construir una nueva humanidad basada en la paz, en la justicia y en la hermandad.
Hoy tenemos también nosotros que poner nuestro manto y nuestro ramo en la gran construcción del nuevo reino. Será muy pobre, estará raído, tendrá grandes agujeros que tendremos que remendar, pero así se construye una nueva historia y una nueva trama, siguiendo a Jesús.
Levantaremos nuestro ramo proclamando que hay nuevas esperanzas, que, a pesar de un mundo loco y desquiciado, se pueden ver brotes de verdadera fe y de verdadero amor. Así lo ha hecho Cristo. No ha rehusado ni los mantos ni los ramos, pero les ha dado un nuevo significado.
En especial hoy tendemos nuestros mantos y cantamos: “¡Hosanna!”. Súplica y aclamación que implica una grave decisión en el seguimiento de Jesús, pues, apenas terminada nuestra procesión de ramos, se proclama la Pasión según san Marcos, con toda su crudeza, con todo su realismo.
Construir el Reino implica dar la vida y asumir sus consecuencias. Al ramo y al manto, se tiene que unir el hombro que carga la cruz y que se hace solidario con el dolor y la desesperanza de una inmensa multitud. Cristo no ha rehusado el dolor ni de la cruz ni de la muerte, su seguidor tampoco debe escatimar nada en la entrega por la construcción de su Reino.
Hechos curiosos hoy que hablamos de vestidos: San Marcos nos narra que un joven es detenido cubierto solamente con una sábana, “pero él soltó la sábana y huyó desnudo”. Abandona los vestidos con tal de no ser apresado junto con Jesús. En cambio, a Jesús le colocan vestidos de burla y escarnio: “Le vistieron un manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y comenzaron a burlarse de Él”.
Vestidos que humillan, vestidos que condenan, vestidos que denigran. Finalmente es crucificado desnudo: “Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada uno”. Una desnudez y pobreza que salvan; una opresión que desnuda y se agazapa sobre los despojos del pobre. ¡Qué contrastes en la pasión! ¡Qué contrastes en la vida de las personas!
Hoy, Domingo de Ramos, no nos podemos quedar mirando desde lejos la “entrada triunfal”, se requiere también nuestro manto. Se necesita que se unan todos los mantos para hacer el nuevo camino. Se requiere unir el camino del triunfo y la propuesta, con el compromiso serio de una cruz y una muerte que se sostienen en la esperanza de la Resurrección y la vida nueva.
Aumenta, Señor, la fe de los que tenemos en ti nuestra esperanza y concede a quienes colocamos nuestros mantos al paso de Cristo victorioso, permanecer unidos con él en la construcción de su nuevo Reino para dar frutos de justicia y de paz. Amén.