Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio con ocasión del Domingo de la Santísima Trinidad, titulado “Dios Trino, relación amorosa”
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Proverbios 8, 22-31: “Antes de que existiera la tierra, la sabiduría ya había sido engendrada”
Salmo 8: “¡Qué admirable, Señor, ¡es tu poder!”
Romanos 5, 1-5: “Vayamos a Dios por Cristo mediante el amor que nos ha infundido el Espíritu Santo”
San Juan 16, 12-15: “Todo lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá de mí lo que les vaya comunicando a ustedes”
En nuestro proyecto de pastoral nacional se afirmaba que la crisis actual que estamos enfrentando es sobre todo una crisis antropológica. El hombre ha perdido su sentido y su identidad. El salmo 8 nos coloca en la verdadera perspectiva de la dignidad del hombre. “Señor Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra… hiciste al hombre un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”. En la fiesta de la Santísima Trinidad no solamente celebramos la belleza y grandiosidad de un Dios amor, relación y dinamismo, sino también recordamos la gran dignidad y vocación a la que el hombre ha sido llamado. El hombre se ha prostituido y ha abandonado la imagen a la que estaba destinado. Pero no porque sea el plan de Dios, sino porque el hombre, cegado por el egoísmo, ha deformado la imagen de Dios y se ha deformado a sí mismo. Cuánta razón tienen quienes han dicho que el hombre se ha convertido en un lobo para el hombre. Se ataca, se come y se destruye, y al mismo tiempo destruye la naturaleza que le fue confiada. Hemos vivido en carne propia estos últimos días cómo nuestras comunidades han sido sitiadas y asediadas por el narcotráfico y cómo acaban aniquilándose. El hombre al olvidarse de Dios ha perdido la referencia hacia la cual tiende su propio ser. Se ha quedado en sumergido en sus incoherencias, individualismo y no es capaz de relacionarse con los demás.
Todo lo contrario celebramos este día: la fiesta de la Santísima Trinidad nos habla de comunicación, de comunión, de comunidad. El cristianismo no es una religión que se pueda vivir a solas, encerrándose en uno mismo; el cristianismo, porque es Amor, es una fuerza, un espíritu, que necesita expandirse, concelebrarse, vivirlo en familia, en Iglesia, en comunidad fraterna y universal. El que quiera vivir desentendido de los demás, preocupado sólo de sí mismo, que lo haga, pero que no se llame cristiano, seguidor de una Persona Amor, hijo de un Dios Padre Amor, lleno de un Espíritu Santo Amor. La Iglesia católica o es una Iglesia capaz de amar a todos, de servir a todos, de incluir a todos, o no será la Iglesia de Cristo. Se puede y se debe evangelizar con la palabra, pero no se puede renunciar nunca a evangelizar con el ejemplo y el principal ejemplo será el amor. Es el mismo amor de Jesús con su Padre y el Espíritu, hecho carne y relación con sus hermanos
El parecernos a Dios Uno y Trino sería el culmen de todos nuestros anhelos. Pero tendremos muy en cuenta que la Trinidad surge de una experiencia de vida y de entrega y no de ideas o doctrinas que se quedan en los libros. Dios Padre se da, dando vida; Dios Hijo da su vida y el Espíritu se derrama en amor de vida. Siempre experiencia de amor y de vida. La Trinidad muestra el sorprendente y gratuito interés de Dios por nosotros. Dios sale de sí y se vacía en la encarnación del Hijo, en la efusión del Espíritu Santo y vive permanentemente con nosotros y en nosotros. Contemplar a la Trinidad quiere decir ver a un Dios en relación amorosa, en locura de amor que se manifiesta tanto al interior, hacia sus Tres Personas, como al exterior, hacia nosotros. Dios es Amor, Solidaridad, Gratuidad, Comunidad, es decir Dios es Trinidad. Y nosotros estamos llamados a ser como nuestro Dios: “Sean como su Dios”.
La gran misión de Jesús ha sido hacernos partícipes de ese Dios que es amor y comunidad y nos invita a conocerlo, a amarlo y a ser parte de su misma vida. Al discípulo se le ha concedido la gracia de poder entrar en la intimidad de Dios. Entonces todo cambia: no estamos frente a un dios lejano o nebuloso, sino frente a un Dios que nos ama y que quiere que compartamos con Él. Ese “Ser Superior”, que muchos conceden debe existir, se convierte en un Ser personal, admirable y misterioso. Situados en tal proximidad, Dios nos cuenta, nos habla de sí mismo. Nos comunica que es Padre creador, Hijo comunicador, Espíritu santificador. Y brota la segura convicción de que Dios es Amor. El hombre entonces se atreve a contarle sus anhelos, a manifestarle sus necesidades, a arroparse en Él en busca de protección, a participar de su misma vida. Entra en el ámbito de la Trinidad al que ha sido convocado y desde el cual ha sido formado. Encuentra sentido a su vida, a su ansia de amor y a su deseo de comunicación.
Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en fraternidad. Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no descansaremos hasta que podamos disfrutar de ese amor compartido y encontrarnos todos en esa “familia”, en la que cada uno pueda ser él mismo en plenitud, feliz en la entrega y en la solidaridad total con el otro. Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios-familia, Dios-comunidad, y cuando nos sentimos llamados desde lo más íntimo de nuestro ser, a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir, en el amar, en la fraternidad. Qué triste sería que este día de la Santísima Trinidad, nos quedáramos solos y balbuceando incoherencias brotadas desde nuestro egoísmo, nuestras individualidades y nuestras limitaciones. Habrá que abrir el corazón y los ojos para experimentar y hacer experimentar este Dios amor. Ojalá vengan a cada uno de nosotros muchos cuestionamientos: ¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida el ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida?
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Trinidad Santa, haznos partícipes de tu vida de amor y concédenos reflejar en nuestras familias y en nuestras comunidades la fecundidad y belleza de ese Amor. Amén.