“Dios no nos trata conforme a nuestros pecados”, sino a su misericordia

Palabras del Santo Padre antes de la oración mariana

Ángelus 20 marzo 2022 © Vatican Media

“De Dios no puede venir nunca el mal, porque Él ‘no nos trata según nuestros pecados’, sino conforme a su misericordia. “Es el estilo de Dios. No puede tratarnos de otro modo. Siempre nos trata con misericordia.” Dice el Papa Francisco en el Ángelus de este domingo, 20 de marzo de 2022.

En el comentario del Evangelio de hoy, añade el Papa.  “Cuando aún seguía vivo el recuerdo de dieciocho personas muertas a causa del derrumbamiento de una torre, le cuentan que Pilato había ordenado matar a algunos galileos. Y se plantea una pregunta que parece acompañar estas trágicas noticias: ¿quién tiene la culpa de estos hechos terribles?”. señaló Francisco. “Estos son interrogantes siempre actuales; cuando las noticias negativas nos oprimen y nos sentimos impotentes ante el mal, a menudo se nos ocurre preguntarnos: ¿se trata de un castigo de Dios? ¿Es Él quien envía una guerra o una pandemia para castigarnos por nuestros pecados? ¿Y por qué el Señor no interviene?”.

El Santo Padre apuntó, “¡Cuántas veces le atribuimos nuestras desgracias y las desventuras del mundo a Él que, en cambio, nos deja siempre libres y, por tanto, no interviene nunca imponiéndose, tan solo proponiéndose; a Él, que nunca usa la violencia, sino que, por el contrario, ¡sufre por nosotros y con nosotros!”.

A continuación, siguen las palabras del Papa al introducir la oración mariana, ofrecidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen domingo!


Estamos a mitad del camino cuaresmal, y hoy el Evangelio inicialmente presenta a Jesús que comenta algunos sucesos. Cuando aún seguía vivo el recuerdo de dieciocho personas muertas a causa del derrumbamiento de una torre, le cuentan que Pilato había ordenado matar a algunos galileos (cfr. Lc 13,1). Y se plantea una pregunta que parece acompañar estas trágicas noticias: ¿quién tiene la culpa de estos hechos terribles? ¿Quizás aquellas personas eran más culpables que otras y Dios las ha castigado? Estos son interrogantes siempre actuales; cuando las noticias negativas nos oprimen y nos sentimos impotentes ante el mal, a menudo se nos ocurre preguntarnos: ¿se trata de un castigo de Dios? ¿Es Él quien envía una guerra o una pandemia para castigarnos por nuestros pecados? ¿Y por qué el Señor no interviene?

Hemos de estar atentos: cuando el mal nos oprime, corremos el riesgo de perder lucidez, y para encontrar una respuesta fácil a cuanto no logramos explicarnos, terminamos por echarle la culpa a Dios. Y muchas veces la costumbre fea y mala de las blasfemias viene de ahí. ¡Cuántas veces le atribuimos nuestras desgracias y las desventuras del mundo a Él que, en cambio, nos deja siempre libres y, por tanto, no interviene nunca imponiéndose, tan solo proponiéndose; a Él, que nunca usa la violencia, sino que, por el contrario, ¡sufre por nosotros y con nosotros! De hecho, Jesús rechaza y contesta con fuerza la idea de imputar a Dios nuestros males: aquellas personas que Pilato mandó matar y las que murieron bajo la torre no eran más culpables que otras y no fueron víctimas de un Dios despiadado y vengativo, que no existe. De Dios no puede venir nunca el mal, porque Él “no nos trata según nuestros pecados” (Sal 103,10), sino conforme a su misericordia. Es el estilo de Dios. No puede tratarnos de otro modo. Siempre nos trata con misericordia.

En vez de culpar a Dios, dice Jesús, tenemos que mirar nuestro interior: es el pecado el que produce la muerte; son nuestros egoísmos los que laceran las relaciones; son nuestras decisiones equivocadas y violentas las que desencadenan el mal. En este punto, el Señor ofrece la verdadera solución. ¿Cuál es? La conversión: “Si no os convertís -dice- pereceréis todos del mismo modo” (Lc 13,5). Se trata de una invitación apremiante, especialmente en este tiempo de Cuaresma. Acojámosla con el corazón abierto. Convirtámonos del mal, renunciemos a aquel pecado que nos seduce, abrámonos a la lógica del Evangelio: ¡porque donde reinan el amor y la fraternidad, el mal ya no tiene poder!

Jesús sabe que convertirse no es fácil, y quiere ayudarnos. Sabe que muchas veces volvemos a caer en los mismos errores y en los mismos pecados; que nos desanimamos y, quizá, nos parece que nuestro esfuerzo por el bien es inútil en un mundo donde el mal parece reinar. Y entonces, después de su llamado, nos anima con una parábola que ilustra la paciencia que Dios. Debemos pensar en la paciencia de Dios, la paciencia que Dios tiene con nosotros. Jesús nos ofrece la consoladora imagen de una higuera que no da frutos en el periodo establecido, pero cuyo dueño no la corta: le concede más tiempo, le da otra posibilidad. Me gusta pensar que un hermoso nombre de Dios sería “el Dios que da otra posibilidad”: siempre nos da otra oportunidad, siempre, siempre. Así es su misericordia. Así hace el Señor con nosotros: no nos aleja de su amor, no se desanima, no se cansa de darnos confianza con ternura. Hermanos y hermanas, ¡Dios cree en nosotros! Dios se fía de nosotros y nos acompaña con paciencia, la paciencia de Dios con nosotros. No se desanima, sino que pone siempre esperanza en nosotros. Dios es Padre y te mira como un padre: como el mejor de los papás, no ve los resultados que aún no has alcanzado, sino los frutos que puedes dar; no lleva la cuenta de tus faltas, sino que realza tus posibilidades; no se detiene en tu pasado, sino que apuesta con confianza por tu futuro. Porque Dios está cerca, está a nuestro lado. Es el estilo de Dios, no lo olvidemos: cercanía; Él está cerca con misericordia y ternura. Así nos acompaña Dios, es cercano, misericordioso y tierno.

Pidamos, por tanto, a la Virgen María que nos infunda esperanza y valor, y que encienda en nosotros el deseo de conversión.