Una entrevista en un periódico digital (libertaddigital.com) a una Sra. llamada Laura Riñón Sirera a la que no tengo el gusto ni de conocer ni de haber leído ninguna de las novelas que ha publicado. Por algún motivo que desconozco el periodista hace una entrevista en clave evangélica, a golpe de versículos como pregunta. Hacia el final de la misma aparece el siguiente diálogo:
“Periodista ¿En qué creyó alguna vez y, a partir de un momento equis, dejó de creer?
R: En el dios de la religión cristiana. Creí hasta los 24 o 25 años. Iba a misa los domingos y rezaba todos los días. Un día, me pregunté: «Este señor, ¿Quién es?». Y, más que dejar de creer, lo transformé en otra cosa distinta. No puedes dejar de creer en algo que, al final, te ha ayudado. El dios que las religiones han creado es un dios para agarrarte, para dar esperanza y para generar culpa. «No puedo hacer esto; si lo hago, Dios me castiga».”
De manera automática pienso: “Otra a la que se lo han explicado mal”.
Y comienzo un monólogo que me gustaría compartir con ustedes.
A mi también me lo explicaron mal. Lo de que Dios castiga … y todo eso. “Los buenos van al cielo, los malos al infierno” y tal y cual.
Pero oye, que esta señora ya tiene una edad (y le concedo el beneficio de pensar que al ser novelista algo de cultura debería tener). Quizá podría haber contrastado algo las fuentes ¿no?
Es cierto que durante siglos, muchos siglos, la leyenda negra del “Dios castiga” ha sido transmitida de generación en generación por parte de algunos miembros activos de la Iglesia (sacerdotes, obispos y consagrados) y los miembros pasivos (los fieles) se lo tragaron con un amén, pero vamos, que basta con escuchar atentamente cada frase de Misa, leer detenidamente el evangelio (y si es necesario escuchar alguno de los muchos comentarios que hoy se encuentran en las redes a diario) y leer a los grandes (San Pedro, Santa Teresa de Jesús (o de Calcuta, o de Liseux), San Rafael Arnaiz, San Ignacio de Loyola, al Santo Cura de Ars, Santa Faustina Kowalska, ¡¡y tantos más!!), para comprender que el nombre de Dios es Misericordia, no castigo.
Aquellos que hablan de que Dios castiga han debido tener una experiencia terrible (equivocada) con no sé qué dios.
Ni Dios creó al ser humano (perdón por utilizar un término políticamente correcto) para condenarle ni Cristo vino al mundo para castigarle.
Más aún Dios NO castiga, Dios REDIME.
Fijémonos tan solo en las últimas horas de Jesús en la tierra (antes de su resurrección). Especialmente en lo vivido en cada Eucaristía, en las palabras pronunciadas por Él: “Este es mi cuerpo” … “esta es mi sangre” … “que será entregada por vosotros” … y dicho y hecho, no se queda en meras palabras, sino que realmente se entrega, ¡¡qué sí!! ¡¡que se entregó!!, pero no solo a los judíos y a los romanos, ¡¡Cristo se entrega al Padre!!, ¡¡ por nosotros !!
Eso es redimir.
Según la Real Academia de la Lengua:
“1. Librar a una persona de una obligación, de un dolor o de una situación penosa.
2. Conseguir la libertad de una persona o sacarla de la esclavitud mediante el pago de un precio.”
Nos liberó del castigo merecido por nuestra falta de amor a Dios y al prójimo. Él ha pagado el precio.
Mire un crucifijo. Mire a Cristo crucificado. ¿Qué mal cometió?, y usted, ¿ha cometido alguna vez algún mal?
¿Quién ha recibido el castigo? Él.
¿Cómo puede haber gente que sigue creyendo que Dios castiga a los hombres?
¿Y lo del juicio y lo del infierno?, ¿acaso todo eso es mentira, como ahora dicen algunos?
Me parece a mi que ni el juicio ni el infierno son mentira. ¡¡Claro que al morir nos enfrentaremos a un juicio sobre nuestra vida!!, pero ya conocemos la sentencia.
San Juan de la Cruz nos pasó las preguntas del juez y del fiscal: “Al atardecer de la vida, nos examinarán del amor”.
La verdad es que ya nos lo había avisado el mismo Jesús:
«Maestro, ¿Cuál es el principal mandamiento de la Ley? Él le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los profetas» Mt. 22, 36-40.
Así que me imagino sentado en el estrado:
“¿Me has amado?”
“¿Cómo me has amado?, ¿Qué has hecho para entregarme tu amor?”
“¿Has amado a tus hermanos, a todos tus prójimos?”
¿Cómo les has amado?, ¿Qué has hecho para entregarles tu amor?”
Y poco más, supongo.
Es un juicio un poco … amañado.
A ver, ¿Quién puede tener miedo a un juicio en el que el Sr. Juez es tu Padre; tu abogado defensor es Jesucristo y (perdón por lo que voy a decir, porque esto sí que es cosecha mía y – lógicamente – no tengo la más mínima evidencia, pero creo que) el fiscal es la Divina Misericordia?
Más aún, encima la sentencia la establece el propio reo.
Solo hay dos opciones:
1. Aceptas la culpabilidad: “Señor mío y Dios mío, soy culpable de no haberte amado con todo mi corazón, ni con toda mi alma ni con toda mi mente. Además he faltado al amor a todos mis prójimos, anteponiendo mis deseos, intereses y caprichos a las necesidades de los demás”.
Y el Señor dirá: “Dices bien, has fallado al amor, ¿estás arrepentido?”
Y ante nuestro arrepentimiento el Señor Jesucristo aceptará en su carne el castigo que merece nuestro pecado y entraremos en su seno.
2. Renuncias a la defensa: “A lo largo de mi vida oí hablar de ti, pero nunca creí en ti. Nunca te amé, ni tuve el deseo o la necesidad de hacerlo. Más aún, aunque en algún momento hubiera creído en ti, te rechacé. Hice el bien a mis congéneres en lo que pude, pero nunca por ti, solo lo hice por mi propia voluntad”.
Y el Señor dirá: “Dices bien, has fallado al amor, ¿estás arrepentido?”
Y entonces el reo dirá: “No tengo nada de lo que arrepentirme. Viví la vida sin ti, viviré la eternidad sin ti.”
Y nuestro Padre Dios respetará ese último acto de libertad, como ha respetado todos y cada uno de los cometidos en vida, para bien o para mal.
Jesucristo nos redime, pero solo si aceptamos su redención. No la impone.
¿Cómo es posible que un Dios que es REDENTOR, que bajó del cielo para salvar a los hombres y en particular a los pecadores «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» · (San Mateo 9,9-13), haya pasado a la historia como un Dios que castiga?
Me resulta asombroso. Sin duda ninguna es la falacia más extendida y menos cuestionada de todas en la historia.
Creo que es, evidentemente, obra del maligno, el “príncipe de la mentira”. Y le ha salido redonda.
Pero ya esta bien, ¿no?, ya vamos siendo mayorcitos. Ya es hora de ir leyendo … viviendo la Misa … y siguiendo “el Camino, la Verdad y la Vida”.
Dios NO castiga, Dios redime. Que no te confundan, que no te mientan.