Este próximo 13 de marzo, se cumplen 10 años del Pontificado de Francisco, el primer Papa Latinoamericano en la historia, ya bimilenaria, de la Iglesia. La elección del argentino Mario Bergoglio como cabeza del catolicismo, reafirmó la no eurocentricidad del papado en la iglesia que empezó a manifestarse, en los siglos recientes, con la elección del Papa Polaco San Juan Pablo II en 1978 y luego, a su muerte, con la elección del Papa Alemán Benedicto XVI en 2005.
Todo lo cual muestra que la tarea del Pontificado en la Iglesia se ha abierto a la universalidad misma de la Iglesia Católica y a la posibilidad de que conozcamos – en la misión fundamental de presidir la fe de la entera comunidad eclesial – estilos, maneras de ser, pensar y de actuar distintas en los distintos últimos Papas de la Iglesia, provenientes de tan disimiles rincones de la tierra.
Justamente, el Papa Francisco, en estos diez años de Pontificado, nos ha mostrado un estilo humano y pastoral propio de su condición de jesuita, de latinoamericano y de buen pastor, ajustado siempre a los principios del evangelio de Jesucristo. Estilo del papa Francisco que impacta más en el mundo y en la Iglesia cuanto más el mundo se aparta de los caminos de Dios y más necesita la comunidad eclesial de volver a las fuentes primeras del cristianismo.
Su pontificado ha causado admiración y a nadie ha dejado indiferente, bien por el novedoso perfil de su genuina personalidad como ser humano y como Papa o bien por los temas, acentos y énfasis de su ministerio Petrino. Francisco abraza la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret para hacerlas su propia vida y sus propias enseñanzas. Y esta manera de querer vivir auténticamente el evangelio de Jesucristo, de manera sencilla, transparente y sin poses, no es ajena ni escapa al asombro y admiración de todos, dentro y fuera de la Iglesia Católica.
Su propio temperamento y su vida como cristiano lo convierten, además, en un hombre y pastor bueno, cercano, sencillo, humilde, en uno como nosotros. Jorge Mario Bergoglio es, como hombre y como Papa, un ser cotidiano y auténtico en sus palabras y gestos, en los temas que trata, en sus actitudes y en su muy propio y personal modo de comunicarse y de acercarse a todos…
Su manera de ser y estar en la Iglesia y en el mundo lo muestran como un hombre conservador en su doctrina pero progresista en sus actitudes y enfoques; como acogedor, compasivo e incluyente y no excluyente y como un Papa que tiene, quiere y propone una nueva manera de entender las formas de gobierno al interior de la Iglesia hasta aparecer y presentarse él mismo como “anticlerical”.
Desde el primer instante en que asomó al balcón de la Plaza de San Pedro para ofrecer su primera bendición Papal “Urbi et Orbi”, el Pontificado de Francisco ha estado acompañado de signos y gestos novedosos y proféticos con los que ha refrescado la imagen de la Iglesia ante el mundo pero, sobre todo, nos ha convocado permanentemente a los creyentes, a la adhesión a la persona de Cristo, a volver a las fuentes primarias de nuestra fe para vivir la autenticidad evangélica, como verdaderos discípulos y misionera de la Buena Nueva en el mundo.
En la complejidad de esta coyuntura histórica, política, social y cultural en la que vive hoy la humanidad entera, en medio de los enormes desafíos por los que atraviesa hoy el mundo y la Iglesia Católica en él, la figura del Papa Francisco, su vida, sus gestos, sus enseñanzas, han sido, para todos, un viento fresco y un faro de luz en medio de las vicisitudes e incertidumbres que todos afrontamos.
Su deseo de avanzar, de poner en marcha a la Iglesia para que avance al mismo paso de los cambios y “signos de los tiempos” que experimenta hoy la humanidad, su afán porque la Iglesia entera sea “luz en medio de las tinieblas”, porque alumbremos en las periferias del mundo y compartamos el amor de Dios especialmente con los “descartados” de la tierra, ha encontrado críticas y frenos, sobre todo, al interior de la misma Iglesia, de los que – laicos y clérigos – ven en Francisco una amenaza para sus comodidades e intereses, de los que sienten que Francisco los confronta con el Evangelio y desempolva y sacude el apaciguamiento de sus conciencias, y de todos los que – como los fariseos en tiempos de Jesús de Nazaret – dejan de lado el mandamiento de Dios por aferrarse a los legalismos y tradiciones de los hombres (Cfr. Mc 7,1-13).
Todo esto porque Francisco es primero que todo un “cristiano” a carta cabal, un convencido del Evangelio de Cristo como la respuesta a nuestras ansias de felicidad y a las búsquedas de todos por un mundo mejor, más vivible, más sostenible, más humano y fraterno.
En este décimo aniversario de su pontificado, nos alegramos por todo lo que es y ha significado para la iglesia y el mundo la figura y el Pontificado de Francisco. Celebramos su afán por acercarnos – de nuevo – al evangelio de Cristo y al amor de Dios experimentado y compartico por todos. Nos alegramos por su empeño en que volvamos a ser cristianos y en sacar a la Iglesia de las sacristías para que “alumbre a todos los que están en casa” (Cfr. Mt 5,14-16). Agradecemos a Dios todo su amor y devoción por los más pobres, los enfermos, los encarcelados, los migrantes, los que más sufren.
No le ha tocado fácil al Papa Francisco. Le ha tocado nadar contracorriente de un mundo que quiere construir realidades, relaciones, instituciones y sociedades en contra o a espaldas de Dios y, sobre todo, lo que más duele al Papa, experimentar
y padecer las resistencias, oposiciones, negaciones y traiciones al evangelio de Cristo, de laicos y ministros ordenados, al interior mismo de la Iglesia que preside.
Recemos por Francisco, como él mismo nos lo pidió desde el primer instante de su pontificado, para que el Espíritu de Dios continúe fortaleciéndolo, consolándolo, animándolo y nos acompañe y presida en la fe por muchos años más.
¡Ad multos annos!
Seminario 10 años del Papa Francisco: