A algunas personas les da miedo que se hable del fin del mundo.
El Evangelio habla claro de esa preparación necesaria para la venida de Cristo, como Rey, y también para juzgar a los vivos y a los muertos.
Antes tienen que suceder cosas, y no me refiero a una fiesta de globos por un cumpleaños, ni tampoco a un discursito descafeinado de esos ochenteros en los que decían que «tol mundo es bueno». Pues no, vendrá a castigar a los malos, sí. Dicen que Dios no castiga, y mienten con conocimiento de causa y alevosía. Claro que castiga. ¿Qué significa si no, aquello de «id malditos al fuego eterno»?
Lo que debemos hacer es prepararnos para poder recibir ese día con ESPERANZA. Las profecías no están dichas para que sepamos lo que ocurrirá, decía mi padre, sino para que cuando ocurra, tengamos el consuelo de saber que estaba dicho ya.
Los eventos que sucederán antes son necesarios para que llegue su día, el gran día. El Evangelio de San Mateo dice textualmente: «Si no se acortaren aquellos días, nadie se salvaría». Se refiere a los días de la tribulación.
Prepararnos cada día es nuestro cometido. Pensar como está nuestra alma y nuestro corazón de dispuesto para esa fecha, es primordial. Si hoy, en tu Parroquia, no has oído nada sobre la preparación para el juicio final, ni de la Esperanza del Reino de Cristo, vigila que no te estén adulterando el Evangelio. Cuidado con el buenísimo de «ánimo, adelante, aquí no pasa nada», todo esto tiene un sentido figurado.
¿Qué le diréis a Cristo, pastores, cuando os pregunte por qué no incluisteis algunas páginas de su Buena Noticia en la predicación? Porque el Juicio Final, también es objeto de nuestra Esperanza, como dice la Encíclica Spe Salvi.
Ven pronto, Señor. Ven rodeado de poder y majestad. Te esperamos. Por eso queremos estar contigo, queremos dejar todo lo que nos aparta de ti. Queremos vivir para siempre en esa vida eterna prometida en la que creemos. Allí está nuestro tesoro, allí esté nuestro corazón.