Vientos huracanados nos volvimos a encontrar en el que sería nuestro último despertar aquí en Ukerewe. Los más «disfrutones» aprovechaban esta última mañana para poder disfrutar del último amanecer en el que se había convertido en un pequeño paraíso para nosotros. Tras los ya conocidos rituales de despertar y desayuno asistimos a la que para muchos sería su primera misa de domingo africana y que por supuesto no dejó a nadie indiferente. Fueron dos horas de bailes, rezos, cantos y muchos pero que muchos discursos tanto de agradecimiento como de despedida, una auténtica pasada donde por supuesto fuimos el centro de atención, como no, nos habían preparado un sitio privilegiado prácticamente subidos en el altar.
Tras la misa, hubo unos preciosos momentos de despedidas del colegio que con tanta energía hemos pintado y de la gente que tantas ganas tenían de hacerse una foto con nosotros y agradecernos nuestra mera presencia. Nos apresuramos a comer y a recoger para partir en autobús y Ferry a la que será la última parada de nuestro viaje.
Ukerewe se había convertido para nosotros en un trocito de cielo y con mucha pena teníamos que partir. Para mí, Ukerewe es el lugar donde de verdad experimentamos como vive un Tanzano su día a día y nos demuestran una vez más con que poco se puede ser feliz. Una pequeña isla perdida en África que guarda el secreto mejor guardado de este continente: la felicidad en la sencillez de la vida diaria. En Tabora aprendimos a abrir el corazón y llenarlo del amor de los más pobres. Aquí en Ukerewe lo hemos llenado con la felicidad de los niños, las sonrisas de los más mayores, la sabiduría de nuestro querido Father Mapendo, las reflexiones con Sor Almudena… tantas cosas que dan mucho que pensar.
Las horas en autobús transcurrieron tan rápido como una buena siesta, unos buenos cantos y un precioso atardecer que nos dio la bienvenida a Bunda. Nos dirigimos al orfanato de San Francisco de Asís fundado en 2019 y que para nosotros es un trozo de Italia aquí en Africa, ya veréis padres más adelante a que me refiero. Yo personalmente tenía muchas ganas de volver y como un niño pequeño nervioso estaba al ver las puertas de nuestro último destino. Aunque de noche llegamos no faltaron los abrazos y reencuentros con Sor Harta, la jefa máxima y con todos los niños, 54 para ser exactos, los cuales nos enteramos a posteriori que se cuadriplican durante el día para asistir al colegio, una auténtica pasada. El que en 2019 era un recinto medio vacío nos dejó a todos sorprendidos, en tan solo tres años ha pasado de ser una trozo de sabana africana a un complejo con ya más de 20 edificios y una vegetación y flora dignas de los jardines de un palacio. Mientras apreciábamos y disfrutábamos de tan calurosa bienvenida conocimos también a un pequeño grupo de italianos con los cuales vamos a compartir unos días de trabajo. Y para nuestra sorpresa y emoción estaban liderados por no otro que el mismísimo Franco y no, no es el Franco que todos os pensáis. Franco es un pequeño enterrador de un pueblo de Nápoles el cuál ha financiado todo el recinto donde ahora nos encontramos. Comenzó poco a poco en 2019 y durante estos años ha montado una asociación la cual con mucho esfuerzo está haciendo de este pequeño recinto perdido en medio de África un paraíso. Como con dedicación y entrega se puede conseguir lo que uno se propone, un auténtico ejemplo a seguir.
Tras las bienvenidas y cenas nos vamos a dormir con las ganas de aprender mucho de lo que Bunda nos vaya a regalar. Os iremos informando de nuestros progresos. Muchas gracias padres por todo lo que hacéis por nosotros y por darnos la oportunidad de estar aquí. Y a mi hermano Javi, no te preocupes que vamos a dejar este lugar con más clase que un colegio.
Os quiere mucho.
Jacobo Z. F.