El presente artículo tiene como objetivo compartir mis experiencias personales sobre la acogida de la Caravana Migrante en el 2018 y el impacto que tuvo en mi experiencia de Mujer Consagrada y mi identidad Congregacional y Eclesial.
“Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos, porque eran ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas” (Mc. 6,34).
Las caravanas migrantes que tuvieron su origen en octubre del 2018 significaron un cambio drástico en las formas de movilidad humana registradas en América. El éxodo masivo y vertiginoso de personas de sus lugares de origen en tan corto periodo de tiempo con la intención de viajar por México con el fin de llegar a los Estados Unidos contrastó con un movimiento migratorio que por lo general trataba de pasar desapercibido.
Para algunos expertos como Eduardo Torre Cantalapiedra, profesor-investigador del Departamento de Estudios de Población de El Colegio de la Frontera Norte, estos movimientos tenían dos características particulares: la situación irregular de la mayoría de sus miembros y sus dimensiones, lo que les dio un alcance mediático sin precedentes gestando así, nuevas formas de movilidad colectiva que hoy en día se entienden no sólo como formas novedosas de migrar en conjunto, sino como movimientos que incluso tienen implicaciones sociales y de protesta, pues constituyen formas de acción colectiva; su conformación representa un desafío hacia las autoridades, para lo cual hacen uso de diferente acciones: protestas, manifestaciones; cuentan con diversas formas de organización, como asambleas y tienen un cierto grado de permanencia en el tiempo (Torre Cantalapiedra, 2021).
En aquel no tan lejano 2018 el impacto de las Caravanas Migrantes fue abrumador, las ciudades a las que llegaban se veían rápidamente superadas en su capacidad de atención, logística, recursos y planes de acción para dar respuesta a las necesidades de las personas en movilidad.
“Cuando ya se hizo tarde, se le acercaron los discípulos y le dijeron: Este es un lugar apartado y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vayan a los campos y pueblos cercanos y se compren algo de comer” (Mc. 6,35-36)
En aquel entonces yo era novicia de primer año en la Congregación de las Oblatas de Jesús Sacerdote; a la cual, todavía pertenezco por gracia de Dios. Por años, sobre todo al inicio, nuestra labor, además de la oración, fue servir en las cocinas y roperías de seminarios y casas sacerdotales. En la actualidad, nuestros apostolados se han diversificado, pero, en aquel momento además de orar, poco creíamos poder hacer ante la realidad migratoria que se vivía en el país. No contábamos con grandes espacios como escuelas u hospitales para dar albergue a los recién llegados, ni nos encontrábamos insertas en programas de Pastoral Social, Caritas o alguno afín, y ninguno de nuestros apostolados se relacionaba directamente con la pastoral migratoria. Sin embargo, los planes de Dios eran otros.
En los primeros días después de la llegada de la primera Caravana Migrante a la Ciudad de México, nuestra Maestra de Novicias recibió una llamada de nuestro hermano el Pbro. Marco Álvarez de Toledo M. Sp.S.: “Tienen hambre, tenemos los ingredientes, pero no tenemos dónde cocinarlos, nuestras estufas son muy pequeñas”.
Jesús les responde: “Denles ustedes mismos de comer” (Mc. 6,37a)
La llamada no quedó sin ser atendida. Nuestra Congregación contaba no sólo con las cocinas equipadas para realizar alimentos a gran escala, sino que también contaba con religiosas capacitadas para realizar comidas en tal cantidad. Nuestra Maestra de Novicias siempre nos decía que el noviciado es como una capacitación, pero esta vez, no tendríamos que esperar a ser enviadas a un seminario… se convocaron todas las casas de Pastoral que tenemos en la Ciudad de México, desde nosotras que éramos las más jóvenes hasta la Casa Madre donde están nuestras hermanas mayores y enfermas. Mientras que en unas casas hacíamos arroz, en otras preparábamos guisos con carne, frijoles, atoles, aguas de sabor, etc. Y nos íbamos turnando para llevarlo al campamento migrante para repartirlo.
¿Por qué fue importante para mí esta experiencia?
Al igual que los discípulos al ver a la multitud en la escena de la multiplicación de los panes y los peces, nos parecía imposible alimentar a tanta gente, abrigarla, sanarla si venía enferma o herida, pero ésta fue una experiencia que dejó ver y palpar la capacidad que tiene la Iglesia en tejer redes de solidaridad. La Vida Consagrada respondió desde muchos y muy diferentes frentes aprovechando la diversidad de Carismas y apostolados que desempeña. Para nosotras, colaborar desde la cocina fue una forma inesperada de ayudar, pero también en los diversos pabellones se observaban religiosas y religiosos atendiendo enfermos, escuchando, consolando, siendo vínculo… como el caso de un chico de 15 años de Honduras que había salido en la Caravana y que no había podido avisar a su familia y a quien el Padre Marco le ayudó a contactar.
Ciertamente esos días fueron agotadores, pero al igual que en el Evangelio, podemos alimentar a cinco mil hombres, mujeres y niños si le damos a Jesús lo que tenemos. Los esfuerzos realizados para atender estas Caravanas no fueron únicamente de la Vida Consagrada, ni solamente de la Iglesia, a ellas se unieron una diversidad de asociaciones civiles y gubernamentales, voluntarios, etc. Todos los esfuerzos sumaban y no se podía prescindir de ninguno de ellos.
El pasaje bíblico termina diciendo que se recogieron doce canastos (Mc. 6,43). Para mí, esos canastos significaron una nueva manera de entender el ser Iglesia: Ese cuerpo que trabaja en conjunto en favor de los miembros más débiles y desprotegidos. Sin duda, una visión enriquecida de la Vida Consagrada que en la multiplicidad de carismas está llamada a ser signo de la ternura de Dios en el mundo. En efecto, aprendimos sobre una nueva forma de ser Congregación: poniendo al servicio el talento y la experiencia de diversas generaciones y unidas bajo un mismo proyecto, el Reino de Dios.
Al final de la experiencia, los y las migrantes me alimentaron más a mí de lo que yo pude alimentarles a ellos y ellas, porque me ayudaron a entender que lejos de las fronteras humanas, la solidaridad, la compasión, la esperanza, el anhelo por una vida digna y la fuerza para luchar por ello no tienen límites. Doy gracias a Dios por ello.
Ciertamente las caravanas migrantes por sus dimensiones y características significaron un desafío al que muchos respondimos en su momento desde diferentes frentes, sin embargo, en lo cotidiano, en contraste con las caravanas, muchos de los y las migrantes que atraviesan nuestro país pasan desapercibidos; ¿qué hacemos por ellos? Las redes impresionantes de ayuda y solidaridad que se tejieron en aquel momento para atender dichos migrantes desaparecieron en cuanto la caravana abandonó la ciudad… Sería importante preguntarnos si nuestro actuar como cristianos y gente de buena voluntad ¿se queda sólo en momentos puntuales, grandes y visibles, para luego desaparecer?
Me parece que, como Iglesia, estamos llamados a comprometernos, no sólo esporádicamente con algunas acciones para decir que “ya cumplimos” sino involucrarnos desde un llamado profundo y radical desde la justicia social y una ética de solidaridad con el fin de generar procesos y tejer redes que perduran en el tiempo y que nos ayuden a salir al encuentro del hermano o hermana que muchas veces, no vemos.
Hna. María Gabriela Zapata Cuevas, OJS – Ética Social Católica y Migración
Instituto de Estudios Pastorales, Universidad de Loyola Chicago
Bibliografía
Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer. 2009.
Torre Cantalapiedra, Eduardo. “Caravanas migrantes: forma de movilidad y movimiento social”. NEXOS, 2021.
Biografía
La Hna. Gabriela Zapata, originaria de Mérida, Yucatán, pertenece a la Congregación de Oblatas de Jesús Sacerdote. Recibió su formación inicial como consagrada en la Ciudad de México y lleva cuatro años como hermana de votos temporales en Tampico, Tamaulipas, en donde se ha desarrollado en diferentes campos de la pastoral parroquial, que abarcan desde el trabajo con adolescentes y jóvenes, hasta la administración parroquial. Está cursando el segundo año de la Maestría Bilingüe de Estudios Pastorales en el Instituto de Estudios Pastorales de la Universidad de Loyola en Chicago.