El doctor Alejandro Fontana, profesor de Dirección General y Control Directivo en la Universidad de Piura, comparte con los lectores de Exaudi este artículo titulado “El cuidado de la calidad relacional del decisor: una clave para la evaluación ética en el ámbito empresarial”.
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En un artículo anterior, analizaba la necesidad de incorporar la dimensión ética en la formación estratégica del líder empresarial. Reconocer que se trabaja para personas y con personas amplía la visual sobre los criterios y las alternativas al momento de decidir. Y esto facilita la sostenibilidad y permanencia del negocio.
En muchos países, aún sigue vigente un enfoque empresarial basado en la maximización de los beneficios para los shareholders. Este enfoque parte de una conceptualización mecanicista de la persona humana, considerándolo solo como un mero consumidor. Desde esta perspectiva, el objetivo de toda interacción económica se completa con la satisfacción de una necesidad: material, física, cognoscitiva o afectiva.
Sin embargo, nuestra experiencia diaria nos permite descubrir que en los intercambios de bienes materiales también se vehiculan bienes inmateriales. Así, por ejemplo, en la venta de un utensilio no solo se intercambia dicho utensilio por una cantidad de dinero; además, ese utensilio va acompañado de otros bienes, o en su defecto, de la ausencia de ellos, como lo son la cooperación, la gratitud, la honestidad, el conocimiento o el deseo de servicio.
Esta realidad es la que el documento Consideraciones parra un discernimiento ético del actual sistema económico y financiero contempla para afirmar que la persona humana es un ser de relaciones, y que por tanto, no puede reducirse a una concepción mecanicista o individualista. Desde el momento de nuestro nacimiento, estamos ya insertados en una amalgama de relaciones: somos nietos de unos abuelos y tenemos tíos, sobrinos, hermanos y primos. Como comenta el Prof. Sellés, todo ser humano es hijo.
Entonces, tratándose del intercambio de bienes económicos que caracteriza la actividad empresarial, la calidad empresarial no podría evaluarse sin tener en cuenta también los bienes intangibles que se vehiculan en dicho intercambio. Medir el resultado solo por el beneficio económico significa reducir el alcance de la actividad empresarial.
O como comenta el Prof. Rivera: la gestión empresarial solo puede considerarse humana cuando sus decisores ponen atención al impacto que sus decisiones empresariales tienen en su propia calidad como personas (2019).
Para poner un ejemplo, una actividad empresarial caracterizada por una asimetría desventajosa de información de la contraparte es una acción no ética. Dicha actuación es una violación a la honestidad relacional del decisor. El impacto en la calidad relacional se convierte así en la medida de evaluación de la calidad ética de la acción económica.
A partir de este presupuesto conceptual de la persona humana, el documento de la Sagrada Congregación antes citado ofrece una definición de la moralidad para el contexto económico y financiero sumamente útil y esclarecedora: “todas las dotaciones y medios utilizados para aumentar su capacidad de asignación son moralmente admisibles si no están dirigidos contra la dignidad de la persona y tienen en cuenta el bien común” (nº 13).
El cuidado de la calidad relacional se especifica por el impacto de la decisión en el bien común. Es decir, el impacto en el conjunto de condiciones que permiten que la persona sea más persona humana. Unas condiciones que habitualmente se formulan por aspectos exteriores como economía, seguridad, educación, acceso al trabajo, búsqueda espiritual, pero que siempre tienen la característica de ser un bien humano con una dimensión comunitaria: es bien de todos y de cada uno en particular (En busca de una ética universal, nº 4.1).
En este sentido, y a modo de ejemplo, no podrían catalogarse como acciones éticas aquellas que generen un beneficio económico, pero que al mismo tiempo produzcan desigualdades fuertes; los beneficios producidos a partir de intercambios económicos que se aprovechan de una asimetría de información; aquellos que generan una degradación ambiental; los que crean inseguridad social; o aquellos que son producto del fraude.
Poner la atención sobre la calidad relacional del decisor permite evaluar con mayor objetividad y facilidad la calidad ética en la actividad empresarial. El progreso económico debe, por tanto, medirse por la cantidad y eficacia de los beneficios, la calidad de vida que produce, y la extensión social del bienestar que difunde: y un bienestar que no puede reducirse a aspectos materiales (nº 11).