Los benedictinos no pueden estar en El Valle de los Caídos es la pertinaz consigna que se ha dado el actual Gobierno, amparándose en esas leyes de memoria -de discordia- histórica y democrática promulgadas por Zapatero y por Sánchez.
Y precisamente hoy que escribo estas líneas, es la festividad de San Benito, proclamado Patrón de Europa por su gran influjo en el desarrollo de la civilización y cultura europea.
Pues al igual que los primeros benedictinos en el silencio, la disciplina, el trabajo, la oración, el estudio y el ceremonial litúrgico, cristianizaron este viejo Continente, la Comunidad Benedictina que reside en este monumento Nacional a los Caídos enclavado en Guadarrama, ora por los, alrededor de 34.000 españoles que allí reposan y custodian el monumento de reconciliación nacional que fue elevado por la Iglesia a sagrado y de peregrinación a la Cruz.
No se trata solo de convertirlo en un “centro de interpretación” de resignificar su sentido católico, de reinventar todo con propuestas anti-históricas, sino que anhelan hacer desaparecer la presencia de la Cruz de Cristo de allí y, al tiempo, de toda la faz de las tierras españolas.
Inspirados nuevamente por el mal quieren echar a los monjes, fuertes en humildad, santidad y alegría, y así, acabar con el templo donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los caídos de la Guerra Civil de España.
Lo peor no es el recurso al bulo y a la reinvención de la historia por parte del Frente Popular que nos gobierna. Lo verdaderamente grave es que la comodidad nos hace mirar para otro lado mientras acaban con nuestras raíces históricas, culturales y religiosas. No hacemos lo que, en conciencia, sabemos que debemos hacer; calculamos y decidimos cuando Dios debe o no tener cabida en nuestros planes y, por ello, al final de tanto utilizarlo ya confundimos y relativizamos todo.
Asombra constatar que España ha perdido el alma cristiana, porque no es compatible decir que creemos en una Verdad y en unos valores y no traducir eso en un combate contra la iniquidad.
El silencio cómplice de tantos católicos, ocupen el lugar que ocupen social, política o religiosamente, es impactante; presas del éxito, reconocimientos, vanaglorias o tibiezas, no quieren implicarse en la batalla para defender la verdad de la Cruz, del Altar y de los monjes; de salvaguardar a quienes cuidan el lugar donde acabados los padecimientos, terminados los trabajos, y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la Nación Española (P. Anselmo Álvarez, Abad a la sazón).
Gracia Mª Pellicer de Juan – Colaboradora de Enraizados