Decepción e ilusiones en la vida democrática

La política se ha tornado en un espectáculo que requiere una nueva criticidad por parte de todos

Pexels

Las grandes decepciones surgen de las grandes ilusiones. La palabra “ilusión” tiene, como es evidente, una doble acepción: puede significar un bello ideal aspiracional o un mero espejismo. Vivir al interior de un espejismo parece algo aberrante. Sin embargo, las ciencias sociales constantemente nos regalan motivos para sospechar que los espejismos son bastante más comunes que lo que solemos pensar.

El conjunto de certezas acríticamente aceptadas por una persona o una sociedad suelen ser enormes. ¡Cuántas convicciones ardorosamente defendidas emergen de certezas que nunca han sido verificadas por medio de la razón! No deseo invitar al amable lector a un escepticismo universal. Al contrario, conscientes de que la ficción e incluso el autoengaño son fenómenos que suelen ser comunes, es preciso hacer el esfuerzo constante por instalarnos en la realidad. Sin este trabajo, un tanto ascético, todo nuestro ser se acomoda con facilidad en ilusiones que son, en buena medida, evasión y comodidad.

¿Por qué la realidad no logra mantener nuestra tensión y atención? ¿Por qué la ilusión y la simplificación nos resulta más digerible? En otras épocas, la respuesta a estas preguntas requería de una larga explicación. En la actualidad, es más fácil llegar al fondo de la cuestión: nos hemos habituado a vivir en medio de diversas ficciones porque la realidad nos reclama compromisos decisivos e incómodos. Compromisos que nos obligan a cambiar de vida. La realidad actual, plagada de violencias, ideologías e hipocresías, invita a un tipo de respuesta libre que conlleva no sólo cierta valentía, sino principalmente acompañamiento, involucramiento y solidaridad perseverante y sincera, con quienes más sufren.


Los procesos electorales en México, en América Latina, y en muchas partes del mundo, se han tornado en un escenario de promesas, “actos de fe” (secular), e ilusiones. No es extraño que, en tiempo de elecciones, muchos cancelamos el juicio crítico y nos sumamos a la ilusión democrática con la que nos sentimos más cómodos. Lo importante es, pasada la fantasía, regresar a la realidad y revisar: ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué nos enseñó la puesta en escena? ¿Dónde están la verdad y el bien luego de tantas palabras y descalificaciones? ¿Quiénes son los que me invitan a radicalizarme, a mantenerme en el mundo de las simplificaciones y de los maximalismos? ¿Quiénes, al contrario, me llaman a acoger la complejidad y convocan a que mi razón y mi corazón maduren en su criticidad, en su libertad y en su responsabilidad por todos, en especial, por los últimos?

Volver a la realidad no evitará, que de cuando en cuando, nos sumerjamos en el flamante mundo de las ilusiones, pero sí nos ayudará a reconocerlas más en su verdad: una narrativa habitada por consignas beligerantes, ideologías reductivas y fanfarronadas. Para ello, es preciso que mi yo realice ese sano distanciamiento crítico que nos ayuda a ser libres, perseverantes y capaces de redescubrir las razones para la Esperanza y para la democracia. Solamente así podremos evitar tanto el fácil desánimo, como la irresponsable radicalización fanática.