De la deuda externa a la deuda eterna

El Papa Francisco convoca a reconsiderar el tema de la deuda externa durante el Jubileo

El 15 de julio de 2024 falleció un hombre de inteligencia extraordinaria y generosidad poco común: el sociólogo y economista José Antonio Ibáñez Aguirre. Experto en pobreza, globalización, derechos humanos y teoría de sistemas, incursionó también en el complejo tema de la deuda externa de los países más pobres del mundo, coordinando una colección de importantes obras multidisciplinares sobre este asunto, en torno al Jubileo del año 2000.

En aquellos libros, Loretta Ortiz, Enrique Cárdenas, Jaime Estay, José Luis Calva, Alejandro Nadal, José Antonio Farías, Raymundo Martínez, Firdaus Jhabvala, Julio Boltvinik, y el que aquí escribe, buscábamos evidenciar, tanto los aspectos económicos, como los jurídicos y éticos de la deuda que asfixia a muchas naciones en vías de desarrollo.

José Antonio afirmaba: “nuestra propuesta principal para solucionar definitivamente el problema de la deuda externa es cambiar el modelo económico en cuanto a su modo de vinculación con el exterior (…) Aumentar la generación propia de divisas (…) contribuirá en el fondo a generar los recursos excedentes necesarios para pagar y reducir paulatinamente el monto de la deuda externa.”


Y continuaba: “Dicho cambio debe hacerse a través de una política económica activa que no renuncie al crecimiento como aspiración y a la apertura como requisito para modernizar y hacer eficiente a la planta productiva. De continuar con la apertura bajo la ideología del mercado a ultranza, es muy probable que nuevos ciclos de sobreendeudamiento y mayores necesidades momentáneas de préstamos arrasen con los beneficios que se obtengan de posibles renegociaciones, refinanciamientos, condonaciones, moratorias temporales, etc.” (México: de la deuda externa a la deuda eterna, UIA, 1999).

Han pasado 25 años y la deuda externa, entrelazada con la deuda ecológica, continúa agobiando a muchos países del sur global.  El Papa Francisco, en el marco del Jubileo 2025, ha señalado: “No me canso de repetir que la deuda externa se ha convertido en un instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e instituciones financieras privadas de los países más ricos no tienen escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más pobres, a fin de satisfacer las exigencias de los propios mercados. A esto se agrega que diversas poblaciones, más abrumadas por la deuda internacional, también se ven obligadas a cargar con el peso de la deuda ecológica de los países más desarrollados. (…) Invito a la comunidad internacional a emprender acciones de remisión de la deuda externa, reconociendo la existencia de una deuda ecológica entre el norte y el sur del mundo. Es un llamamiento a la solidaridad, pero sobre todo a la justicia” (1 enero 2025).

Sé bien que José Antonio Ibáñez logró presentir el escenario que hoy el Papa Francisco valientemente enfrenta. ¿Qué tiene que suceder para que soluciones más sustantivas puedan ser implementadas? ¿No será suficiente mirar el rostro de las poblaciones empobrecidas de países como Haití, Burkina Faso, o de muchos lugares de América Latina, para recuperar las razones justas que permitan una reconsideración más integral y humanista de una deuda que en muchos casos resulta impagable?