Apenas dio inicio el mes de diciembre de 2023, un par de encantadoras imágenes visuales casi fortuitas se grabaron en mi espíritu al suscitar a la vez una particular emoción y un como viaje mental hacia tiempos que nos han dejado herencias. Ambas se sucedieron en un mismo día –el 1º de diciembre– y en un mismo espacio, más específicamente en la hermosa ciudad venezolana de Santa Ana de Coro –capital del Estado Falcón, conocida comúnmente como Coro–, cuyo histórico centro urbano y su puerto La Vela, con sus construcciones arquitectónicas del período hispánico o colonial, con sus oratorios, iglesias y casas, algunas trocadas en museos que también albergan valiosos tesoros de la iconografía católica, fueron declarados, justo hace treinta años, patrimonio de la humanidad por la Unesco con el número 658. De esta forma, por sus soleadas y un tanto solitarias calles empedradas de adoquines, flanqueadas por las paredes de las casas encaladas o pintadas de luminosos colores, con sus típicas ventanas altas y rectangulares de rústicos barrotes verticales o elegantes balaustres empotrados, que en sucesión durante un paseo se interrumpen por los periódicos portones de acceso a las viviendas de techos de tejas que ofrecen un marco espacial abierto al cielo, en la primera imagen podían verse distintos grupos de frailes franciscanos con sus característicos hábitos –túnica, capucho, cordón y sandalias–, variables entre el marrón y el gris, con algún detalle distintivo en su forma de acuerdo a la orden específica, que caminaban y a veces también saltaban y cantaban en un juego con toda naturalidad y alegría contagiosa. Quien contemplara esta animada imagen atemporal así aislada quizás no podría fijar una fecha determinada de ocurrencia, como si perteneciera a otra era, a un lejano pasado ya ido y acaso más difuso, quizás como el de la época en que Venezuela transitaba su hispánico siglo XVIII, y, sin embargo, se tornaba presente en el tercer milenio de nuestra era dibujándonos sonrisas de una convicción íntima.
La segunda imagen tiene su origen en una actividad específica que, desde hace algún tiempo, se lleva a cabo todos los años en Coro: el desfile tradicional de los niños del preescolar de más de setenta instituciones educativas falconianas representando los personajes relevantes del belén navideño a fin de dar comienzo a la Feria popular del Pesebre; para nuestra admiración y contento, este festivo evento alcanzaba entonces su 42ª edición, una inusual cifra en el contexto venezolano, y que fue el resultado de la feliz ocurrencia de Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales cuando fuera Obispo de la ciudad durante la década de los ochenta. Luego de que participáramos en la misa solemne a las siete y media de la mañana en la añejísima, sencilla y bella Ermita de San Clemente, abriendo de esta forma el Primer Congreso Franciscano Nacional. De Greccio a Coro, acompañamos a ese colorido desfile que partió desde la plaza de la Cruz de San Clemente, precisamente el lugar de la primera misa en Venezuela en 1527, momento inicial de la evangelización en Suramérica. Niños y niñas de cada escuela, entre cuatro y seis años, participando en lo que podría verse como diferentes pesebres sintéticos y andantes, portaban con toda dignidad y alegría el atuendo de pastorcitos, ángelitos, reyes magos, San José y la Virgen María con un muñeco en brazos representando al pequeño Niño Jesús (alguna escuela incluyó un bebé real que sus padres también caminantes entusiastas prestaron con algo más de riesgo). Pero esta ocasión fue aún más singular, pues para completar el cuadro de personajes del pesebre que todos conocemos, niñitos ataviados como San Francisco de Asís acompañaban al resto del elenco recordando la luminosa idea que tuvo il Poverello para la celebración de la Navidad en Greccio en 1223. La inventiva de los padres y maestros en la elaboración de los trajes que buscaban reproducir al del Santo de Asís, figura ahora inseparable del grupo del pesebre, variaban entre alguna fantasía de tela brillante y una sorprendente fidelidad con la copia en miniatura de de los hábitos marrones de los actuales frailes menores franciscanos. En mi memoria de infancia guardo el sentimiento de aquella suerte de especial responsabilidad y personalísima aventura que implicaba siempre el vestirse como un personaje determinado o un disfraz de fiesta, interpretarlo en la vivencia real del juego con todas sus implicaciones, por lo que la contemplación de aquella imagen de los niñitos, con su seriedad, su candor y su gozo en la caminata de sus pesebres no dejaba de causar maravilla.
Presidido por la bella imagen –“la Tallita Indígena Caquetía”– de Nuestra Señora de Guadalupe de El Carrizal, la Santísima Virgen patrona del Estado Falcón y de la Arquidiócesis de Coro, el desfile que inauguró la Feria del Pesebre concluyó con el gustoso Pregón Navideño leído en forma de canto por Fray Juan Francisco Moreno García, en nombre de la custodia de los frailes menores de Venezuela, “para anunciar en la Iglesia el misterio del Dios humanado, la encarnación del Verbo enamorado”. Y en alusión a la efeméride franciscana, el pregón cotinuaba: “Exulte de gozo la Creación entera si en brazos de Francisco admira y contempla a un Dios que se hace niñito”. En consonancia con estos sentimientos de fiesta de la Feria, acudimos seguidamente a la inauguración oficial de las preciosas exposiciones “Los pesebres de Roselena”, conjunto antológico de origen privado, y las “Obras maestras de la colección” en el Museo del Pesebre “Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales”, institución museística única en Venezuela. El hecho de que en nuestro país ocurra una feria citadina con estas características, que acoge la tradición de una expresión de profunda religiosidad y asimismo responda al ingenio artesanal, es una noticia que en sí misma constituye una muy grata sorpresa, más aún cuando tomamos conciencia de que la singular fiesta regional ya supera las cuatro décadas de admirable constancia y dedicación. Pero además, precisamente por la doble ocasión festiva de la feria y el octavo centenario del primer pesebre preparado por el Santo de Asís, se organizó el Primer Congreso Franciscano Nacional. De Greccio a Coro, y es precisamente este motivo el que propició la imagen de encanto con la que inicié esta crónica. De esta manera se dieron cita en la cálida Coro para el inédito encuentro distintos hermanos y hermanas de las diversas órdenes inspiradas por el carisma singular de San Francisco de Asís y pertencecientes a las diferentes regiones venezolanas: los frailes menores franciscanos y los frailes menores capuchinos (Caracas); los hermanos y hermanas de las terceras órdenes regulares franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús (Caracas), de la Inmaculada (Zulia y Caracas), de la Cruz Blanca (La Victoria), del Santísimo Sacramento (Maracay), de José y María (Barquisimeto) y de la Divina Misericordia (Coro); y las hermanas y los hermanos de la orden franciscana seglar (Barquisimeto, Guanare y Caracas). La organización del inédito congreso se dio gracias al entregado trabajo y a la entusiasta iniciativa de Fray John Ávila y sus tesoneros Hermanos Franciscanos de La Divina Misericordia; de la Licenciada Belkis Weffer, Directora del Museo del Pesebre, y su equipo; de la Profesora Roselena Sanchez, Titular de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda, delicada y estudiosa pesebrista; de la Hermana Nancy Sierra Camacho, y de un dedicadísimo comité de muchas personas, cuyos nombres no alcanzó incluir por la comprensible “injusticia” del ajustado espacio de estas líneas. El evento, que mostró la honda, sincera y serena fe del muy amable y acogedor pueblo coriano, asimismo contó con el apoyo generoso de la Arquidiócesis de Coro y su Arzobispo emérito, Monseñor Mariano Parra Sandoval, de Caritas de Coro, de la Conferencia Venezolana de Religiosas y Religiosos (CONVER), así como con los aportes de la Alcaldía de la ciudad y la Gobernación del Estado. En la tarde de ese día se celebró propiamente el Congreso franciscano, iniciándose con la oración preparatoria para la celebración de la Navidad en Greccio y la entronización del Niño Jesús en un pesebre ad hoc, al mismo tiempo que cantábamos el aguinaldo venezolano del siglo XIX “Niño lindo”.
Tres ponencias conformaban el conjunto de estudio y meditación para ese día del Congreso. La primera estuvo a cargo de Fray Alfonso Mora Pereira, Custodio de los Hermanos Menores Capuchinos de Venezuela, y cuyo título fue “Greccio: una ventana hacia el misterio de Dios encarnado”. San Francisco, nos decía Fray Alfonso, abre esa ventana “para asomarse al misterio de Dios hecho Niño porque ve en la imagen del pesebre una fuerza comunicativa que las palabras no siempre lograban trasmitir”. Así, “el pesebre de Greccio desvela una de las verdades fundamentales de nuestra fe: Dios se hizo hombre en carne y hueso, el misterio de Dios en toda su omnipotencia estaba en Belén acostado en un establo de animales”. Y continuaba: “Ochocientos años después seguimos usando la misma ventana para celebrar nuestra Navidad y contemplar los extraños designios de Dios que viene a reorientar nuestros criterios y aspiraciones porque para Él que quiera ser grande debe hacerse pequeño (cf. Mt 20, 26). El pesebre convoca a la familia y a la iglesia que se reúne en torno suyo para expresar la fe en Dios y los sentimientos de afecto y alegría familiar, pero quien desea contemplar el pesebre debe hacer un camino de la ciudad a la periferia porque el pesebre no está en un palacio sino en una gruta pobre a las afueras de Belén y de Greccio”.
Me tocó a mí ofrecer la segunda ponencia a partir de las líneas iluminantes de un verso de Rainer Maria Rilke: “«El canto es existencia». Sobre San Francisco de Asís y el primer pesebre en Greccio”. “El canto es existencia” es una realidad que se nos descubre y nos hace comprender, así como con el gesto de San Francisco de hace ocho siglos, la invitación para reconocer y celebrar la inmensa alegría que inunda el espíritu y se manifiesta en el ser por el anuncio y vivencia de la reconciliación; la grandísima gracia y la posibilidad para la existencia plena que ha sido abierta por el amor de Dios cuando elige hacerse hombre para nuestra redención: el Niño de Belén, Enmanuel: Dios con nosotros. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres en quienes él se complace!”, cantaban los ángeles del cielo, y los pastores, luego de visitar y contemplar al “niño acostado en el pesebre” junto a María y José, maravillados, y tal vez continuando ese mismo canto, “se volvieron glorificando y alabando a Dios, por todo lo que habían oído y visto” (Lucas 2, 14-20). Con Jesús, que en su humanidad plena se dona a sí mismo para nuestra salvación, se anuncia el sentido esencial del amor que invita a la reconciliación del ser en cada uno de nosotros: con Dios, con nuestra intimidad, con nuestro prójimo y con nuestra casa, la Creación entera.
La conferencia final fue pronunciada por Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales, Arzobispo-Obispo Emérito de Los Teques, quien nos habló sobre “El pesebre y la evangelización de la cultura”. El ilustre Monseñor nos interrogaba con agudeza: “El pesebre es un medio de evangelización de la cultura. ¿Qué mensaje da el pesebre sobre Dios, el ser humano, la sociedad, la naturaleza? (…) ¿Qué enseña y subraya el pesebre a nuestro mundo concreto? Dicen que el pesebre es como una Biblia abierta. Y un tonel pedagógico sin fondo. Mejor que dar respuestas es formularse preguntas que abran a compromisos”. Y estos mismos apuntarán a los retos que debemos afrontar en nuestra realidad concreta. Por ello observaba que “los pesebre ingenuos son los más propicios para la evangelización en su doble dirección de aporte-recepción. Niños gigantes junto a casas diminutas, leones paseando entre humanos, son lecciones, por ejemplo, de que para Dios no hay medidas y de que la reconciliación universal es profecía mesiánica”. Monseñor no dejó de incluir una simpática anécdota personal de su infancia en la que el obsequio de un cocodrilo de plástico, dentado y terrorífico, fue naturalmente incorporado por él y sus hermanos al paisaje del belén de su hogar, conviviendo en forma pacífica y sin problemas en una de las escenas con los pastores devotos, acaso insinuando la posibilidad del recordado Edén perdido y la promesa de reconciliación. Monseñor Ovidio quiso agregar además la descripción de un par de imágenes-síntesis que propone para nuestra meditación en la misión evangelizadora del pesebre vinculando indisolublemente el divino amor de la Santísima Trinidad en la Navidad: el pesebre trinitario. Así dispondríamos de un pesebre pequeño, más reducido y esencial que presenta un triángulo equilátero que comprende en su área a la Sagrada Familia en Belén, quizás con algún otro personaje que se cuela en su interior, como un pastor adorador o la mula y el buey. Y también tendríamos otro pesebre más grande y abarcante que se enmarca en el paisaje de Belén extendido con más personajes y escenas, donde la gruta del nacimiento tiene la precisa forma un triángulo de lados iguales, la misma figura geométrica símbolo de la Trinidad.
La sesión del congreso culminó brillantemente con un estupendo y ameno concierto de la Coral Falcón interpretando un repertorio emocionante de diversas piezas navideñas. Al día siguiente, el 2 de diciembre, la extensión del encuentro franciscano tuvo lugar con una misa tempranera a las siete y media de la mañana en la comunidad de los Hermanos Franciscanos de la Divina Misericordia, en la pequeña Capilla Santa Mónica del sector La Toma, en las afueras de Coro (Parroquia San Antonio de Padua). Las muy reducidas dimensiones del sugestivo oratorio y las sencillísimas construcciones de la comunidad, permitían a la imaginación lanzarse a un juego que podía homologar aquel espacio como el que acaso vivieron los primeros hermanos menores en la vecindad de la capillita de Nuestra Señora de los Ángeles de la Porciúncula a pocos kilómetros de Asís. El bosque y sembradíos del valle umbro del distante siglo XIII, se sustitía en nuestro caso por el seco paisaje xerofítico y los duros, persistentes y emblemáticos árboles de cují (Prosopis juliflora) que ofrecen su sombra en el soleado ambiente. Al igual que il Poverello y sus compañeros, los Hermanos Franciscanos de la Divina Misericordia salen por la región vecina en su labor evangelizadora. La celebración de la Eucaristía fue presidida por Monseñor Mariano José Parra Sandoval, quien en su homilía subrayó la alegría franciscana que había contagiado a la ciudad de Coro. “Desde ahora –confesó con parecidas palabras– mi saludo para todos será «Paz y bien». ¡Estos franciscanos…!”, concluyó como en complicidad complacida de afirmación evangélica. Curiosamente, el día anterior, el Alcalde de Coro, Henry Hernández, en su salutación oficial al Congreso franciscano, también regaló con una sonrisa un “Paz y bien” a todos los presentes, multiplicándose el lema de inapreciables deseos, llevándome a recordar aquella ocasión cuando los hermanos menores, hacia 1225 y a instancias de San Francisco, propiciaron justamente la paz entonando el Cántico del Hermano Sol ante las autoridades civil y religiosa de Asís, ante el obispo y el podestà de aquel momento. Luego de la misa, tuvimos una sabrosa confraternización en el espacio del terreno que se abre tras la capilla y que los cujíes benefician con su sombra. Fray Alfonso exclamó que las imágenes vividas le hacían pensar en el memorable Capítulo de las esteras poco antes del verano de 1221, aunque claro que en una mucho menor escala. Pero el espíritu fraterno que nos animaba también era heredero de aquella genealogía del Santo de Asís, y de esta forma hermanas y hermanos, frailes, consagrados y seglares vivíamos la alegría que la fe encendida abre el corazón al amor que desea extenderse como misión evangelizadora, además con el convencimiento de continuar la senda de los centenarios franciscanos a celebrar en los próximos años. Con ello comenzábamos una vez más, con gratitud y con fuerza renovadora la ruta del Adviento hacia la gloriosa Navidad del Señor. ¡Paz y bien!