Las Humanidades, los grandes libros, la literatura clásica, la música, el arte, la historia son dimensiones del acervo cultural de la humanidad y, aunque la cultura no tiene la capacidad de forzar nada, ni garantiza una vida plenamente civilizada, “eso no quita que la única posibilidad de supervivencia y protección de nuestra dignidad humana nos sea dada por la cultura y la formación espiritual que ella ofrece”. Así se expresa Rob Riemen en el prólogo al libro Nuestras palabras: educación, mundo clásico y democracia (Ladera Norte, 2023), en el que se recogen tres conferencias dictadas en el Instituto Nexus que él dirige: una de George Steiner sobre la Universidad, otra de Adam Zagajewski sobre la poesía y la tercera de Jacqueline de Romilly sobre el mundo clásico. En todas estas intervenciones hay un elogio decidido al cultivo de las Humanidades.
George Steiner hace notar que las Humanidades no nos hacen más humanos, necesariamente, y recuerda que los mismos que participaban en el holocausto del pueblo judío, escuchaban con toda tranquilidad las grandes obras de la música clásica alemana. Sin dejar de ser cierto, Adam Zagajewski se inclina a pensar que la cultura humanística, sí tiene una dimensión civilizadora, a pesar de sus insuficiencias. Una insuficiencia que nace de la fragilidad de la condición humana en todas sus expresiones. Por ejemplo, en la ética. Sabemos lo que debemos hacer, pero de ese conocimiento no se sigue que obremos el bien. Quien se vincula a la corrupción sabe que no debe sobornar o extorsionar o abusar del poder y, sin embargo, lo hace. Y, precisamente, porque hay corrupción, comprendemos que hemos de seguir insistiendo en la formación ética de los ciudadanos.
Quien ha seguido la trayectoria intelectual de Steiner no se asombrará de la defensa que hace del cultivo de la inutilidad en la universidad a la que considera “la más maravillosa pasión en el mundo. Si alguien se me acerca y me dice: «Voy a dedicar mi vida al estudio de los bronces de la dinastía Tang», le respondo: «Es usted una persona muy afortunada. Va a ser una persona muy feliz y hambrienta. Pero su vida estará bendecida». Lo inútil es la forma más alta de la actividad humana. La música es inútil, pero no podríamos vivir sin ella”. La Universidad -añade Steiner- no debe saturarse de “monografías sobre temas de importancia minúscula y completamente trivial, cuando el único motivo de la publicación es el tantas veces anhelado ascenso en una escala académica dominada por criterios de «corrección», financieros y burocráticos”.
La propuesta de Zagajewski es más moderada, pero igualmente, iluminadora. Con sensibilidad poética aboga por la actitud contemplativa, entendida como el más alto grado de atención. “La contemplación -señala- no tiene por qué ser religiosa, aunque por supuesto puede serlo. Es un mirar el mundo intensamente —el mundo en su plena riqueza, incluyendo obras de arte y, por supuesto, seres humanos— a través de la lente de la eternidad o al menos con la eternidad en mente (opuesta a cualquier mirada pragmática, dirigida a una acción). La contemplación es una actividad que consiste en reconocer serenamente los inmensos resquicios que hay en el conocimiento o en la ciencia convencionales, y en mirar el mundo a través de estas ventanas, iluminado por la luna de la eternidad”. Destacar la importancia de la contemplación es ir a contracorriente de estos tiempos nuestros de prisas y correrías. Nos pide el poeta que nos detengamos e intentemos sacar y saborear el néctar de la esencia de las cosas como lo hace el colibrí ante las flores.
Jacqueline de Romilly, una de las más renombradas helenistas europeas, sostiene que “hay que volver a dar importancia a la formación literaria, es decir, que los jóvenes tienen que aprender cómo hablar y discutir; tienen que aprender a formarse una opinión después de haber adquirido conocimiento de las diversas maneras de pensar en diferentes épocas. Significa que tienen que estar al tanto de las cuestiones y los valores morales, de los ideales y principios que la humanidad ha ido desarrollando en tiempos pasados”. Entre esas tradiciones, se encuentra el aporte de los autores griegos quienes eran muy propensos a tener una perspectiva universal. “Sus héroes no eran de una determinada extracción social, y en sus obras no se prestaba ninguna atención excesiva a sus circunstancias específicas. Al contrario, siempre trataban de representar, todos ellos, una cierta imagen general de lo humano. Tucídides, mi autor favorito, esperaba que su historiografía fuera de utilidad para los que quieren comprender más de los acontecimientos de épocas pasadas, o de acontecimientos similares en el futuro, justamente a causa de su elemento humano común, al que se refieren todos esos autores. Y por eso pueden seguir siendo interesantes para nosotros, interesantes y útiles”.
El saber humanístico proporciona hondura y amplitud al conocimiento práctico, al mismo tiempo que esponja al corazón. No garantiza la realización del paraíso en la tierra, pero nos dota de una especial sensibilidad espiritual para reconocer y promover las diversas expresiones de la dignidad humana.