Cuando las personas buenas hacen cosas malas

El examen de conciencia y el reconocimiento de la culpa las pueden rectificar

Un comisario de policía se jubilaba recientemente. En su brillante carrera profesional había recibido diversas condecoraciones en reconocimiento a su brillante y humanitaria labor. Pero fue noticia por el asesinato que perpetró en su exmujer y también en su pareja actual. Él mismo acabó con su vida. Me vino enseguida a la memoria algunos casos en los que me tocó intervenir con los dolientes, dónde también agentes de la autoridad matan a las parejas y después se suicidan. En los dos casos que actué ayudando a los familiares de las víctimas concordaban en que los homicidas habían sido muy buenas personas.

Esa bondad también era, según los directivos del más famoso club de futbol catalán, la del entrenador de futbol base y profesor de educación física que durante más de veinte años entrenó a los futuros jugadores.

Lo mismo se puede afirmar de tantos casos de abusos en la familia dónde los agresores, padres, tíos, abuelos, incluso hermanos, de cara al exterior, han sido personas excelentes.

La iglesia, no tiene la exclusiva. Como algunos pretenden, pero no deja de sorprendernos que personajes venerables y aclamados como el Abbé Pierre o Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio sean, después de amplios reconocimientos expulsados de la iglesia. No sabemos si en el caso del Abbé Pierre, difunto, se le retirará el máximo galardón que se otorga en Francia, la legión de Honor. Ya en la edad media, como es el caso del papa Formoso, se desenterraban los cadáveres, se juzgaban y condenaban a la hoguera.

Vaya por delante que los delitos deben ser causa de reprobación y condena, más aún cuando las víctimas son seres indefensos. Hay una condena legal, donde los muertos están exentos, una condena social que a menudo es dispar y está muy influenciada por los medios de comunicación, y la condena divina que dejamos en manos de Dios.  Por lo que respecta a la condena social y los medios de comunicación se puede comparar la repercusión del caso del entrenador del famoso club de futbol y el del profesor laico de educación física, de un colegio ubicado en el mismo barrio que el del entrenador, pero que al pertenecer a una orden religiosa ha aparecido más veces en los medios, en comparación con la del entrenador del futbol base.

En algunos casos, sobre todo los eclesiásticos, la condena no se circunscribe al personaje delincuente, sino que queda condenada toda la institución.  No sucede con los delincuentes familiares, o deportivos, o docentes.

Pero cómo decíamos en el título ¿pueden las personas buenas hacer cosas malas? O si lo prefieren ¿pueden las personas malas hacer cosas buenas?  No entraremos en una discusión filosófica sobre el lugar donde reside la bondad, si en el autor del acto o en la misma acción.  Seguro que la obra del Abbé Pierre es válida, como las clases de futbol del entrenador al margen de su conducta.

La reacción social ante los delincuentes consiste en aislarlos como si fuera tan fácil que la maldad se pudiera acotar, encerrar en unas personas determinadas. Necesitamos diferenciarnos de los malvados. La sociedad condena, nos situamos en el lado de los buenos.

Tampoco me detendré en hablar de los condenados que cumplen la condena legal y arrastran toda la vida el rechazo social. Parte dela dificultad de la reinserción está en la concepción maniquea del mal.

Muchos casos de agresión sexual se han dado gracias al encubrimiento que supone tener buena fama, ser bien vistos socialmente. Comentaban algunos expertos qué, además, en el caso del comisario asesino, es posible que las víctimas no denunciaran, ante el temor de no ser escuchada puesto que la autoridad que debía proteger, aquí era la que agredía.

La primera cosa que se deduce, es que el encumbramiento de cualquier persona es un salvoconducto para tapar posibles delitos. “No es posible.”  Se suele decir ante la persona “buena” que hace cosas malas. Detrás de una autoridad, docente, eclesiástico, deportista, hay una persona con los pies de barro como todos.


Las víctimas han sufrido el miedo, a ser atacadas, a descubrirse su agresión. Cuantos niños han callado años por temor a ser castigados o heridos más aún.

Hay muchos signos y señales que el niño o el adulto acaban emitiendo y que debieran ser seguidos por aquellos que son sus guías educativos. Un mutismo, una tristeza prolongada y otros problemas físicos o de sueño, son indicativos qua a menudo se tratan a nivel de síntomas y no de signos. Medicamos el dolor cuando éste, aunque sea del alma, necesita ser escuchado más que medicado.  Según cómo, la solución que se está dando, en los protocolos restringe la relación de adultos con menores de tal manera que se hace difícil acercarse al mundo del infante.

Pero como conclusión por muchas medidas que se tomen para acorralar el mal, quedando dentro del circulo los malvados y fuera los buenos vemos que no resulta. ¿Quién es quién? Cada uno de nosotros, como en una película de suspense puede ser el asesino.  Tampoco se trata de vivir en la sospecha o de tomar medidas tan estrictas que se prohíbe tocar, aunque sea la cabeza a un niño.

Siempre ha habido esta clase de delitos. En la actualidad salen a la luz con más facilidad, cosa que va a favor de aquellos que sufren la opresión inhumana de sus agresores.

El por qué se hiper sexualiza, cada vez más. la sexualidad, o se hace dela sexualidad el centro de muchas acciones. Se está convirtiendo la relación sexual en un acto de consumo.

Decía el santo padre en la audiencia del 17 de enero de este año, hablando de la cosificación del otro “ante la lujuria, el placer sexual se ve socavado por la pornografía, que no es más que una “satisfacción sin relación” que puede generar formas de adicción. “Debemos defender el amor, el amor del corazón, de la mente, del cuerpo”, ese amor puro, el de la entrega del uno al otro, que es la belleza de las relaciones sexuales.

“Ganar la batalla contra la lujuria, contra la “cosificación” del otro, puede ser un empeño que dura toda la vida. Pero el premio de esta batalla es la más importante de todas, porque se trata de preservar esa belleza que Dios escribió en su creación cuando imaginó el amor entre el hombre y la mujer”

Jesús a su vez advierte sobre el pecado de deseo y de la responsabilidad en la mirada (Mt. 5, 27-28). El sexo no es pecado, pero la manera de vivirlo sí. Como sociedad, la lujuria ha dejado de ser pecado para convertirse en virtud, pero las consecuencias del pecado son la degradación humana.

Los buenos pueden hacer cosas malas, el examen de conciencia y el reconocimiento de la culpa las pueden rectificar. Tanto la una como la otra paren estar en crisis.