Tradicionalmente cuando se habla de vocación siempre se ha considerado la vida religiosa: sacerdocio, vida consagrada, monacal … Como si solo aquellos que viven entregados en exclusividad al Señor son los que reciben la llamada de Dios.
Como forma de corrección, como contrapeso, desde hace ya muchos años que desde casi cualquier foro de la Iglesia se ha repetido la máxima de que “el matrimonio también es una vocación”. Suena bien, pero queda cojo.
Está bien como … ¿cliché?, pero salvo que nos conformemos con la idea de que “es un camino de santificación”, verdaderamente es un lema con pobre contenido.
Así he vivido a lo largo de todos estos años, considerando que había respondido a mi vocación a partir del día que me casé, hasta que hace algunas semanas el padre Luis Manuel Romero Sánchez, Director de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española nos dio una plática sobre «el papel de los Retiros de Emaús en la Iglesia de hoy» en la que aportó una explicación de qué es la vocación; la dijo como un breve apunte … una digresión, como si fuera algo obvio, sin importancia, pero enormemente esclarecedora.
La explicación venía a decir: “La vocación es la llamada de Dios a cada uno de nosotros a una misión concreta en la vida de Cristo, en su cuerpo místico, que es la Iglesia”.
¡Amigo!, esto es algo muy concreto y que se aplica a todos, absolutamente todos.
¿Cuál es TU misión en la Iglesia, es decir, cómo vas a contribuir a la construcción del cuerpo místico del Cristo?
Pensar que la Iglesia puede construirse solo a través de la labor de obispos, sacerdotes, y demás consagrados es tener una visión muy pobre de la Iglesia.
Es cierto que Jesús constituyó a Pedro, y consiguientemente a sus sucesores, la piedra sobre la cual debe ser edificada, pero ahora se me hace obvio que cada uno de nosotros tendremos que participar en su construcción. Si no ponemos el ladrillo de nuestra labor, nunca estará completa.
Posteriormente, hace apenas un mes, participé en una conversación que contribuyó enormemente a ahondar en esta concepción de qué es la vocación.
Oí como alguien le decía a un amigo: “Chico, es que tú estás metido en todo, no paras”. Se refería a que este amigo participa activamente en varios apostolados y actividades eclesiales. Cuando se fue el interlocutor, mi amigo me preguntó retóricamente: “¿Sabes por qué estamos metidos en tantas cosas?; porque él no está metido en ninguna”.
Esta reflexión me impacto, y comprendí que tenía mucha razón.
Si cada feligrés, cada persona que acude a Misa los domingos escuchara y aceptara la misión que Dios le encomienda para la construcción de Su cuerpo, la Iglesia sería enormemente más grande, más rica, más vibrante, más veraz, ¡mucho más bella!.
Resulta ridículo pensar que Dios, que a través del bautismo nos constituye en sacerdotes, profetas y reyes, nos llama únicamente a ir a Misa los domingos, a casarnos, tener hijos, “educarles en la fe” … y a rezar tres avemarías cada noche.
Me da la sensación que cada vez que oímos el evangelio de San Lucas: “La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad por tanto al señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10, 2), pensamos automáticamente en los sacerdotes y en la falta de curas que hay. Pero en la Iglesia no solo faltan curas, falta de todo. TODOS somos obreros de su mies, pero son muy pocos los que se dan por aludidos.
Ahora veo evidente que Dios tiene una misión para cada uno de nosotros EN Su Iglesia y que si no respondemos a esa vocación, nadie puede hacerlo en nuestro lugar.
Puede que sea dar catequesis en la parroquia, ayudar en Cáritas, ser miembro de alguno de las decenas de apostolados que existen o ser adorador, pasando una hora cada semana ante el sagrario, alabando, dando gracias, y rogando por toda la Iglesia.
Lo que sea para lo que Dios nos llame. Pero de que nos llama, nos llama. Y si nos conformamos con ir a Misa los domingos y rezar tres oraciones simples, es que nos hemos quedado espiritualmente sordos y no Le oímos.
Somos llamados – tenemos una vocación – y debemos responder. No es lícito pensar que “ya lo hacen los demás”. Nadie va a cumplir con tu vocación. ¿No Le oyes?, pues pídele que se incline sobre ti, diga “¡Effetá!” y te abra los oídos. Y tú ¡responde a su llamada!, cumple con tu misión. “Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros. … Si comprendéis esto y lo cumplís, seréis bienaventurados” Jn 13, 14-15, 17.