¿Cuál es el lugar del amor en la bioética?

Remember the Night (Recuerdo de una noche, 1940) de Mitchell Leisen

En 1940, Mitchell Leisen estrenaba Recuerdo de una noche (Remember the Night) con guion de Preston Sturges. Fue la última colaboración entre ambos genios. La fuerza discursiva de lo escrito por Sturges se sometió al estilo de Leisen, no sin algunas protestas por parte del guionista. El resultado fue óptimo. Leisen tenía como pocos la capacidad de transmitir lo que quería de una manera visual y sintética. Buscaba llegar al corazón de la historia que contaba. Conectaba con la sensibilidad de los espectadores. Lo hemos comprobado ya en esta misma página en dos películas suyas[1]. Además, su cine se planteaba en principio como de entretenimiento. Con humor, el director señalaba que él no enviaba mensajes, que para eso ya estaba el servicio de telégrafos. Más bien, estas palabras deben ser interpretadas como que no se buscaba un cine que lanzase consignas. Para entretener inteligentemente hay que llegar, en expresión de Dietrich von Hildebrand, a la afectividad fina, al núcleo del corazón. Así lo consiguió de manera magistral en a lo largo de su carrera y de modo especial en esta película. Nutre a la reflexión bioética de la urgente necesidad de reconocer la presencia personal de las víctimas que con tanta facilidad se desechan.

¿Cuáles eran las diferencias entre la concepción de Sturges y lo que Leisen finalmente rodó? La publicación del guion de Remember the Night, editado por Andrew Horton aclara muchas cosas[2]. Para empezar el nombre de la película en el escrito original era The Amazing Marriage (se podría traducir por El matrimonio increíble, asombroso, o, incluso alucinante). Leisen —no sabemos si hubo intervención de los estudios de la Paramount— se inclinó por otro que ponía el foco en otra dirección. Sturges apostaba por el conflicto que se derivaba de los roles antagónicos de los personajes, Lee Leander (Barbara Stanwyck) y John Sargent (Fred McMurray): posiciones ante la ley (una ladrona / un fiscal), actitudes morales (picardía / inocencia), o incluso entre procesos personales (conversión de la ladrona que comienza reconociendo su delito/ corrupción del fiscal que olvida sus deberes).

En cambio, Leisen dejaba que la cámara captase el misterio que envolvía el amor que había surgido en las personajes. Como invitando a los espectadores a descubrir algo que parece nuevo cada vez que se ve la película. Más allá de todas las contraposiciones y antagonismos se proponía la fuerza unitiva y trasformadora del mutuo amor. Lee Leander y John Sargent trasparentaban que el verdadero amor surgido entre ellos tenía un sólido punto en común. Había derribado sus seguridades. Los había hecho humildes. Eran capaces de ver algo que estaba muy por encima de ellos.

La fuerza del amor derriba el muro de las leyes humanas: el argumento de Remember the Night

Y casi como de paso, Leisen estaba proponiendo algo de completo interés para la reflexión bioética: la fuerza del amor es capaz de derribar los muros que crean las legislaciones, porque permite reconocer el valor único e irrepetible de cada persona humana. Y lo hacía, como tantas veces ocurría en el mejor Hollywood clásico, proponiendo el ambiente de Navidad, el más propicio para que las personas saquen adelante el único lenguaje que las mantiene en su ser y en su vocación: el lenguaje del don, de la entrega y de la esperanza. Una ladronzuela, Lee Lander, es descubierta cuando vendía en una tienda de empeños el brazalete que acaba de robar en una joyería de alto copete. El fiscal, John Sargent, viendo en el jurado la mirada de “paz en el mundo”, propia de los días navideños, consigue un aplazamiento para evitar que la absuelvan. Pero se da cuenta de que su estrategia va a llevar a lo joven a la cárcel en días tan señalados. Se apiada y le paga la fianza. La llevan a su casa pensando que buscaba algo sucio con ella, pero Sargent sólo ha querido tratarla como a un ser humano. Al comprobar que no tiene a donde ir, la invita a cenar y le paga un hotel. Sin embargo su conversación, mientras bailan, revela que son del mismo Estado, de Indiana, a menos de cincuenta millas de distancia. Como John va a viajar en coche para pasar las fiestas con su madre, le invita a acompañarle. De nuevo con total limpieza.

Lee Leander teme que su madre no la acoja bien, porque se escapó de casa. Y acierta. La escena es terrible. La frialdad de la mujer madura y el resentimiento contra su hija es de tal magnitud, que el fiscal opta por sacarla de ese ambiente y llevársela a casa de su madre (Beulah Bondi) y de su tía (Elizabeth Patterson). Allí, la joven experimenta lo que es un hogar regido por el amor, y verdaderamente queda trasformada. Mrs. Sargent, cuando su hijo le confiesa que Lee es una ladrona, sentencia: “Seguro que no tuvo suficiente amor en su infancia”. Y le recuerda a su hijo que de pequeño también robó algo a ella, quien le dio la oportunidad de arrepentimiento y reparación. “Tú hiciste que lo entendiera”, señala John. “No, cariño. El amor te hizo comprenderlo”, precisa Mrs. Sargent.

John al evitar que Lee ingresase en la cárcel en esos días, ya la había visto como persona. Al presenciar el rechazo que Lee había recibido de su madre, había crecido en implicación. Palpando como el ambiente de casa de las Sargent la había colmado de serenidad, esos sentimientos dieron el paso definitivo hacia el mutuo enamoramiento. Lo que no podía esperar es encontrar en ella una reciprocidad que incluso iba a superarle. Mrs. Sargent advierte a Lee de que su hijo se ha enamorado de ella, y que sería capaz de echar por la borda su carrera, con total de librarla. Pero la joven cuando llega el juicio se declara culpable para que esto no ocurra. John, desesperado de perderla, le pide matrimonio, antes de que se sepa la condena. Lee tampoco lo acepta. Prefiere que espere a que ella quede libre para que esté seguro de sus sentimientos.

La película termina sin que sepamos cuál es el veredicto. Está anunciado para tres días después. Lee, que deberá aguardarlo en prisión, sólo pide a John: “¿Estarás a mi lado y me cogerás la mano cuando lean la sentencia?”. El joven responde sin dudarlo con un “Claro que sí” y las últimas palabras de la cinta son de Lee: “Entonces no tendré miedo. Te quiero tanto”. Leisen no deja al espectador ante lo que hubiese podido ser una “matrimonio alucinante”. Quiere que el espectador ponga sus ojos en el verdadero fundamento de todo matrimonio, el verdadero amor: ser capaz de entregarse sin reservas, reconociendo la genuina dignidad de la otra persona.

La presencia es algo que se revela inmediata e irrecusablemente en una mirada, en una sonrisa, en un acento, en un apretón de manos

Una cita de Gabriel Marcel puede iluminar nuestra lectura de Remember The Night.

Es un hecho de experiencia irrecusable, pero del cual es difícil dar una traducción inteligible, que hay ciertos seres que se nos revelan como presentes, es decir, como disponibles cuando sufrimos, cuando tenemos necesidad de confiarnos a ellos, y que hay otros que no nos causan este sentimiento no obstante su posible buena voluntad […] La presencia es algo que se revela inmediata e irrecusablemente en una mirada, en una sonrisa, en un acento, en un apretón de manos (La presencia, en definitiva, se patentiza de manera luminosa en el ser disponible).

Diría, para aclarar todo esto, que el ser disponible es aquel ser capaz de estar todo íntegro conmigo cuando yo lo necesito; el ser indisponible, por el contrario, es aquel que parece operar en mi favor una especie de atribución momentánea en el conjunto de los recursos de los que pueda disponer. Para el primero yo soy una presencia, para el segundo un objeto. La presencia implica una reciprocidad que sin duda excluye coda relación de sujeto a objeto o de sujeto a sujeto-objeto.[3]

Sólo cuando somos capaces de hacernos disponibles, de implicarnos, reconocemos al otro como persona.  Pero esto no se genera como un automatismo. Necesita una educación profunda de los verdaderos sentimientos. Remember the Night parece una master class de esa educación de los sentimientos. El abogado que defiende a Lee, Francis O’Leary (Willard Robertson) realiza ante el jurado una tan completa representación teatral que dibuja a Lee como víctima que llega a conmover al Jurado. Pero cuando su treta fracasa y el juicio se aplaza, no mueve un dedo para que la joven no entre en prisión. Todo lo contrario del fiscal, como hemos narrado.

Frente al falso sentimentalismo del letrado, Leisen dibuja el crecimiento de Sargent en la disponibilidad que le lleva a reconocer la presencia de Lee. Ella, a su vez, muestra una genuina disponibilidad hacia John, que le permite reconocer su presencia y rechazar con horror cualquier instrumentalización suya.

En tiempos prebélicos —la película es unos meses anterior a Arise My Love— Leisen seguía apostando porque su cine llevase a los espectadores esa belleza moral que debía custodiar en sus corazones la civilización del amor y de la vida frente al crecimiento de la barbarie. En nuestro días, nuestros ojos también se hinchan de horror cuando vemos las víctimas inocentes en Israel, en la franja de Gaza o en la dolorosa aniquilación de Indi Gregory[4]. Y siguiendo la estela de lo que pretendía Mitchell Leisen necesitamos que otras representaciones de la realidad humana liberen nuestra sensibilidad y nuestra conciencia de la tiranía del horror hacia la que demasiadas opiniones actuales quieren hacernos creer que estamos abocados.

Todo lo contrario. Como señalaba Marcel, el recuerdo de tantas víctimas inocentes no es el de un objeto que se nos puede olvidar, sino el de una presencia que nos sigue alentando. Porque no podemos dejar de pensar e intuir que permanecen misteriosamente vivas y alentando en nosotros la memoria de lo mejor, para que el mal no tenga la última palabra.

Preston Sturges construyó una magnífica historia, pero quizás se quedó en el nivel de la tolerancia o de la paradoja. Explicaba de manera sintética que su guion mostraba que lo que para unos era carne para otros era veneno. Con Mitchell Leisen la narración da un paso más más allá de las disputas entre normas, leyes o papeles sociales. Muestra que hay un núcleo de reconciliación que nos permite recibir a manos llenas el don del amor y de la disponibilidad hacia las personas. Una experiencia clave para sostener el amor en la bioética frente al horror.


José-Alfredo Peris-Cancio – Profesor e investigador en Filosofía y Cine – Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

[1] Arise My Love (Adelante mi amor, 1940), https://www.observatoriobioetica.org/2023/10/adelante-mi-amor-la-unificacion-de-vida-como-verdadero-combustible-de-la-bioetica/42676 y The Lady is Willing (Capricho de mujer, 1942), https://www.observatoriobioetica.org/2023/11/lo-fragil-nos-hace-responsables-una-invitacion-a-la-bioetica-desde-capricho-de-mujer-de-mitchell-leisen/42794

[2] Sturges, P. (1998). Three More Screenplays by Preston Sturges: The Power and the Glory, Easy Living, Remember tne Night; editen with introductions by Andrew Horton; foreword by Tom Sturges. Berkeley and los Angeles, Calfornia; London, England: University of Califiorny Press, pp. 1-20; 315-491.

[3] Gabriel Marcel, Aproximación al misterio del Ser, Encuentro, Madrid: pp. 71-72

[4] Ver el artículo de Julio Tudela y Ester Bosch en esta misma página, https://www.observatoriobioetica.org/2023/11/la-justicia-britanica-impide-a-los-padres-de-indi-gregory-retirarle-el-soporte-vital-en-casa/42859