Corazón inteligente
¡Cuánto se puede conseguir cuando se gobierna con un corazón inteligente!

En una sociedad como la actual, los deseos de mejora se convierten en fantasía o en trama de un videojuego, pero de terror, suele ser una respuesta agorera ante quien propone una iniciativa que modifica una costumbre o un modo de ser. Al acentuar lo oscuro y omitir los claros, la realidad asoma negativa y tremebunda. No obstante, una cosa es cierta. Entre el hombre y la realidad existe una conexión originaria, gracias a la apertura del hombre y a la bondad e inteligibilidad de la realidad. En otras palabras, ésta se comunica con su ser-así y el hombre le responde desde su índole racional. La realidad no está compuesta solo por cosas, animales, también por “los otros”; por lo tanto, en los cambios –en atención a la conexión originaria– las personas tienen que participar. Lo importante es hacerse cargo de que, en pleno ejercicio de la libertad, muchos podrán excusarse, no pocos sí se sumarán. Las alternativas y las elecciones no representan un defecto de la sociedad: la libertad es una cualidad que tiene que ser eficazmente convocada con argumentos y con el ejemplo.
Así las cosas, buscar y atender lo central hará que las voces agoreras no desanimen. Salomón fue un rey que gobernó con arte y sabiduría a su pueblo. Cuando fue ungido monarca era joven e inexperto. En cierta ocasión, Dios se le apareció y le dijo: ‘pídeme lo que necesites que yo te lo concederé’. Lejos de solicitar la derrota de sus enemigos; abundante riqueza; larga vida; copiosas cosechas… etc. –¿eran estas demandas centrales para gobernar? ¡Un rey caprichoso y tirano que viva 100 años, qué tragedia!–, Salomón pidió, más bien, que se le conceda un corazón comprensivo para juzgar y discernir entre el bien y el mal, para escuchar, acoger, comprender y querer. Pero también, inteligencia para conocer la realidad, a las personas y decidir con sabiduría y prudencia. Si hubiera pedido solamente un gran corazón, su gobierno hubiese estado marcado por la emotividad, el capricho, la vanidad, el permisivismo. En cambio, si se hubiera inclinado por la pura inteligencia: el signo de su mandato hubiera sido el autoritarismo, la soberbia, el desdén y el rigor de la ley. Por eso, finalmente se le premió con un corazón inteligente para gobernar.
La tarea de gobierno no se limita a los funcionarios públicos, a los CEO de las grandes corporaciones; compete a todos los que tienen la responsabilidad sobre otras personas: padres, profesores, policías, enfermeros…y un gran etcétera. Bajo la consigna no uno sino muchos líderes, el corazón inteligente es bandera para mover hacia el bien común.
Notas para gobernar: orden en las ideas, en las necesidades y en los recursos; abrirse a la realidad para conocer lo bueno que tiene; y, atender para constatar la singularidad y alentar las iniciativas de los ciudadanos. A su vez, saber acoger y comprender facilitará la adhesión, mediando ideales compartidos en pos de proyectos comunes. ¡Cuánto se puede conseguir cuando se gobierna con un corazón inteligente!
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