Cuando se habla de catequesis, casi todo el mundo asocia el término a una actividad de formación en la fe que se hace con los niños. Sin embargo, hace 44 años que la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (n. 43) definió la catequesis de los adultos como un “problema central” y la “principal forma de la catequesis”. Esta enseñanza ha sido luego confirmada y recordada en el Directorio para la catequesis (n. 77).
San Juan Pablo II explicaba algunas de las razones que avalan esta doctrina:
“Son los adultos, en efecto, padres y madres de familia, una vez educados en la fe, darán la primera y fundamental instrucción religiosa a los propios hijos en la intimidad de la «iglesia doméstica»; son los adultos quienes pueden dar un testimonio cristiano válido a los jóvenes en el proceso de búsqueda y maduración (Apostolicam actuositatem, 12); por último, son ellos los que, descubierta la validez de la vocación cristiana enraizada en el bautismo, participarán en la misión salvífica de la Iglesia, como sujetos activos preciosos (…)” (Juan Pablo II, VI sesión plenaria del Consejo Internacional para la Catequesis, 24-29.X.1988)
La fe del carbonero
Hay que reconocer que, a la vuelta de casi medio siglo, la enseñanza ha calado relativamente poco en el mundo católico. En la práctica, la gran mayoría de los fieles se conforma con lo que aprendieron siendo niños o adolescentes. Es más, hay quienes proponen como ideal cristiano “la fe del carbonero” -expresión tan repetida por Unamuno en la Agonía del Cristanismo-: la fe sencilla y firme de los simples de corazón, la fe del que no exige pruebas ni sabe de argumentos.
En el presente contexto cultural, se hace urgente prestar atención al fenómeno de la “ignorancia religiosa”. Así lo afirmaba Benedicto XVI en un encuentro con los obispos suizos en el año 2006:
“Yo creo que todos debemos comprometernos seriamente, como siempre, en una renovación de la catequesis en la que sea fundamental la valentía de dar testimonio de la propia fe y de encontrar los modos adecuados para hacer que sea comprendida y acogida, pues la ignorancia religiosa ha alcanzado un nivel espantoso [die religiöse Unwissenheit ist heute erschreckend groß geworden]. Sin embargo, en Alemania los niños reciben catequesis al menos durante diez años; siendo así, en el fondo deberían saber muchas cosas. Por esto, desde luego, debemos reflexionar seriamente sobre nuestras posibilidades de encontrar modos de comunicar, aunque de modo sencillo, los conocimientos, a fin de que la cultura de la fe esté presente.” (Discurso de Benedicto XVI, 7 de noviembre de 2006).
El hecho mencionado por el papa Benedicto es, ciertamente, motivo de reflexión. ¿Cómo es posible que la situación de la fe en un país como Alemania sea la que es a pesar de 10 años de catequesis para niños? ¿Es posible conformarse con la fe del carbonero, cuando las ideologías y la corriente secularizadora están arrastrando a tantos católicos desprevenidos?
Cambiar el enfoque
Quizás sea conveniente dirigir el esfuerzo de renovación de la catequesis hacia el terreno de la catequesis para adultos. Todo el mundo debería ser consciente de que la catequesis está dirigida a personas maduras, como fue gente madura la que recibió la enseñanza de Cristo, primer catequista, directamente de sus labios. Y esto, por muchos motivos:
- Porque sólo los adultos son “capaces de una adhesión plenamente responsable” (ref. Directorio para la Catequesis, n. 77).
- Porque la fe se transmite en la familia: ni la parroquia ni el colegio deben asumir una responsabilidad que no les corresponde. Lo propio es ayudar a los padres a que cumplan su tarea, sin sustituirles (ref. Directorio para la Catequesis, n. 124), y para cumplirla necesitan ser catequizados de nuevo.
- Porque muchos recibieron su formación religiosa cuando eran niños, pero la vida adulta presenta desafíos y preguntas complejas que requieren una comprensión profunda y madura de la fe.
- Porque la catequesis para adultos ayuda a contextualizar la fe en la vida diaria. Al abordar cuestiones relevantes y desafíos contemporáneos desde una perspectiva cristiana, los adultos pueden integrar mejor su fe en todas las áreas de su vida, como el trabajo, la familia y las relaciones personales.
- Porque la formación en grupo fomenta la construcción de comunidades de fe sólidas. Si los adultos comparten experiencias, dudas y reflexiones, fortalecen su conexión con la comunidad y se proporcionan un apoyo mutuo en el camino de la fe.
- Porque capacita para responder a los desafíos contemporáneos desde una perspectiva cristiana. Temas como la ética, la bioética, la justicia social y otros han de ser discutidos y analizados a la luz de los principios fundamentales de la fe católica.
- Porque refuerza la identidad católica de los adultos. A medida que comprenden mejor las enseñanzas de la Iglesia, pueden vivir su fe de manera más consciente y comprometida, y contribuyen al testimonio cristiano en la sociedad.
- Porque facilita una mayor participación y comprensión de la liturgia y, especialmente, de la Eucaristía, lo que enriquece mucho la experiencia espiritual y ayuda a salir de la tibieza y la mediocridad.
- Porque la nueva evangelización se inspira en la primera evangelización, en los tiempos de la catequesis catecumenal, cuando los cristianos eran minoría en un entorno social hostil y el bautismo de niños no estaba extendido.
¿Es posible?
El lector de este artículo seguramente se preguntará si es realista plantear un reto así, cuando el interés por lo religioso ha descendido a niveles mínimos y, además, el ritmo de la vida se ha acelerado y parece no dejar tiempo a nadie para asumir más obligaciones.
La única batalla que está perdida antes de librarla es la que no se da. Por difícil que se antoje, estoy convencido de que son muchos los católicos dispuestos a despertar, a saber más y profundizar en el contenido de su fe.
El avance de las ciencias de la educación, la aceptación universal de que la formación se ha vuelto necesaria “para toda la vida”, las oportunidades que ofrecen las tecnologías educativas, la terca constatación de que la evangelización de una sociedad no se consigue si sólo nos ocupamos de los niños, y las razones antes apuntadas son argumentos suficientes para estimular iniciativas en esta dirección, tan necesarias para que la Iglesia cumpla su misión como lo son las obras de caridad (atención de los enfermos, de los pobres y de los que sufren).
Personalmente me siento implicado en el reto de la formación de catequistas y de educadores (proyecto #BeCaT) y en el de padres de familia (https://familiayfe.org). Cada vez hay más actividades que apuntan en esta línea. Ojalá que, poco a poco, seamos capaces de cambiar la percepción habitual de la catequesis como algo dirigido a los niños. La catequesis prioritaria y principal es la destinada a los adultos.