Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo Domingo, 2 de octubre de 2022 titulado “Construir esperanza”.
***
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4: “El justo vivirá por su fe”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
II Timoteo 1, 6-8, 13-14: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”
San Lucas 17, 5-10: “¡Si ustedes tuvieran fe…!”
Para algunas personas la pandemia, los terremotos, los desastres naturales, han sido causa de desaliento y de pesimismo. Es cierto que a todos nos han golpeado, pero hay quienes se han sumido en una tristeza y una desesperación que no tiene fin. ¿Para que luchar tanto si en un momento todo se termina? ¿Para que esforzarse en tener lo indispensable si el ladrón en un momento se lo lleva? Sin embargo, he encontrado personas que parecen crecerse ante las adversidades y, a pesar de todos los desastres, siguen sembrando, construyendo, sonriendo y llevando mucha esperanza. Y es curioso, muchas veces son los que más han perdido y los que no tienen casi nada quienes más se sostienen en la adversidad. ¿Por qué en el corazón de los pequeños hay tanta esperanza?
Las terribles quejas del profeta Habacuc podrían ser firmadas por cualquiera de nosotros: “¿Hasta cuando, Señor, seguiré pidiendo auxilio sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?”, son las palabras del profeta enfrentando el eterno problema de la injusticia que somete a los pobres y que los hunde en la desesperación. Para Habacuc la solución no se reduce meramente a un cambio de nuevos opresores porque la sustitución no resuelve el problema, vendrán nuevos opresores. Lo que Habacuc busca es un verdadero cambio y quiere una respuesta de Dios. Supera el problema con una postura de fe, convencido de que todo grupo opresor, cualquiera que sea, terminará castigado por Dios. Así, Dios juzga y condena no sólo a un imperio, sino a toda forma de opresión. El diálogo con Dios es duro pero comprometido. No se contenta con respuestas simples, pero está dispuesto a aceptar la realidad de que Dios camina con el pueblo y sostiene su esperanza. Su fe le devuelve la paz y le ayuda aceptar los enigmáticos planes de Dios. Adopta una actitud vital, comprometida y llena de esperanza, esperar contra toda esperanza. La visión que le concede Dios está lejos de triunfalismos, pero llena de certezas: “Algo lejano, que viene corriendo y no fallará; si se tarda espéralo, pues llegará sin falta”. La promesa de Dios es firme, pero requiere mucho trabajo, mucho construir, mucho esperar… por eso termina este pequeño pasaje afirmando que “el justo vivirá por su fe”. ¿Tenemos nosotros una fe firme capaz de soportar las dificultades, de levantar al caído y de alentar al desconsolado?
Jesús es el hombre de la esperanza y, en las sentencias que hoy nos ofrece, quiere despertar en nosotros esa misma esperanza y fortalecer nuestra fe. Quizás a alguien le suenen como sacadas de contexto y fuera de tono las comparaciones con el siervo que tiene que trabajar y después debe reconocer que no ha hecho nada notable. Pero Jesús no quiere inducirnos a un comportamiento deprimente propio de quien baja la cabeza y admite que no vale nada, actitud muy difundida en nuestros días frente a los ingentes problemas. No es difícil encontrar un padre que se siente fracasado al contemplar el camino que han seguido sus hijos; o bien a un anciano que desgasta sus días en silencio y monotonía sintiéndose olvidado de todos; o también al obrero sustituido por una máquina o por un obrero más joven, sin esperanza de trabajo. La parábola no pretende hacernos sentir más inútiles sino que acoge el camino de salvación de Dios y nos lanza a una nueva esperanza: siervos inútiles, inadecuados y felices, podríamos decir. ¿Por qué inútiles? Porque en la construcción del Reino nuestras fuerzas se quedan cortas frente a la gratuidad y al amor de Dios. El premio no es de quien corre y se afana, sino que es Dios, rico en misericordia, quien lo da; el Reino es un don gratuito de Dios, que ninguna acción nuestra puede merecer y en este sentido seremos siervos “inútiles e inadecuados”. No nos toca a nosotros salvar el mundo, cargarnos el peso del mundo sobre nuestros hombros, el primado es de Dios y del Espíritu. Siempre Dios es el primero, pero nos llama a colaborar, a hacer todo lo que debemos. La responsabilidad es de Jesús, el Pastor, nosotros seremos pastores subordinados y participantes.
Nos invita Jesús a reconocernos pequeños e inútiles, pero comprometidos en la construcción de esa nueva comunidad. ¿Somos muy poquitos? ¿Somos demasiado pequeños? Siempre hubo en Israel, como lo hay en todos los pueblos, un “resto” fiel, un grupo leal que sigue confiando en la promesa, alzando sus voces contra las infidelidades y contra la injusticia. Su protesta surge de la certeza de que Dios no falla. No se mueve por la lógica de la razón, sino por su seguridad en este Dios que camina con su pueblo. Por eso su voz siempre es un llamado a la radicalidad y a la esperanza. No cae en la desesperación pues acoge en su corazón como suya la palabra de Jesús. Es hermoso descubrir hermanos y hermanas, profetas de hoy, que tienen una gran fe, que hacen obras pequeñas en los momentos más difíciles, que siguen sembrando a pesar de los malos tiempos. Cómo es cierto que cuando una puerta se cierra hay otras que se abren. Pero a veces estamos tan aturdidos y obstinados mirando la única puerta cerrada, que no percibimos las posibilidades de otras puertas que se pueden abrir ¡Qué diferente es el actuar de Jesús! No me lo imagino pensando como un fracasado, a pesar de las dificultades. Por eso nos enseña hoy que: «Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”. Y no se trata de andar cambiando de sitio los árboles, sino de algo mucho más profundo: llenar el vacío que hay en el corazón, dar esperanza al que se siente desalentado. La fe en Jesús es saberse en manos del Señor que nos ama. Es apreciar el regalo de amor de Dios a pesar de las dificultades. Por eso aconseja el Apóstol Pablo a Timoteo: “Te recomiendo que reavives el Don de Dios… porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza y de amor” Es actuar conforme a ese espíritu que nos ha regalado el Señor. La fe no es una espera inoperante dejando todo en manos de Dios, sino todo lo contrario: es el compromiso serio y callado de quien ha experimentado la resurrección de Jesús en sí mismo y por eso puede lanzarse a superar todos los obstáculos. ¿Es mi fe, una fe que se traduce en obras? ¿Soy sembrador de esperanza?
Señor Jesús, Tú eres la luz para nuestro camino, eres el Salvador que esperamos, concédenos un corazón valiente y animoso para construir tu Reino; concédenos un corazón sencillo y humilde para saber que Tú eres quien lo está construyendo. Amén.