Ahora que están de moda los desafíos o “challenge”, vale la pena ponerse uno para la Semana Santa. Dicho reto puede enunciarse como “vivir santamente la Semana Santa”. Ahora que estamos, en gran medida, en una época de “postpandemia”, ¿cómo podemos hacer para vivir santamente los días santos? Nos jugamos en ello la identidad cristiana de nuestra vida, y el testimonio que debemos dar al mundo y, consecuentemente, parte de la credibilidad de nuestra fe.
Para hacer frente a este desafío he distinguido como tres pasos: “qué no debemos hacer”, “qué debemos hacer” y “qué podemos esperar”. En este sentido, se trata de un “challenge” especial, porque no depende todo de nosotros, de lo que podemos hacer, de nuestra actividad; no está cien por ciento en nuestras manos; de hecho, la parte más importante no cabe sino esperarla como un don.
¿Qué no debemos hacer? Simplemente se trata de evitar todo aquello que entrañe ofensa a Dios. Siguen siendo válidas las consideraciones de la piedad popular más rancia, según las cuales el pecado grave supone volver a crucificar al Señor, mientras que el pecado leve implica un nuevo latigazo o una nueva espina de la corona de Jesús. Esas significaciones nos ayudan a darle contexto al único mal que hemos de intentar evitar absolutamente, el pecado. ¿Cómo vivir bien la Semana Santa? Pues podemos comenzar por no vivirla mal, esto es, evitar el pecado. Así enunciado no parece difícil, pero no debemos olvidar que la Semana Santa suele ser un periodo vacacional, y mucha gente se va a la playa, y luego ahí no vive recatadamente, sino que es un lugar proclive a excesos. Independientemente de donde pasemos los días santos, no debemos olvidar lo obvio, que son santos y hay que vivirlos santamente. El lugar –la playa por ejemplo- no es excusa para no hacerlo.
¿Qué debemos hacer? Pues aquí entra todo el universo de acciones buenas que la creatividad humana nos pueda ofrecer. Hay muchos modos de vivirla bien, y ahora que ya salimos de la pandemia podemos retomarlos: misiones, labores sociales, campamentos de trabajo, retiros espirituales… De perdida, no perdernos los “Oficios de Semana Santa”. ¿Qué son los oficios? Las celebraciones litúrgicas propias del Jueves Santo, del Viernes Santo y del Domingo de Resurrección, incluida su Vigilia Pascual. Sea cual fuere la actividad que realicemos, ya sea asistir a un retiro o estar en la playa, no los dejemos de lado, pues a través de ellos la liturgia nos mete en el Misterio Pascual de Cristo, nos introduce en su Pasión, Muerte y Resurrección. La liturgia, en cierto sentido espiritual, nos vuelve contemporáneos de nuestro Señor Jesucristo, y nos hace revivir sacramentalmente lo que Él vivió.
¿Qué debemos esperar? El don de Dios, que se llama contemplación. El talante contemplativo por excelencia de estos días es un regalo divino. No es algo que podamos conseguir con nuestros solos esfuerzos, aunque tampoco algo que prescinda de nuestro empeño. De ahí su carácter misterioso, pero real. ¿En qué consiste esa contemplación? En revivir internamente los sentimientos que llevaron a Jesucristo a realizar la obra de nuestra redención. Como diría San Pablo, en tener los mismos sentimientos de Cristo. Se trata de participar, como uno más, en las escenas de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, como si lo estuviéramos contemplando por primera vez, cuando estos eventos sucedieron.
Y es que sucede una cosa muy particular con los eventos del Triduo Pascual. Como Jesús es Hombre, son históricos, y sucedieron una vez hace dos mil años. Pero como Jesús es Dios, participan también de su eternidad, de forma que en el hoy de la celebración litúrgica o en el hoy de nuestra oración contemplativa, podemos entrar en un contacto misterioso pero real con estos eventos. Eso es el don de Dios que podemos pedir y aspirar durante estos días santos. Es un regalo, que alimenta y da vida a nuestra alma. No es solo, ni principalmente, fruto del esfuerzo –se llama pelagianismo, la herejía que lo considera obra de nuestras manos y que el Papa Francisco ha duramente fustigado-, sino fruto del amor de Dios por el alma que lo busca con sinceridad de corazón. Pues con estos tres elementos, evitar lo malo, hacer lo bueno y esperar el don de Dios, podemos vivir santamente la Semana Santa.